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LOMEJORDECon prólogo deJORDI COSTA
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Nuestro agradecimiento a Francesc Franco por el uso de material impreso de coleccionista.
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HUMILLACIÓN Y DESACATOTres años antes de tener la maravillosa ocurrencia de que una página aviñetada mantenía algo másque un parecido razonable con el corte en sección de un bloque de vecinos, Francisco Ibáñez ya habíadado un estimulante quiebro de sentido a la plancha de historietas en la aparentemente más clásica La familia Trapisonda. Respuesta posibilista y brugueriana a la tradición de la family stripy derivación clarade la precedente La familia Cebolletade Manuel Vázquez, La familia Trapisonda, quién sabe si de formacalculada o por pura dinámica inconsciente, convertía cada una de sus páginas en un metódico ritual dehumillación —pautado, por lo general, en dieciséis viñetas— que parecía responder al propósito secretode desintegrar la idea de autoridad de todo paterfamilias. Pancracio, quintaesencia de la poquedad moral deunas clases medias del franquismo agusanadas ante la autoridad, hombre que culebrea ante la amenazade cualquier reclamo para las tareas del hogar y ruge de manera inmoderada a los que deberían integrarsu círculo de afectos, es lo que hoy en día se llamaría una masculinidad tóxica, pero que, en su día, erapercibido, sencillamente, como un padre ridículo, ese arquetipo que tantas telecomedias e historietasdomésticas han sostenido. Solo que, en realidad, Pancracio no es un padre. O lo fue por muy poco tiempo.La historia que lleva pegada La familia Trapisondasobre las circunstancias históricas y sociales que lavieron nacer tiene que ver con la censura y, en concreto, con la finalmente reglamentada obsesión delfranquismo por evitar que se aireara en los quioscos «toda desviación del humorismo hacia la ridicu-lización de la autoridad de los padres, de la santidad de la familia y el hogar». Habrá quien interpretela prohibición como claro índice de la estulticia del organismo represor, pero conviene señalar que esalectura implica una cuestionable subestimación de la labor de zapa que la cultura popular puede llevara cabo en los tiempos previos a una transformación radical. De hecho, Theodore Roszak, el hombre quele dio nombre a la contracultura norteamericana, detectaba una relación directa entre uno de los rasgosprimordiales del fenómeno —la desafiliación; es decir, soltar ese gran NO transformador a la cultura delos padres— y la erosión persistente que había provocado en el imaginario colectivo la sucesión de teleco-medias en la televisión americana que habían convertido al padre ridículo en una de sus figuras de estilo.En suma, la censura franquista actuó de manera harto consecuente con respecto a sus ideales y estrategias:la humillación sistemática de Pancracio Trapisonda no era un asunto menor. Y lo que se derivó de esaacción preventiva y disciplinaria no dejó de tener su gracia. En realidad, tanta gracia como el subtextoincestuoso por defecto que, cuatro años antes del nacimiento de los Trapisonda, había generado la inter-vención de la censura sobre el Mogambo(1953) de John Ford. Si en la película dos amantes fueron con-vertidos en hermanos por arte de birlibirloque de doblaje, la unidad familiar de los Trapisonda pasó deestar originalmente formada por padre, madre, niño, sobrino y perro a reformularse como la convivenciade un hermano, una hermana, dos sobrinos y un perro. En otras palabras, el franquismo acabó creando,sin saberlo, un nuevo modelo de familia, precario, inestable y acaso incongruente (¿qué tragedia familiarinnombrable e innombrada había reunido a todos esos personajes bajo un mismo techo?, ¿qué es lo quehabía fuera de plano de esas angostas y abigarradas viñetas en las que Ibáñez siempre conseguía colar ungag visual que reforzaba o a veces se desviaba del hilo narrativo principal?).La transformación de los vínculos de parentesco no fue el único elemento flexible en las peripecias deese grupo humano. Por ejemplo, el personaje de la criada Robustiana desapareció de la noche a la ma-ñana, quizá indicando un descenso en el frágil nivel de vida del heterodoxo grupo familiar, siempre conun pie en el desahucio y la intemperie. El propio Pancracio pasaría de ser un pintoresco bombero, capazdesalir a pasear para ver si encuentra algún fuego rampante, a encarnar el perfil del gris oficinista
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reiteradamente despedido por su jefe. Pero si algo se mantenía siempre como constante era, precisamen-te,esahumillación que, pese a todo, los lectores seguían interpretando como una inclemente carta alpadre —a todo padre— y, por tanto, interiorizaban como una programática educación para el desacato.Esta recopilación permite al lector reencontrarse con el glorioso Ibáñez de los 50 y 60 y la lectura con-tinuada y sistemática de las tribulaciones de los Trapisonda, lejos de fatigar por la insistente mecánica delmartirio del padre (o hermano, o tío), ilumina y descubre como elemento expresivo fascinantes solucionesa fondo de plano: les invito a fijarse en el partido que saca Ibáñez a la escultura supuestamente modernaque decora uno de los muebles de la casa o a jugar imaginando lo que hubiese podido ser una familiaTrapisonda dibujada, por ejemplo, por Micharmut, en cuyas historietas se erigiera como protagonista ab-soluto y centro de gravedad ese sofá que funciona como esquivo Edén para las posaderas de ese Pancracioal que siempre le estará negado el solaz.Jordi Costa
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