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uando mi padre le abrió, el hombre le lanzó tres o cuatro doblones de oro y dijo:—Este lugar parece tranquilo y tiene vistas a la cala, ¿suele venir mucha gente por aquí?—Poca —lamentó mi padre. —Entonces, ¡me quedo! Mi nombre es Billy Bones, pero llamadme «capitán». Y así fue como el capitán permaneció con nosotros una buena temporada. Solía pasar largas horas paseando por el acantilado. Por lo visto, le gustaba observar la cala y, cuando regresaba a la posada, se sentaba a beber junto a la chimenea del comedor y canturreaba: Quince hombres en el cofre del muerto.¡Ja! Y una botella de ron. La bebida y el diablo hicieron el resto.¡Ja! Y una botella de ron.A ratos, permanecía callado. Otras veces, le daba por hablar y contaba historias de piratas que me transportaban a lugares desconocidos. Una mañana, se presentó en la posada un individuo al que le faltaban dos dedos de la mano izquierda. Al verlo, al capitán le tembló la voz: —Perro Negro, ¡me has encontrado! ¿Qué quieres?El capitán y Perro Negro me pidieron que los dejara solos. Cuando me giré, se enzarzaron en una terrible discusión, las sillas volaron por los aires y Perro Negro huyó herido.