Comisaría de Wilson

21 de diciembre

Hora: 10.58 pm

Denuncia recibida por: Oficial Jones

—¿Leigh?

Silencio.

El oficial Jones suspiró y se pasó la mano por la cara. La frágil figura de Leigh se estremecía mientras permanecía sentada al otro lado de su escritorio, con los hombros desnudos manchados de sangre al igual que su pálido rostro.

—¿Qué fue lo que pasó, Leigh? ¿De quién es toda esta sangre?

—Yo... él... —Leigh se calló y su rostro se contrajo al recordar algo—. Fue él.

—¿Quién?

—Ya se lo he dicho.

—¿Heist?

Ella asintió.

—¿Tienes alguna prueba de lo que estás diciendo? Esta acusación es muy seria, Leigh.

—Ya le he dado la foto, ¿qué más prueba necesita?

—Necesito mucho más que eso para acusarlo.

—¿Y no tiene suficiente con lo que ha pasado esta noche? ¿Con la sangre?

—No puedo hacer nada hasta que lleguen los resultados del laboratorio, pero tú lo sabes, ¿no, Leigh? ¿De quién es la sangre?

—No lo sé, debería preguntárselo a él.

El oficial Jones abrió su boca para contestar cuando los ojos de Leigh se agrandaron por la sorpresa, al fijar la vista en algo detrás de él. El oficial se giró en su silla y a través del vidrio transparente de su oficina pudo verlo: Heist. El chico venía esposado con un policía a cada lado, y sangre seca en algunas partes de su ropa, que también oscurecía su cabello rubio. Los ojos de Heist se cruzaron con los de Leigh y sus labios se curvaron hacia arriba en una siniestra y torcida sonrisa. Leigh apartó la mirada de inmediato. El oficial sabía que algo estaba pasando, pero ni él ni nadie en el pueblo de Wilson estaba preparado para la magnitud de lo ocurrido. Nadie nunca lo estaría para algo que tuviera que ver con Heist.

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1

Perfección fragmentada

Tres meses antes

22 de septiembre

LEIGH

—Mantente alejada de esa familia, Leigh.

Eso solo hizo que quisiera acercarme más a ellos. ¿Es que mi madre aún no entendía el principio de que cuanto más se opusiera a algo, más curiosidad tendría? Crecí rodeada de noes.

No juegues con niños, solo niñas.

No uses ropa reveladora.

No te desveles.

No digas malas palabras.

No escuches música extraña.

No leas nada que no sea apropiado.

No tengas amigas que yo no apruebe.

No puedes salir después de las siete de la tarde.

No puedes tener acceso a internet y debo autorizar todos los programas de televisión que veas.

No.

Mi madre tenía tendencia a prohibirme cosas sin darme ninguna razón, su respuesta era que ella era mi madre y sabía lo que era mejor para mí; eso o me daba una charla al respecto. Mi hogar era sumamente religioso, de hecho, todo el pueblo lo era. No existía ninguna familia que no asistiera a la iglesia, y aquellos que se atrevían a descarriarse eran aislados y tratados como bichos raros hasta que se rendían y volvían al redil. El pueblo de Wilson había creado su propia religión hacía más de cincuenta años y aún nos regíamos por ella.

El pueblo no tenía una población muy grande así que no fue difícil que la comunidad se volviera cerrada y estuviera entrelazada por nuestra religión. Todas las tiendas, negocios y restaurantes estaban controlados por la gente del pueblo. Wilson atraía a muchos turistas: en verano, cuando nuestros manantiales y cascadas naturales se tornaban frescos, y también en invierno, cuando nuestras montañas se cubrían de blanca nieve. La comunidad era muy permisiva con los turistas, total, según nuestros líderes, eran extranjeros que no sabían comportarse y que solo permitíamos en nuestro territorio para que mantuvieran nuestra economía.

«No se dejen influenciar por las costumbres libertinas que muestren los turistas.»

Ese sermón dominical estaba grabado en mi mente.

—No sabemos nada de ellos, esa familia aún no se ha incorporado a la iglesia —me recordó mi madre—. Hasta que no sean miembros activos y creyentes de nuestra iglesia...

—... no existen para nosotros —terminé la frase por ella.

No tenía que recordármelo; ya no tenía nueve años, sino diecisiete. Mamá probablemente tenía razón, no sabíamos nada de ellos. ¿Serían malas personas? ¿O personas libertinas como los turistas?

Cada vez que alguien se mudaba a Wilson causaba todo un revuelo, desde murmuraciones en los supermercados hasta conversaciones en la iglesia cuando nuestro líder terminaba su sermón. Hice una mueca, balanceando mis pies hacia delante y hacia atrás debajo de la silla alta en la que estaba sentada frente a la mesa de la cocina. Mamá estaba al otro lado, preparando la cena. Su cabello castaño estaba sujeto en una cola alta y llevaba puesto un vestido floreado con mangas que le llegaba por debajo de las rodillas —¡que el Altísimo no permitiera que mostrara algo de piel ni siquiera en casa!— y que protegía con un delantal. Cuando revisó el horno, un delicioso aroma se escapó de él.

—Hummm, ¿sábado de lasaña? —le comenté, poniéndome de pie.

Ella me sonrió y unas ligeras arrugas se le acentuaron en las comisuras de la boca y de los ojos.

—Sí, aún no entiendo cómo no te aburres de la lasaña.

—Es imposible.

—Ve a lavarte las manos, tu padre debe de estar a punto de llegar.

—Sí, señora.

Obedientemente, fui al baño pequeño situado a un lado de las escaleras de la casa y me lavé las manos. Papá era un abogado muy prestigioso y trabajaba en la ciudad. Su carrera nunca tuvo mucho futuro en un pueblo tan pequeño como ese, así que todos los días conducía durante una hora para llegar a su despacho de abogados. Nunca me había querido llevar a sus oficinas, supuse que tenía sus razones. Me conformaba con saber que le estaba yendo muy bien y, gracias a él, podíamos permitirnos vivir con muchos lujos y tener una casa grande y bonita en el mejor vecindario del pueblo.

Gracias al Altísimo por darnos tanto.

No eran muchos los que podían vivir en este barrio, la mayoría de las personas del pueblo tenían trabajos allí mismo con una remuneración estable, pero no suficiente como para comprarse una casa como esta. Muchas de las casas de nuestro alrededor se hallaban vacías, solo algunas estaban ocupadas por familias que, como papá, exploraron la ciudad en busca de mejores opciones.

Por esa razón, nuestros nuevos vecinos llamaron mucho la atención. No solo porque nadie los conocía cuando se mudaron aquí, sino porque un año atrás habían comprado la casa de al lado, la más cara del vecindario, y la habían estado reformando durante todo ese tiempo. Ahora lucía como una mansión de película. Ellos no se mudaron hasta que las remodelaciones terminaron, hacía poco más de una semana.

El día de la mudanza solo vi a una señora rubia treintañera, muy elegante, coordinando al personal que contrataron para bajar las cosas que en su mayoría se veían nuevas, bien empaquetadas. Nadie sabía nada de ellos. Incluso habían contratado a una empresa de afuera para las remodelaciones, así que nadie del pueblo había puesto un pie en esa casa con excepción de la señora Till, la agente inmobiliaria encargada del proceso de venta.

—Tienen mucho dinero, Lilia —le había susurrado la señora Till a mi madre el pasado domingo en la iglesia—. Tienen un acento muy profundo, son alemanes. Solo he visto a la pareja, pero creo que tienen hijos. No tienes ni idea de cómo han remodelado esa casa, con mucho lujo, como esos programas de la televisión donde muestran la casa de los famosos, pura avaricia, Lilia.

Me quedé mirando mi reflejo en el espejo del baño, mi cabello negro estaba recogido en un moño desordenado porque suelto me llegaba a la parte baja de mi espalda, así que me veía obligada a sujetarlo de esa forma si quería que mi cuello respirara un poco. Los ojos negros que había heredado de mi padre lucían llenos de curiosidad en mi reflejo.

«Vamos a jugar, Leigh...»

Esa siniestra voz resonó en mi recuerdo y sacudí la cabeza, cerrando los ojos con fuerza.

Basta, no, ahora yo soy perfecta. Soy completamente normal, todo está bien.

Abrí los ojos, una sonrisa forzada se formó en mis labios, ignorando todo lo demás.

Salí del baño, suspirando y cerré la puerta con el pie. Al llegar a la cocina, estaba a punto de decirle algo a mamá cuando el timbre de la casa sonó, sorprendiéndonos. No porque nunca tuviéramos visita, sino porque en Wilson la gente no se visitaba a la hora de la cena a menos que fueran invitados.

Mi madre se quitó los guantes de cocina y el delantal.

—¿Esperas a alguien?

Meneé la cabeza.

Ambas caminamos hacia la puerta y mi madre echó un vistazo por el agujero.

—¿Quién es? —pregunté, inquieta.

—No los conozco —susurró, antes de levantar la voz—. ¿Quién es? —gritó a las personas que estaban al otro lado de la puerta.

—Buenas noches —contestó una voz femenina—. Somos sus nuevos vecinos.

Oh, la señora Till tenía razón, su acento era profundo.

Mi madre y yo compartimos una mirada y pude ver la duda en su expresión; a ella no le gustaba recibir visitas a esta hora y menos sin la presencia de mi padre, pero tampoco quería parecer descortés.

—Es un poco tarde para visitas —respondió mi madre. La oímos conversar en un idioma que supuse que era alemán con una voz masculina antes de hablar.

—Oh, lo siento, vecina. Es que apenas son las seis, no he tenido en cuenta su horario. Le hemos traído un pastel. Lo he horneado yo misma.

Y eso fue suficiente para que mi madre cediera: si una mujer cocinaba era porque sabía cuál era su lugar como esposa según ella.

—Quédate detrás de mí en todo momento, Leigh.

Asentí.

Mi madre abrió la puerta y me moví un poco a un lado para poder ver a nuestros vecinos. Lo primero que me sorprendió fue la altura y la deslumbrante sonrisa de la mujer. Su largo cabello rubio le caía a ambos lados de su cara. Inconscientemente, mi madre se acomodó el cabello.

—Buenas noches —dijo mi madre con cortesía.

La vecina sostenía una torta con fresas y crema que parecía deliciosa. A su lado, había un hombre de cabello negro con buen aspecto y completamente diferente a ella. Llevaba un traje negro con una corbata azul.

—Mis disculpas por la hora —contestó la mujer—. Somos Mila y Valter Stein. Nos mudamos hace un poco más de una semana, pero no habíamos tenido tiempo de presentarnos.

—Mucho gusto. Nosotras somos Leigh y Lilia Fleming —dijo mi madre. Yo les sonreí, saludando con la mano. Mamá no perdía tiempo en observarlos con cautela—. Bienvenidos al vecindario, me disculpo por no haberlos recibido como se debe, no quería incomodarlos con la mudanza.

—No te preocupes, Lilia. —Mi madre se tensó ante el hecho de que la llamara por su nombre y no señora Fleming—. He preparado este pastel con mucho cariño, espero que nos llevemos bien.

Mi madre recibió el pastel con una sonrisa forzada. Toda la situación se escapaba de su zona segura, lidiar con extraños no era algo que manejara bien.

Parecía que el encuentro fugaz estaba llegando a su fin cuando escuchamos unas voces que se acercaban desde un lado de la casa, seguidas de una risa femenina y luego de más voces. Fruncí el ceño porque no entendía nada de lo que decían, de nuevo ese idioma rudo y vocal.

—Oh. —La señora Stein se giró—. No se preocupen, solo son mis hijos.

¿Hijos?

Tres figuras aparecieron a un lado del porche rodeando la casa para llegar a la puerta, eran dos chicos y una chica que no podía ver bien en la oscuridad, venían bromeando en lo que supuse que era alemán.

El señor Stein se giró hacia ellos y les susurró algo en alemán que sonaba como una regañina. Los tres se callaron y subieron las escaleras del porche obedientes. Ahora, visibles bajo la luz, pude fijarme en ellos.

Los tres eran altos, de mi edad aproximadamente y muy atractivos, como sus padres. La chica tenía el cabello negro, una melena corta que le llegaba por la mandíbula, ojos de color azul oscuro y una cara fina y perfilada muy bonita. Llevaba puesta una falda que apenas le llegaba a las rodillas y una camiseta que marcaba de manera obvia sus generosos pechos. Solo su forma de vestir ya sería todo un escándalo en el pueblo.

—Esta es Kaia —presentó la mujer.

Kaia nos sonrió, sus ojos se cruzaron con los míos por un segundo y bajé la mirada.

Uno de los chicos se puso al lado de Kaia y en ese momento me percaté de lo parecidos que eran: él parecía una versión masculina de ella, con el mismo cabello negro, los mismos ojos azules oscuros y muy parecidas facciones.

—Y este es su mellizo, Frey.

Frey asintió a modo de saludo, con una expresión fría.

Sentí unos ojos sobre mí y me atreví a levantar la mirada, pero no eran los mellizos, sino el chico que estaba detrás de ellos quien me estaba observando. Un poco más alto que sus hermanos, su cabello rubio rebelde se escapaba de la capucha negra que llevaba puesta. Tenía unos ojos azules claros que parecían grises bajo esa luz. Su cara era mucho más varonil que la de Frey, de pómulos bien marcados y unos labios tintados de rojo por lo que parecía un chicle que mascaba casualmente. Él hizo una burbuja con el chicle y la explotó, aún mirándome.

—Y este es mi hijo mayor Heist.

Heist...

No sabía por qué su mirada estaba haciendo que mi corazón latiera de esa forma. Ni siquiera lo conocía. Aparté los ojos de él, escondiéndome un poco detrás de mamá.

Heist dio un paso al frente, se colocó en medio de sus hermanos y sonrió a mi madre, extendiendo su mano hacia ella.

—Mucho gusto.

Su voz era demasiado profunda para su edad. Mi madre tomó su mano brevemente y la soltó.

Heist me echó un vistazo y yo miré hacia otro lado.

—¿Y ella es...? —Él dejó la pregunta en el aire.

—Es mi hija, Leigh. —Mi madre cortó de inmediato.

—¿Y Leigh no habla?

—No me gusta que hable con desconocidos. —Mi madre estaba perdiendo su actitud de cortesía.

Heist abrió la boca para decir algo, pero su madre lo sujetó de un brazo, haciéndolo retroceder.

—Ha sido un placer —dijo la señora Stein—. Gracias por recibirnos sin avisar y por aceptar mi pastel. Esperamos verlas pronto, que tengan una linda noche.

—Buenas noches. —Mi madre no disimuló su tono cortante y cerró la puerta, pero antes de que se cerrara por completo, mis ojos se encontraron con los de Heist y una leve sonrisa curvó sus labios antes de perderlo de vista.

Algo me decía que la llegada de esa familia complicaría no solo las cosas en el pueblo, sino también en mi vida, y tenía razón.

Y todo comenzó con un suicidio.

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2

Costumbres rotas

LEIGH

—La tragedia ha golpeado nuestra preciada comunidad.

Suspiré con tristeza al escuchar a nuestro líder. Estábamos en la iglesia y había un ataúd blanco frente a él.

—Payton era una jovencita brillante, con un futuro increíble por delante. Hoy la despedimos con tristeza y le pedimos al Altísimo que la reciba en sus brazos, brindándole su perdón y su amor.

Payton Fowler, de diecinueve años, fue encontrada sin vida en su habitación tras ingerir dos botes de pastillas tranquilizantes. La nota suicida no fue revelada por consideración a los padres. Era la primera vez que algo así pasaba en Wilson y el pueblo estaba anonadado. Nadie quería creerlo, el suicidio era un tema intocable allí.

No podía negar que estaba triste; nunca había hablado mucho con Payton, pero al ser casi de mi edad, siempre coincidíamos en los mismos eventos juveniles de la iglesia y en el instituto. Era una chica muy obediente, recatada y con una sonrisa amable para todo el mundo, ella era la líder de las Iluminadas, el grupo al que se unían las jóvenes de nuestra iglesia cuando cumplían dieciocho años.

«Espero que estés en paz, Payton, que el Altísimo te bendiga.»

Jugué con las manos sobre mi regazo, mientras escuchaba a nuestro líder. Mi vestido negro me llegaba por debajo de las rodillas y mi cabello estaba recogido en una cola apretada y bien peinada. Nada de maquillaje o pintura de uñas, no era apropiado para un velorio.

Al terminar en la iglesia, fuimos al cementerio para el entierro. Nubes negras oscurecían el cielo como si el clima también se uniera a la despedida de Payton. El fresco aire del otoño ya nos envolvía, anunciando la despedida del verano.

Permanecí de pie al lado de mi madre mientras observábamos al señor y a la señora Fowler llorar desconsolados por su hija, su ataúd listo para ser enterrado, rodeado por todos los asistentes vestidos de negro.

Mis ojos recayeron sobre la familia líder de nuestra iglesia: los Philips. La señora Philips llevaba un vestido negro y el señor Philips, nuestro líder, un elegante traje. Mi mirada se centró en su hijo menor: Carter Philips, el chico de ojos dulces y cara linda por el que siempre le había pedido a nuestro Altísimo. Él me dedicó una sonrisa de simpatía y yo se la devolví, sonrojándome un poco.

De pronto, el silencio reinó en el lugar y todo el mundo empezó a mirar por detrás de nosotros. Mi madre y yo nos giramos para ver qué pasaba y mis labios se abrieron por la sorpresa.

Los Stein.

La señora Stein llevaba puesto un vestido rojo muy elegante, que le llegaba a las rodillas y dejaba sus hombros al descubierto. Llevaba su cabello rubio suelto, algo ondulado en las puntas. Su maquillaje era impecable; su pintalabios, rojo fuego, y caminaba con mucha habilidad con unos tacones altos oscuros. Ella sonrió al ver toda la atención que despertaba; llevaba un ramo de rosas rojas inmenso en sus manos. Su marido iba a su lado. Vestía un traje oscuro con una corbata roja como si quisiera hacer juego con la ropa de su esposa. Su cabello negro, peinado hacia atrás a la perfección.

Detrás de ellos, venían sus hijos.

Kaia también iba con un vestido rojo, el mismo pintalabios fuego que llevaba su madre; su cabello negro corto realzaba los perfilados rasgos de su cara. Frey la llevaba de la mano, él también vestido con traje oscuro y corbata roja, como su padre; su cabello negro estaba ligeramente desordenado.

Y Heist...

No sabía qué era lo que tenía ese chico que llamaba tanto mi atención; a la luz del día podía observarlo mejor y realmente era muy atractivo tan fuera de lo común allí en el pueblo.

Heist llevaba puesto un traje oscuro con una corbata roja como su padre y su hermano. Su cabello rubio estaba bien peinado hacia atrás, revelando sus marcadas facciones y su mandíbula. A plena luz del día, sus ojos azulados claros se veían un poco más grises.

La señora Stein pasó por nuestro lado, sonriéndonos a mi madre y mí y asintiendo a modo de saludo.

Mis ojos se encontraron con los de Heist por un segundo y, de nuevo, esa sonrisa ligera curvó sus labios hacia arriba hasta que también pasó por nuestro lado.

«¿Por qué me sonríe de esa forma? ¿Qué le parece tan divertido?»

La señora Stein le susurró algo a los padres de Payton y puso las flores sobre el ataúd que estaban comenzando a bajar para enterrarlo. La madre de Payton la miró molesta al ver su vestimenta y su maquillaje. De hecho, todos a nuestro alrededor estaban cuestionando y criticando a la familia Stein por atreverse a romper nuestro código de vestimenta y respeto.

El silencio fue reemplazado por murmullos, críticas y sacudidas de cabeza.

«¿Cómo se atreven?»

«Ni siquiera conocían a la chica.»

«¿Por qué han venido?»

«Las mujeres de esa familia no conocen el respeto.»

«Ellas mostrando toda esa piel, qué vergüenza.»

Los Stein se dieron la vuelta, alejándose del ataúd para venir a nuestro lado y quedarse ahí, presenciando el entierro. Frey se paró a mi lado y no pude evitar echarle unas cuantas miradas.

¿Cómo es que todos en esa familia son tan... diferentes a nosotros?

Parecían salidos de un retrato familiar antiguo, la perfección y simetría de sus atuendos, sus rostros atractivos, como esculpidos en mármol sin defectos. La clase y la elegancia que todos portaban.

«Ellos no pertenecen a este pueblo.»

Estaba segura de que después de ese día, la gente hablaría de ellos y los repudiaría tratándolos como a una plaga. Intenté no quedármelos mirando como una idiota. De repente, el teléfono de mi madre comenzó a vibrar y ella me hizo señas de que enseguida volvía, probablemente era mi padre.

Con mi madre lejos, me atreví a girar la cara para mirar a Frey, que no se movía en absoluto y mantenía sus ojos al frente en todo momento.

Pero entonces, Heist caminó detrás de su familia, silencioso como un depredador cazando, y se quedó detrás de nosotros, entre Frey y yo. Lo podía sentir detrás de mí y dejé de mirar a Frey de inmediato.

El líder prosiguió con la despedida a Payton, con palabras de aliento para sus familiares y pidiéndole al Altísimo que la recibiera en su reino, a pesar de todo.

Heist chasqueó la lengua.

Apreté mis manos en mis costados. ¿Se estaba burlando de nuestro líder? ¿Para eso habían venido? ¿Para burlarse de nuestras costumbres? ¿Por eso iban vestidos así?

Por encima del hombro, le eché un vistazo a Heist, quien mostraba esa típica sonrisa torcida que me había dedicado antes. Lo vi dar un paso hacia delante, quedando tan cerca de mí que solo tendría que moverse un poco para que nuestros cuerpos se rozaran.

Miré hacia el frente de inmediato sin saber qué hacer. Todos a mi alrededor estaban escuchando al líder atentamente.

—Leigh —susurró él en mi oído con esa voz profunda que tenía.

Di un pequeño brinco porque no lo esperaba, lo ignoré por completo.

—Eres como un ave enjaulada, Leigh —me susurró tan cerca del oído que estaba segura de que solo yo podía escucharle, su acento saliendo a relucir—. Pero en vez de metal y rejas, te encarcelan doctrinas y creencias cuestionables.

¿De qué estaba hablando? ¿Quién se creía que era para hablarme? No lo conocía.

—Me pregunto si debería liberarte —su voz adquirió un hilo de diversión— o destruirte.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo ante sus palabras.

¿Destruirme? ¿Me estaba amenazando?

Estaba a punto de girarme para confrontarlo cuando él habló de nuevo.

—Ojos al frente, Leigh, no seas irrespetuosa.

El sarcasmo en su voz me indignó, lo absurdo de la situación me tenía confundida, no estaba acostumbrada a lidiar con personas así de groseras y que me hablaran sin conocerme.

Necesitaba que mamá volviera, sabía que Heist me estaba hablando porque me vio sola. El líder culminó con el entierro y cuando creí que las cosas no podían empeorar, lo hicieron.

Comenzó a llover y la lluvia centró la atención de todos. Algunas personas empezaron a irse; otras sacaban sus paraguas. Oh no, mamá tenía el paraguas. Sin embargo, en ese momento me di cuenta de que llovía, pero yo no me estaba mojando.

Alcé la mirada para ver un paraguas inmenso sobre mí, me giré y me quedé frente a Heist, quien lo sostenía con una expresión arrogante en su rostro.

—Hola, Leigh.

Él habló como si no acabara de decirme todas esas cosas sin sentido hacía unos minutos. Era la primera vez que lo tenía frente a mí de esa forma. Su atractivo rostro me inquietaba y me estaba poniendo nerviosa, pero eso no me haría olvidar lo que acababa de decir.

—¿Qué ha sido todo eso?

—¿Qué? —fingió inocencia.

—Todo lo que me has dicho.

—No sé de qué hablas. —Se encogió de hombros.

Heist dio un paso hacia mí y ambos quedamos debajo del paraguas; era muy grande.

—Tengo que irme —dije dando un paso para alejarme, pero Heist bloqueó mi camino, aún cubriéndome con su paraguas.

—Estoy siendo cortés al no dejar que te mojes —me informó—. ¿Por qué no me dejas escoltarte hasta allá? —Señaló la iglesia, nuestro cementerio quedaba justo al lado de ella.

Ya estaba lloviendo a cántaros, el agua que golpeaba la tierra chispeaba en mis zapatos y en mis piernas.

En silencio, caminé a su lado lo más rápido que pude. Heist me ponía muy nerviosa, había algo en él que me aterraba, pero que también me despertaba mucha curiosidad.

—No hablas mucho, Leigh.

—No suelo hablar con desconocidos.

—¿Repites todo lo que tu madre dice? —Soltó una risita de burla—. ¿No tienes tu propia personalidad?

Me detuve abruptamente, estábamos a mitad de camino, pero ya no había nadie a nuestro alrededor, solo tumbas.

—¿Quién te crees que eres? Si tengo o no personalidad, no es tu problema, así que deja de hacer comentarios arrogantes como si me conocieras.

La sonrisa de Heist se ensanchó.

—Ahí está.

—¿Qué?

—Esa rabia, esa personalidad volátil que debes de tener, reprimir tantas cosas por tanto tiempo tiene su precio, puedo imaginarme el volcán que en realidad eres, Leigh Fleming.

—¿Así le hablas a las personas que apenas conoces? Suenas como un loco.

—Fuchsteufelswild.

—¿Qué?

—«Loco» no sería el adjetivo que yo usaría. —Él se acercó más a mí. La lluvia golpeaba con fuerza el paraguas sobre nuestras cabezas y todo a nuestro alrededor lucía blanco por la potencia del agua. Estaba segura de que nadie podía vernos—. Sin embargo, ¿no te muestras demasiado confiada con alguien que piensas que está loco?

—¿Estás tratando de asustarme?

—No. —Él se inclinó hacia mí, sus ojos azulados atravesando los míos—. Aquí estás, Leigh, a solas con un chico en medio de la lluvia donde nadie puede vernos. ¿No tienes prohibido estar a solas con chicos?

¿Cómo sabía eso?

—Solo me estoy protegiendo de la lluvia. ¿Crees que quiero estar aquí contigo? Sigamos caminando, terminemos con esto. —Pero Heist no se movió.

—Solo tengo una pregunta antes de irnos.

Lo miré de frente, cruzando los brazos sobre mi pecho.

—¿Qué?

—¿Qué harías si te beso, Leigh?

Me lo quedé mirando, sorprendida, y cuando se inclinó hacia mí, me tapé la boca con la mano.

Heist se echó a reír.

—Sabía que tu reacción sería divertida.

—Estás loco.

—Ya lo has dicho. —Extendió la mano hacia el camino—. Después de ti, señorita.

Estábamos a punto de llegar a la iglesia y Heist se detuvo, me dio el paraguas y salió del mismo. La lluvia que caía sobre él lo empapó en segundos. Su cabello rubio lucía oscuro al mojarse y pegarse a los lados de su cara.

—¿Qué estás haciendo? —pregunté, confundida. Por el Altísimo, llevaba un traje que no se veía barato.

—A tu madre no le gustaría vernos llegar juntos a la iglesia —explicó—; no quiero causarte problemas. Además —señaló el paraguas—, eso te dará una excusa para verme de nuevo. Tendrás que devolvérmelo, ¿no?

Abrí la boca para decir algo, pero él me cortó.

—Nos vemos por ahí, Leigh. —Se despidió con la mano—. Ah, y hoy lo he confirmado.

—¿Qué?

—Que me voy a divertir mucho contigo.

Y con eso se dio media vuelta, desapareciendo en la lluvia.

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3

Mala reputación

LEIGH

«¡Escuché que no han ido a la iglesia!»

«Son alemanes, ¿no?»

«¡Tienen mucho dinero!»

«¡Fueron al entierro de Payton!»

«¡La señora y la hija iban de rojo, qué irrespetuoso!»

«¡Ellas mostraron tanta piel, desvergonzadas!»

Los Stein eran el tema principal de los susurros en los pasillos del instituto cuando volví a clases. En realidad, lo habían sido toda la semana. Y los entendía, esa familia era diferente, y con sus acciones en el entierro solo llamaron más la atención.

—¡Leigh! —Mary, una de mis amigas, me llamó. Apareció en el pasillo, agitando su mano en el aire.

Le dediqué una sonrisa amable y la esperé.

—Que el Altísimo esté contigo. —Tomó mi mano.

—Que así sea.

—Tenemos que hablar —comentó al soltarme—. ¿Estuviste en el entierro ayer?

Ya sabía por dónde iba eso.

—¿Los viste? —preguntó, curiosa—. ¿Es verdad que la señora y la hija fueron de rojo, incluso maquilladas?

Asentí.

—Oh, por el Altísimo, qué falta de respeto. ¿Los señores Fowler no los echaron de allí de inmediato?

—Creo que estaban ocupados enterrando a su hija, Mary.

—Claro, claro, tienes razón. —Mary se acercó para susurrar—: Oye, ¿es verdad que los chicos son muy atractivos? —susurró la última palabra como si fuera un delito.

—Mary.

—¿Qué? Es solo curiosidad.

—Son atractivos —le confirmé—. Pero —recordé la sonrisa torcida de Heist—, no lo sé, no me dan buena espina.

—Nada de esa familia da buena espina: el misterio, cómo faltan al respeto a nuestras costumbres abiertamente..., escuché que hicieron un numerito en uno de los supermercados también, es como si estuvieran retándonos.

Eso me hizo recordar las palabras de Heist.

«Eres como un ave enjaulada, Leigh, pero en vez de metal y rejas, te encarcelan doctrinas y creencias cuestionables.»

Doctrinas y creencias cuestionables. ¿Eso eran nuestras creencias para ellos?

—¿Leigh?

—¿Ah?

—Te has quedado en blanco. ¿Estás bien?

—Sí, sí.

—Bueno, al parecer, los hijos Stein comienzan la semana que viene.

—¿Cómo sabes eso?

—Soy Mary, lo sé todo.

—Claro.

Entramos en nuestra clase, la mayoría de nuestros compañeros ya estaban ahí.

—¿Has estudiado para el examen?

Mary no respondió, haciéndose la loca.

—Mary, necesitas sacar buena nota en esta evaluación.

Mary suspiró.

—¿Crees que no lo sé? —Hizo un puchero—. Es que no puedo, Leigh, lo intento y lo intento, pero las matemáticas no son lo mío.

La miré con comprensión, porque sabía que ella lo había intentado. Hasta yo había intentado explicárselo, pero le resultaba muy difícil. Ella era muy buena en química, así que cada una tenía habilidades diferentes.

Al salir de clase, nos encontramos en el pasillo con Natalia y Jessie. Natalia solía ser mi mejor amiga en el colegio, pero el año anterior nuestra amistad llegó a su fin por culpa de un chico: Rhett. Natalia estaba loca por él y cuando él se me declaró una tarde después de una reunión juvenil en la iglesia, todo cambió drásticamente. La familia de Natalia redujo su participación en la iglesia, lo que le dio más libertad. Ella quería romper las reglas mientras que yo, por mi parte, las seguía, así que comenzamos a distanciarnos.

Ella se distanció poco a poco hasta que nos volvimos dos desconocidas.

Su nuevo grupo de amigas era conocido por andar en las calles después de las siete, ir con chicos e, incluso, tener sexo. A veces me moría de curiosidad por preguntarles si todo eso era cierto, qué hacían y si de verdad ya habían hecho algo tan pecaminoso como tener sexo, pero me contuve, sabía que mis preguntas no serían bien recibidas. Eran cinco chicas, pero me alegraba que no anduvieran todas juntas en ese momento; todas juntas eran insoportables. Solo estaban Jessie y Natalia ese día.

—Oh, pero si es la virgen Mary y su lacaya Leigh —nos saludó Jessie; Natalia permaneció callada a su lado—. Leigh, creo que enseñas tus piernas demasiado.

Instintivamente, bajé la mirada para revisar la falda de mi uniforme, que me llegaba por las rodillas correctamente. Ellas se echaron a reír.

—¿En serio que te lo has revisado? Ah, no cambias.

Mary les hizo frente, apretando las manos a sus costados.

—Déjennos pasar.

—¿O qué, idiota? —preguntó Jessie—. ¿Nos van a acusar? Ya saben cómo terminará eso.

Habíamos denunciado por acoso a ese grupo muchas veces a la directora, pero no les pasaba nada, solo reprimendas y alguna que otra suspensión de un día. Era inútil.

—Oye, Leigh. —Jessie echó su cabello a un lado sobre sus hombros—. Tienes nuevos vecinos, ¿no? Mis chicas los vieron ayer en el entierro; lamentablemente, no pude asistir y verlos por mí misma. ¿Ya los conoces? Tal vez nos podrías presentar.

—No los conozco.

—Ah, es que eres inútil hasta los huesos —dijo ella mientras sacaba algo de su bolsillo: un teléfono. ¡Guau, Jessie sí que tenía libertades! No era común dejar tener teléfonos móviles a los jóvenes en el pueblo ya que eso significaba tener acceso ilimitado a internet, que estaba lleno de provocaciones. Ella me mostró la pantalla del teléfono.

La página decía Facebook y abajo había un evento.

A todo el pueblo de Wilson, la familia Stein los invita a conocer su hogar y su familia.

Lugar: Casa Stein

Fecha y hora: Viernes, 8 pm

Mis ojos bajaron del teléfono móvil a la muñeca de Jessie, a un colorido tatuaje de un pequeño corazón rodeado de pájaros volando como si salieran del mismo. No me podía creer que tuviera un tatuaje.

Jessie bajó su teléfono móvil.

—Invita a Natalia a tu casa esta noche, viernes de pijamada, y así podrán escaparse e ir a la fiesta.

—Estás loca si crees que la invitaré a mi casa.

Natalia alzó una ceja, pero fue Jessie la que siguió hablando.

—Oh, pero lo harás, mi querida Leigh. —Me pasó el dedo por el rostro en una caricia amenazante—. Esta tarde llegarás a casa y le dirás a la señora Fleming que Natalia ha recapacitado, que quiere volver a ser una niña buena y que la has invitado a una pijamada para hablarle del buen camino que debemos seguir.

Mary le echó una mirada de pocos amigos.

—La única razón por la que no te digo que me invites es porque todas conocemos a Lilia, jamás te dejaría tener una pijamada con una desconocida para ella como yo, pero Natalia es diferente, ¿no?

—¿Por qué no va ella sola si tanto quiere ir? Déjenme fuera de esto.

Me molestaba que Natalia no hablara por sí misma. ¿Es que ya no tenía voz propia?

—Su familia le da libertades, sí, pero digamos que no aprecian demasiado a los Stein después de la fama que se han ganado de ser irrespetuosos, así que no la dejarán ir. En cambio, una pijamada con su ex mejor amiga, que es una santa, es fácil.

—¿Por qué debería hacer lo que tú dices?

—Tú sabes por qué. ¿Quieres hacerme enojar, Leigh? ¿Quién sabe qué podría revelar Natalia si nos haces enojar?

Chantaje.

Natalia sabía muchas cosas de mí y había una en concreto que me aterraba. Si lo revelaba, mi vida sería un caos. Nadie podía enterarse.

Sentí la mirada de Mary sobre mí. Ella le tenía miedo a Jessie, apenas le respondía pero me habló, confundida.

—¿Leigh? No tienes que hacerlo, no...

—De acuerdo —respondí, mirando a Natalia—, llega a las seis. Mamá sirve la cena a las siete.

Pasé por su lado, la rabia incendiando mi pecho.

«¿Cómo pueden usar mis secretos más vulnerables de esta forma?»

—¡Gracias, querida amiga! —escuché gritar a Jessie detrás de mí.

La impotencia corrió por mis venas con libertad, no entendía cómo Natalia se había hecho amiga de Jessie. ¿Acaso eso era lo que nos pasaba cuando nos alejábamos de nuestra religión?

Que el Altísimo la haga entrar en razón.

Mi día siguió como si nada, pero mi humor estaba arruinado y solo pensar que tendría que dormir con Natalia me indignaba.

A la hora de la salida me pidieron que fuera a la oficina de la directora. La señora Philips era la esposa del líder de nuestra iglesia; como he dicho, éramos una comunidad muy cerrada.

«¿He hecho algo malo?»

«¿Acaso me vio conversando con Natalia y quiere regañarme por eso?»

Entré en la oficina y la directora y yo nos dimos la mano.

—Que el Altísimo esté contigo.

—Que así sea —dije, sonriendo al soltar su mano.

—Toma asiento, Leigh —me indicó, volviendo a su silla al otro lado del escritorio—. ¿Quieres tomar algo? ¿Agua? ¿Té?

—No, gracias.

«Solo dígame que no estoy metida en problemas.»

—Bueno, Leigh, la razón por la que te he llamado esta tarde —hizo una pausa, sonriendo—, la verdad, estoy muy emocionada, ¡el tiempo ha pasado tan rápido!, creciste de un día para otro.

La miré confundida.

—En fin, tu cumpleaños es muy pronto —me informó, yo lo había olvidado por completo—, dieciocho años, Leigh, ya casi eres una joven adulta. ¿Estás emocionada?

Jugué con las manos sobre mi regazo.

—Supongo.

—Bueno, como miembro de nuestra iglesia, sabes lo que eso significa, ¿no?

Asentí.

—Es hora de que te unas al grupo de las Iluminadas.

—Que así sea —dije en modo de agradecimiento.

—Mi esposo y yo estamos muy orgullosos de tu desempeño en la iglesia hasta ahora y, con la trágica partida de Payton, queremos que seas la líder de las Iluminadas.

—¿Yo? —Me señalé. No cualquiera se convertía en líder de alguno de los grupos de nuestra iglesia. Era un honor y mi madre se moriría de orgullo—. ¿De verdad?

—Sí, Leigh, estamos muy complacidos contigo. Eres una jovencita brillante que ha llevado nuestras creencias en alto. —No lo podía creer—. Eres la indicada para liderar el grupo; grandes cosas os esperan a ti y a tu familia.

—Que así sea —dije, conteniendo mi alegría.

—¿Aceptas, Leigh?

—Por supuesto, es un honor servir a nuestro Altísimo como líder.

Ella se puso de pie de golpe y rodeó el escritorio para abrazarme.

—Bienvenida al equipo de liderazgo.

Mamá estaba tan contenta que me dejó usar el ordenador de la sala para utilizar internet por una hora. La mayoría de las páginas con contenido inapropiado estaban bloqueadas, pero pude entrar en la aplicación de Messenger que usábamos las de mi grupo de la iglesia cuando podíamos acceder a internet. Solo tenía agregadas a las chicas de mi grupo juvenil.

Mary dice: ¡Felicitaciones, Leigh!

Adriana dice: ¡Es una bendición del Altísimo!

April dice: ¡Nadie se lo merece más que tú!

Cuando terminé de hablar con ellas, subí a mi habitación. Mamá ya había comenzado a preparar la cena y volví a la realidad de que Natalia vendría a cenar, posiblemente a causarme problemas que no quería en esos momentos.

Me paré frente a la ventana para ver el atardecer, una costumbre que siempre había tenido. Olvidé que la casa de al lado ya no estaba desocupada y no esperaba captar movimiento en su patio. Eso atrajo mi atención y el cielo anaranjado del atardecer quedó olvidado.

Él estaba de espaldas, pero por la sudadera con capucha negra que llevaba puesta sabía que era Heist. Vestía una parecida la noche que su familia vino a nuestra casa. Alzó sus brazos con un hacha en las manos y la bajó de golpe, cortando un pedazo de madera por la mitad. Despegó el hacha del tronco que había usado como apoyo y dio un paso atrás para recoger otro pedazo de madera y ponerlo en el tronco de apoyo y hacer lo mismo.

El movimiento repetitivo hizo que la capucha se deslizara y dejara su cabello rubio expuesto, confirmándome que era él. Arrugué mis cejas. ¿Por qué estaba cortando madera en esa época del año? Aunque el otoño ya había comenzado, aún no hacía frío como para usar la chimenea. De hecho, ese día había sido inusualmente caluroso.

«¿Y a ti qué más te da, Leigh? Tal vez quiere guardar la leña para más adelante; tiene sentido, así no tendrá que congelarse cortando leña en pleno otoño o, peor aún, en invierno.»

Ni siquiera sabía por qué perdía mi tiempo observándolo hacer algo así. Estaba a punto de alejarme de la ventana cuando pasó.

Heist puso el hacha a un lado y agarró el extremo de su sudadera y se la quitó por encima de la cabeza, los músculos de su espalda contrayéndose cuando se la sacó por completo.

Mi primer instinto fue apartar la mirada. Sentía mis mejillas calentándose. Sin embargo, mis ojos curiosos volvieron a esa vista. Heist se amarró la sudadera en la cintura, la piel pálida de su espalda al descubierto y tomó el hacha de nuevo.

Se giró para buscar otro pedazo de madera a su lado, quedando de perfil. Pude ver los músculos de sus brazos, de su pecho, de su abdomen. Él puso la madera en el tronco de apoyo y estiró su brazo con el hacha, dejando la punta de esta sobre la madera, y caminó alrededor del tronco hasta quedar frente a mí. Por un momento pensé que me vería, pero mantuvo sus ojos sobre la madera en todo momento.

Él alzó el hacha y partió el pedazo de madera en dos de un solo golpe y entonces levantó su mirada y esos ojos azulados se encontraron con los míos.

Un jadeo de sorpresa salió de mis labios y Heist ladeó su cabeza, curvando solo un lado de su boca en una ligera sonrisa.

De inmediato, aparté la mirada, cerré las cortinas y me alejé de esa ventana. Podía sentir mi corazón desbocado en mi pecho.

No sabía qué era lo que tenía ese chico, pero solo sabía que me traería problemas involucrarme con él o su familia, y tenía que evitarlo, sería una líder ejemplar de la iglesia. Bien, ayudaría a Natalia esa noche, pero después de eso, me mantendría alejada de los Stein.

En especial de Heist Stein.

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4

Hogar perfecto

LEIGH

—¡Agáchate! —me ordenó Natalia.

Después de cenar con mis padres y decir que íbamos a dormir, nos habíamos escapado de la casa y estábamos pasando frente a la ventana del cuarto de mis padres, así que teníamos que ser muy cuidadosas.

Natalia llevaba puestos unos tejanos y una camiseta escotada que hacía que sus pechos se vieran más pronunciados. Su cabello ondulado caía a los lados de su cara, su piel morena contrastaba con su colorida camiseta. Debido a su insistencia, me puse un vestido de flores con mangas que, por supuesto, quedaba un poco por debajo de mis rodillas. Mi cabello negro enrollado en círculos hasta hacer un moño perfecto.

«No me puedo creer que esté haciendo esto.»

No me gustaba romper las reglas, no servía para eso, y el hecho de que lo estuviera haciendo en contra de mi voluntad me molestaba aún más.

También estaba el hecho de que, si había gente del pueblo ahí, seguro que le contarían a mi madre que me habían visto. Nadie se guardaba nada por aquí, en especial, cuando me vieran con Natalia y sin mis padres. La reputación de Natalia estaba por los suelos.

El jardín de la casa de los Stein era hermoso, con una fuente en el medio que tenía una estatua peculiar de un ángel con la mano estirada hacia arriba, como si quisiera alcanzar el cielo, y las alas rotas a sus pies.

¿Un ángel caído?

Al llegar a la gran puerta de madera fue cuando sentí el peso de lo que iba a hacer. No me había puesto nerviosa hasta ese momento, pero ahora sabía que estábamos a un toque del timbre de enfrentarnos a esa familia tan extraña.

Solo una puerta me separaba de ver a Heist otra vez.

«Me pregunto si debería liberarte o destruirte.»

«Que me voy a divertir mucho contigo.»

Ese chico me daba malas vibras, pero por alguna extraña razón también sentía mucha curiosidad por saber qué tipo de persona era Heist. ¿Era por su atractivo? ¿O por la forma enigmática y arrogante en la que hablaba como si lo supiera todo?

Natalia tocó el timbre, acomodando sus pechos y yo volteé los ojos.

La señora Stein, elegante como siempre, con un vestido negro que se ajustaba a su figura y su cabello rubio en un moño trenzado muy bonito, abrió la puerta.

—Oh, Leigh. —No podía creer que recordara mi nombre—. No esperaba que vinieras, pero me alegra mucho.

Natalia me dedicó una mirada de «¿No los conocías? Mentirosa» antes de extenderle su mano a la señora Stein.

—Mucho gusto, soy Natalia. Una amiga de Leigh.

La señora Stein evaluó el atuendo de Natalia y pareció sorprenderle que una chica del pueblo se vistiera así y no la culpaba, no era lo usual. Ella nos sonrió.

—Bienvenidas, chicas, gracias por venir, adelante.

Entramos en la casa y vi que la señora Till tenía razón, esa mansión parecía de otro mundo. Había un candelabro de cristales inmenso en medio de la sala, una ondulante escalera de escalones de madera bien pulidos a un lado. Los cuadros, las paredes, los bordes de una chimenea hermosa y las decoraciones eran una combinación de dorado con blanco muy distinguida.

«Esta gente es más que adinerada. ¿Por qué han venido a vivir aquí? ¿Por qué vendrían a un pueblo tan poco conocido con una comunidad tan cerrada como la nuestra?»

Para mi sorpresa y alivio, la sala estaba vacía. La señora Stein caminó delante de nosotras para señalarnos una mesa con una variedad de comida para probar.

—Honestamente, no pensé que alguien vendría, he estado esperando un buen rato. —Ella suspiró—. Supongo que la gente del pueblo no revisa mucho el Facebook.

«En realidad, le están aplicando la ley del hielo, señora. Y no pararán hasta que se adapte a nuestras costumbres.»

Quise decirlo pero me contuve. Natalia no podía disimular, su boca abierta, ojeando todo el lugar.

—Tiene una casa muy hermosa, señora Stein.

—Gracias, Heist diseñó las remodelaciones.

—¿Heist? —preguntó Natalia.

—Mi hijo mayor, Heist, se interesó por el diseño de interiores el año pasado así que dejamos que se encargara él. Nos encantó el resultado pero, al parecer, ha dejado de interesarle. Heist tiende a aburrirse de las cosas con facilidad, a pesar de que no hay nada que no pueda hacer bien si se lo propone. Mi hijo es un genio. —La señora Stein se cubrió la boca, apenada—. Lo siento, una vez que comienzo a hablar de mis hijos no paro.

—No se preocupe. —Natalia tenía su expresión de falsa amabilidad puesta a toda potencia—. Y si me permite decirlo, sus hijos son tan atractivos como usted.

Me aguanté las ganas de voltear los ojos.

La señora Stein soltó una risita.

—Gracias, lo sé, son mi orgullo. En especial, mi Heist, que sacó mi cabello y mis ojos.

Heist. Heist. Heist.

Enseguida vi quién era el hijo favorito de esa señora.

Escuché voces que provenían de un pasillo al lado de la chimenea y mi corazón comenzó a latir desesperado por la anticipación. No sabía si era miedo, emoción o nervios; no entendía el efecto que Heist tenía sobre mí.

Frey y Kaia salieron del pasillo, sus caras de facciones tan parecidas mostraron sorpresa al vernos.

—Oh, hola, se ha cumplido tu sueño, madre, han venido a visitarte —dijo Kaia; su acento no era tan notable como su sarcasmo.

Natalia se presentó, con sus ojos sobre Frey la mayor parte del tiempo y yo aproveché mi silencio para fijarme bien en los gemelos. Frey era un poco más alto que Kaia, su cabello negro caía desordenado a ambos lados de su cara y sus ojos de color azul oscuro eran algo más profundos que los de su hermana. Su expresión impasible era fría y me daba la impresión de que Frey no era de muchas palabras con personas ajenas a su familia. Al sentir mi mirada, Frey me ojeó por un segundo, con una expresión clara de indiferencia.

Kaia se paró frente a mí.

—Qué bueno verte de nuevo, Leigh, y sin tu madre —comentó—. Entre nosotras, ella me asusta un poco. Es muy estricta, ¿no?

—Solo protege nuestras creencias muy bien. —No quise sonar a la defensiva, pero no me gustó el tono con el que se refirió a mi madre, como si la juzgara.

Algo de los Stein desataba mi lado defensivo, casi grosero.

—¿Dónde está Heist? —preguntó la señora Stein.

Kaia se encogió de hombros.

—Como si lo supiera, ya sabes cómo es.

«¿Por qué me desilusiona la posibilidad de que no esté aquí? Debo de estar loca, tal vez la locura de ese ser se me pegó en el cementerio.»

Pero si él estaba allí hace unas horas, cortando leña. Lo recordaba muy bien. Meneé la cabeza. Frey subió las escaleras, desapareciendo de nuestra vista. Natalia tomó asiento al lado de la señora Stein en el sofá en forma de L de la sala. Natalia no paraba de hablar, diciendo lo que hiciera falta para ganarse el aprecio de la señora Stein.

Yo aproveché para observar los retratos encima de la chimenea, había una foto en particular donde había seis niños, no tres. Pude reconocer a Frey y a Kaia por su parecido, a Heist por lo rubio, pero ¿quiénes eran los otros dos niños de cabello negro? ¿Y la niña con ojos de colores diferentes? Uno de los niños de cabello negro me parecía muy familiar. ¿Lo había visto antes en algún lado?

Kaia tomó mi mano y me sacó de mi distracción.

—Ven conmigo, hay algo que quiero mostrarte.

Miré alarmada a Natalia, pero ella estaba muy ocupada impresionando a la señora de la casa. Kaia estiró de mí por un pasillo hasta que entramos en una hermosa cocina con mesas de mármol impecables. Había varias ollas y un montón de comida servida allí.

—Prueba un poco de cada cosa, lo he cocinado todo yo. —La emoción en su voz era contagiosa—. El pastel de fresas que le llevamos a tu madre también lo hice yo; mamá no cocina, en cambio, a mí me encanta.

«Lo he horneado yo misma.» Su madre mintió aquella noche.

Me quedé observando todos los platos, se veían estéticamente perfectos, no quería arruinar nada.

—¿Siempre eres tan callada? —Su pregunta me hizo aclararme la garganta.

—No, solo... se ven muy bien, no quiero arruinarlos.

—Vamos, es comida, creo que hice demasiada, pensé que la casa se llenaría de gente, pero al parecer, no somos muy populares aquí.

Probé algunas cosas y no pude evitar cerrar los ojos ante algunos sabores. No había mucha variedad de comida en el pueblo y, aunque adoraba a mi madre, en su cocina tampoco. Y Kaia sabía lo que hacía.

—Están... deliciosos.

—Come todo lo que quieras.

—¡Kaia! —La voz de la señora Stein sonó desde la sala—. Llamada de tu padre, contesta en el teléfono del pasillo.

—¡Enseguida vuelvo! Sigue comiendo.

Di la vuelta a la mesa para probar otros platos; sin Kaia allí, me podía permitir desatar mis ganas de probarlo todo. Casi me atraganto con un pedazo de pollo endulzado cuando escuché una puerta detrás de mí. Me giré para ver la puerta de atrás de la cocina que daba al patio.

Heist.

Él entró en la cocina, sacudiendo sus zapatos deportivos blancos en la pequeña alfombra, llevaba unos shorts negros y una camiseta blanca holgada que permitía ver lo definido que era su pecho y dejaba sus brazos ligeramente musculosos a la vista. Su cabello rubio lucía oscuro, mojado por el sudor y se pegaba a su frente. Tenía unos auriculares negros en los oídos conectados a un dispositivo colocado en una banda alrededor de uno de sus brazos.

Era obvio que venía de hacer ejercicio.

Me quedé congelada porque había bajado la guardia por primera vez en esa casa; estaba comiendo como si el mundo se fuera a acabar al día siguiente y lo que menos esperaba era ver a Heist.

Cuando Heist me vio, esa sonrisa que ya conocía muy bien se formó en sus labios. Se quitó los auriculares y los enrolló en sus manos.

—Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí?

Pasé saliva, tratando de mantenerme calmada. Heist no era como los chicos del pueblo, era diferente y no solo físicamente. Tenía un aire de experiencia y seguridad que no había visto en ningún chico antes. Y por alguna razón la imagen de él sin camisa de hacía un rato no salía de mi mente.

—Hola —solté porque me negaba a dejarle saber cuánto me intimidaba.

Heist se dirigió hacia mí, sus ojos azulados brillando de una manera que no pude identificar, y se detuvo justo enfrente. Tuve que alzar los ojos para mirarlo a la cara.

—No pensaba que ibas a venir, de otra forma, te habría esperado.

—¿Por qué?

Él se mordió el labio inferior.

—Porque quiero tener una buena relación con mis vecinos, por supuesto.

«No lo creas.»

Heist estiró su mano hacia mí y la golpeé antes de que pudiera tocar mi cara.

—No me toques.

—Tienes algo aquí. —Se limpió la comisura de su boca indicándome.

Oh.

—¿Siempre eres tan hostil, Leigh?

—¿Y tú siempre eres tan atrevido?

Heist se rio un poco.

—¿Atrevido?

—Sí, no puedes ir por la vida tocando a las personas como si nada.

—Solo quería limpiarte.

—No tenemos esa confianza, te conocí hace unos días, apenas hablé contigo en el cementerio y tampoco fue la mejor conversación del mundo.

—Tienes razón, lo siento. —Levantó las manos en el aire—. No volveré a tocarte, Leigh —prometió antes de agregar—: A menos que tú me lo pidas.

Como si yo fuera a pedírselo.

¿Por qué parecía estar divirtiéndose? Estaba segura de que mi expresión no era para nada amigable.

—Sigue comiendo —comentó él, dirigiéndose a la nevera—. No era mi intención interrumpir.

Decidí no darle importancia a su presencia, aunque me afectaba mucho, no estaba acostumbrada a estar a solas con chicos. Si mamá lo supiera, me mataría. Le di la espalda para seguir probando otros platos. Mastiqué un pedazo de carne bien cocinada con un aderezo de arándanos que era simplemente delicioso. Casi me atraganté cuando sentí a Heist detrás de mí. Él estiró su mano y la pasó a un lado de mi cintura para tomar una cereza que estaba encima de un pastel.

—Las cerezas me encantan. —Su respiración acariciaba la parte de atrás de mi cuello.

«¿Es que no sabe respetar el espacio personal de los demás?»

Disimulé al moverme a un lado como si estuviera rodeando la mesa para alejarme de él. Heist tomó otra cereza y se sentó en una de las sillas altas al otro lado de la mesa.

—Y cuéntame, Leigh, ¿por qué somos tan poco populares en este pueblo?

«¿Ya lo ha notado?»

—No es nada personal, somos una comunidad cerrada.

Heist alzó una ceja.

—¿Una comunidad cerrada por... la religión?

No le respondí.

Heist observaba cada uno de mis movimientos sin perderse un detalle como si estuviera buscando algo, analizando algo.

—¿Te pongo nerviosa, Leigh?

—No.

Él me sonrió.

—Yo creo que sí.

—No me importa lo que tú creas.

Su sonrisa se ensanchó.

—Me pregunto si eres así de grosera con otras personas o si es una actitud que solo tienes conmigo. De ser así, me sentiría halagado.

—Eres tan extraño...

Él soltó una risita burlona.

—Tienes razón, no te he dado una buena primera impresión.

Se puso de pie y rodeó la mesa, pasando sus dedos por su superficie con lentitud al acercarse a mí.

—¿Comenzamos de nuevo? —Se detuvo frente a mí y extendió su mano—. Mucho gusto, Leigh, soy Heist.

Miré su mano con cautela antes de apretarla y soltarla tan rápido como pude. Heist se inclinó hacia mí y su cara quedó a escasos centímetros de la mía.

—Sé que nos vamos a llevar muy bien, Leigh.

Así de cerca, podía notar cada facción de su rostro y lo bonito que era el azul mezclado con gris de sus ojos.

«Aléjate de él, Leigh, es peligroso.»

Por alguna razón, no podía apartar la mirada. Nunca había tenido a un chico tan cerca y mucho menos a un chico como él. Me hacía preguntarme cómo podía tener un rostro tan perfecto, sin defectos. Eso no era justo.

Sin saber cuánto tiempo nos quedamos así, agradecí escuchar pasos que venían del pasillo. Eso me sacó del trance que me habían provocado los ojos de Heist y di un paso atrás, finalmente, alejándome de él.

En ese momento, grabé el recordatorio en mi mente de no dejarme atrapar por el atractivo de Heist porque, sin importar lo perfecto que pareciera, había algo en él que me hacía querer salir corriendo en la dirección contraria.

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5

Miradas oscuras

LEIGH

—¡Heist!

La voz de la señora Stein en la puerta de la cocina sonó como música para mis oídos. Natalia la seguía, obediente.

—Aquí estás, casi te pierdes la visita.

—Eso le estaba diciendo a Leigh. —Me echó un vistazo y yo fingí estar concentrada en la comida—. No sabía que teníamos visita, madre.

—La fiesta de bienvenida, ¿recuerdas?

Natalia estaba perpleja, sus ojos indagando cada parte del cuerpo de Heist. La lujuria en su expresión era tan obvia que casi dije una oración en su honor.

—Soy Natalia. —Ella extendió su mano hacia él. Heist la tomó, plantando un beso sobre la parte de atrás de su mano.

—Heist Stein —susurró y Natalia se lamió los labios.

«Son tal para cual.»

—Natalia me ha caído de maravilla, Heist, es una jovencita muy extrovertida y conversadora —comentó la señora Stein.

—Oh gracias, señora Stein, usted también me ha caído muy bien. Espero seguir viéndola.

—Bueno, los dejo para que charlen, sé que los jóvenes prefieren estar a solas. Kaia enseguida vuelve, está hablando con su padre.

Y con eso salió de la cocina, dejándonos solos.

«Esto va a ser muy incómodo para mí.»

Heist y Natalia no paraban de hablar, así que me dediqué únicamente a comer.

De vez en cuando, les echaba un vistazo. Natalia estaba recostada en la pared de la cocina y Heist frente a ella, demasiado cerca. Definitivamente ese chico no sabía de espacio personal, por lo menos no le pasaba solo conmigo.

—Eres muy bonita, Natalia. —No sabía si era su acento, pero la voz de Heist era tan intensa...—. Me alegra que hayas venido hoy.

Natalia se sonrojó y apartó la vista. En el pueblo no había chicos tan atractivos como Heist así que, aunque su experiencia al tratar con chicos fuera amplia, nunca había lidiado con uno como él.

Lo que tenía de bueno lo tenía de extraño para mí.

Me aclaré la garganta.

—Se está haciendo tarde, Natalia, creo que deberíamos irnos —dije. Heist me miró por encima de su hombro.

—Solo un poco más, Leigh. Natalia y yo lo estamos pasando bien, ¿no es así?

—Sí, Leigh. Tú sigue comiendo, que te gusta.

Suspiré.

Heist se inclinó y le susurró algo a Natalia en el oído.

—Leigh, ya venimos, espérame aquí, ¿sí?

Eso me alarmó.

—¿Adónde van?

—Solo le voy a mostrar algo, tranquila —me respondió Heist antes de salir con ella de la cocina y de tropezar por el camino con Kaia, quien se hizo a un lado para dejarlos pasar. Kaia me miró cansada y se encogió de hombros.

—Nadie puede resistirse a los encantos de mi hermano, ¿eh?

—¿Adónde crees que van?

—Probablemente a besuquearse en algún pasillo oscuro de la casa.

«No, Natalia... se acaban de conocer, ni siquiera ella haría eso.»

«¿Y por qué me molesta si lo hacen?»

«Solo estoy preocupada por ella. A pesar de que se ha convertido en una persona diferente, fue mi amiga durante mucho tiempo y se ha ido a hacer quién sabe qué con un desconocido.»

—¿Te ha gustado la comida?

—Está deliciosa. —Mis ojos seguían puestos en el pasillo por el que se acababan de ir esos dos.

—¿Algún plato favorito?

—La carne con la salsa de arándanos.

Traté de olvidarme de Natalia y Heist y me centré en Kaia, quien hasta ese momento era la que mejor me caía de esa familia porque incluso la señora Stein tenía algo que no me terminaba de gustar.

—Es uno de mis favoritos, tenemos eso en común. —Me sonrió abiertamente—. ¿Qué tal es el instituto aquí? No puedo esperar a integrarme, me encanta hacer nuevas amigas.

Dudaba que fueran muy amables con ella en el instituto, de hecho, dudaba que fueran amables con ella en cualquier lugar del pueblo, lo cual me hizo sentir mal por un momento. Kaia era amable, ella no tenía esa mala vibra que Heist desprendía.

—Será un poco difícil al principio, pero luego se acostumbrarán —le dije honestamente.

—Oh, eso lo sé, este lugar no acepta a las personas diferentes con mucha facilidad. No te preocupes. —Levantó su brazo, marcando el músculo de su bíceps—. Tengo piel dura, soy más fuerte de lo que parezco.

Eso me hizo sonreír.

—Es una de las ventajas de creer con hermanos —continuó diciendo, bajando su brazo.

—Puedo imaginarlo.

—¿Eres hija única, Leigh?

Yo solo asentí.

—¡Qué afortunada! —Suspiró dramáticamente—. No, mentira, aunque me quejo como loca, no sé qué haría sin esos dos idiotas.

Recordé la mirada fría de Frey.

—Frey no es muy amigable, ¿no?

—Él es... —pareció buscar la palabra adecuada— diferente.

—Tú eres tan sociable y él es tan... callado, es raro que sean tan diferentes siendo gemelos.

—Mellizos —me corrigió Kaia—, ese es el término correcto, Frey y yo somos mellizos.

—Oh, no lo sabía.

—¡Kaia! —La voz de su madre chilló desde la sala—. Tu padre te llama.

¿Otra vez?

—¡Voy! —Ella me sonrió—. Lo siento, esto de tener tres padres es agotador.

¿Tres padres?

¿A qué se refería?

Abrí la boca para preguntar, pero ella ya se había ido.

El tiempo pasaba con una lentitud agonizante; ya habían pasado más de veinte minutos, así que me aventuré en el pasillo por el que había visto irse a Natalia y a Heist. Ya era suficiente, si mamá descubría que no estábamos en la cama, se arruinaría todo. Esto tendría que ser suficiente para Natalia.

Había dos pasillos: el que daba a la sala por donde Kaia acababa de irse y otro oscuro por el que se habían ido esos dos.

Mi corazón comenzó a latir con desespero por lo desolado y oscuro que estaba el pasillo. La vibración de esa casa me aterraba. Mis ojos se posaron sobre una puerta de metal que destacaba en la sutilidad de las paredes, ¿la puerta de un sótano, tal vez? Pero lo que llamó mi atención fueron las múltiples cerraduras que tenía esa puerta, incluso un candado.

¿Quién resguarda un sótano o un cuarto de esa forma?

El sonido de la risita de Natalia me trajo de vuelta a la realidad y seguí caminando. Doblé una esquina y me quedé paralizada. Había ventanas a un lado del pasillo y la luz de la luna, colándose por ellas, iluminaba el lugar ligeramente, pero no era eso lo que me había congelado.

Heist tenía a Natalia contra la pared, sostenía su cara con ambas manos y la besaba apasionadamente. Sus labios se movían con agilidad contra los de ella, sus respiraciones aceleradas se escuchaban claramente al igual que el roce de sus labios mojados.

Nunca había visto a nadie besarse así, solo había presenciado besos cortos y con los labios cerrados.

Me cubrí la boca, sin saber qué hacer. Torpemente, di un paso atrás, el ruido de mis zapatos contra el suelo llamó la atención de Heist pero no de Natalia, quien parecía ahogada en sus besos.

Heist despegó a Natalia de la pared, girándola para que quedara de espaldas a mí y él de frente, girando su cabeza a un lado para profundizar el beso, y, aún besándola, abrió sus ojos.

Esos ojos se encontraron con los míos y dejé de respirar, sintiéndome descubierta. Sin dejar de mirarme, él la siguió besando con pasión, bajando sus manos de la cara de Natalia a sus caderas para apretarlas. Él dejó de besarla para lamer la curva del cuello, con esa sonrisa en sus labios.

—Heist. —Natalia gimió, acariciando el cabello de Heist, quien me observaba con diversión.

Mis piernas decidieron reaccionar y salí de allí rápidamente, volviendo a la cocina con el corazón en la boca y mi respiración agitada.

¿Qué acababa de ver?

«Altísimo, limpia mis ojos de esa escena lujuriosa, no dejes que corrompa mi alma, que así sea, que así sea.»

Repetí esa frase una y otra vez en mi mente con los ojos cerrados por un buen rato.

—¿Leigh? —La voz de Natalia me hizo abrir los ojos—. ¿Estás rezando? ¿En serio?

Estaba de pie frente a mí, con la respiración aún acelerada. Heist se hallaba detrás de ella con los brazos cruzados sobre el pecho. Su cabello rubio estaba desordenado, mechones apuntando en direcciones diferentes, y sabía que era porque Natalia se había agarrado de su cabello mientras lo besaba. Ambos tenían los labios enrojecidos y yo sabía por qué.

—No, solo... estaba... pensando con los ojos cerrados.

—Es que eres bien rara —dijo Natalia, y Heist se lamió los labios, mirándome.

—¿Nos vamos? —le pregunté, rogando que dijera que sí.

Natalia asintió.

—Me iré adelantando. —Salí de esa cocina rápidamente y, agitando mi mano en el aire, me despedí de Kaia y de la señora Stein al pasar por la sala.

Apenas salí de esa casa, sentí que podía respirar de nuevo. No podía creer lo que había visto en tan poco tiempo. Natalia salió de la casa unos minutos después.

Ella me sonrió al pasar por mi lado.

Le eché una última mirada a la casa antes de seguirla.

Cuando ya estábamos en mi cama, cubiertas bajo las sábanas, me di cuenta de que sería difícil arrancarme esas imágenes de la cabeza. Los ojos de Heist sobre mí mientras besaba a Natalia, mientras la tocaba y besaba su cuello.

Cerré los ojos, comenzando a rezarle al Altísimo dentro de mi cabeza. Sin embargo, el susurro de Natalia me interrumpió:

—Es guapo, ¿verdad?

—¿Qué?

—Heist.

No le respondí nada con la esperanza de que se quedara tranquila y me dejara con mis oraciones mentales en paz.

—Él no es como los chicos de aquí, Leigh. —Eso lo sabía—. Su voz, cómo actúa, esa seguridad en sí mismo... es tan sexy.

No se lo negaba, pero Heist tenía algo malo. No sabía qué era o tal vez estaba teniendo una reacción defensiva como mi madre ante gente nueva. Natalia no quería callarse, por supuesto.

—Aún tengo el corazón acelerado, no puedo creer que un chico como él se haya fijado en mí.

En ese momento, Natalia no sonaba odiosa, solo vulnerable, y por un segundo sentí que estaba hablando con mi mejor amiga de nuevo, que era una noche más de pijamas donde nos quedábamos hablando en la oscuridad hasta dormirnos.

La extrañaba.

A pesar del tiempo, era imposible no admitirlo y aunque ella se dedicaba a hacerme la vida de cuadritos, aún la quería. Habíamos crecido juntas, odiaba que hubiéramos tomado caminos diferentes y que todo se complicara por culpa de Rhett.

—Leigh, ¿estás dormida? —La voz de Natalia era un susurro que interrumpía mis pensamientos.

—No.

—No te sientes cómoda con esa familia, ¿verdad?

—No.

—Ellos no son como nosotros, pero no significa que sean malos, ¿o es que ahora juzgas a las personas sin permitirte conocerlas? Eso no es lo que promueve tu religión, ¿o sí?

Tu religión.

No, nuestra.

Eso me entristeció, ya ni siquiera la consideraba parte de su vida.

—Solo... —Las caras de la señora Stein, de Kaia, de Frey y, por último, de Heist vinieron a mi mente—. No sé.

—¿Acaso necesitas más...? —Sabía a lo que se refería.

—No, y mis sospechas con los Stein no tienen nada que ver con eso —aclaré.

—¿Cuánto hace que no pasa?

—Hace meses, estoy bien.

—No tienes que fingir conmigo.

—Suenas como si yo te importara.

Silencio.

—Buenas noches, Leigh.

—Buenas noches, Natalia.

Esa noche nos fuimos a dormir como si nada, como si yo no hubiera roto un montón de reglas y como si mi curiosidad por Heist no se hubiera incrementado aún más. Cada vez que intentaba interpretar sus palabras, sus acciones o la forma en la que actuaba no conseguía más que confundirme.

Y también estaba Natalia, quien por momentos parecía ser esa amiga que tanto quise, pero que también podía ser cruel conmigo al usar mi mayor secreto en mi contra. Aunque me costaba admitirlo, Natalia aún tenía un lugar en mi corazón, sin importar cuánto había cambiado. Quizá la había querido demasiado como para dejar de hacerlo a pesar de todo.

Esa noche dormimos tranquilas, ignorando lo que nos esperaba a la mañana siguiente, ajenas a la magnitud de lo que nos enteraríamos a primera hora de la mañana.

Otro suicidio.

Otra chica de nuestra comunidad.

Algo muy malo estaba pasando en Wilson.

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6

Sospecha inicial

LEIGH

Otra ceremonia en la iglesia.

Otro entierro.

Otra pareja llorando la pérdida de su hija.

Otro suicidio en tan corto tiempo.

¿Era la única que pensaba que eso era extraño?

El funeral de Sophie, la chica que se suicidó, fue tranquilo y silencioso, sin los Stein, sin lluvia cegadora. Caminando del cementerio a la iglesia, no pude evitar recordar a Heist y sus palabras cuando me acompañó con su paraguas.

«Su paraguas, ah, aún lo tengo.»

Estaba tan perdida en mis pensamientos que no me di cuenta de que alguien caminaba a mi lado hasta que se aclaró la garganta. Giré la cabeza para mirarlo.

Era Carter Philips, el hijo de nuestro líder.

Él tomó mi mano con una leve sonrisa.

—Que el Altísimo esté contigo.

—Que así sea.

Solté su mano, devolviéndole la sonrisa con nerviosismo. Para mí, Carter era el chico perfecto, jamás lo admitiría en voz alta, pero Carter fue el primer chico que me había gustado. Tenía el cabello negro, ojos claros de color café y una piel morena muy bonita. Además de que su sonrisa era encantadora. Él y yo siempre habíamos tenido una relación simple, pero cordial. No podría decir que éramos amigos, pero nos llevábamos bien. Muchas veces había deseado que el Altísimo lo seleccionara a él como mi esposo, pero sabía que aún era joven para pensar en eso.

—¿En qué pensabas? —me preguntó, poniendo sus manos a su espalda mientras caminábamos juntos.

—Solo... cosas deprimentes, no me esperaba otro funeral.

Él suspiró.

—Yo tampoco y mucho menos el de Sophie, ella era tan... —una oleada de tristeza cruzó su rostro, oh, había olvidado que Carter era cercano a ella— alegre. Jamás pensé que pudiera hacer algo así.

—Lo siento, debe de ser muy duro para ti. —Me abracé, la brisa fresca de otoño atacaba sin piedad, debí traer chaqueta.

—Primero Payton y ahora Sophie, no sé qué pasa, Leigh. —Él se detuvo y quedamos uno enfrente del otro para hablar mejor, en medio de las tumbas—. Llámame loco, pero tengo un mal presentimiento sobre todo esto.

—Yo también.

—¿De verdad? Pensé que era el único.

—No lo eres, dos suicidios en tan poco tiempo..., algo pasa.

—Intenté hablar con el comisario, pero me dijo que lo dejara hacer su trabajo y que aunque ambas eran situaciones desafortunadas, no había nada extraño ni relación entre ellas.

Dos suicidios desde que llegaron los Stein. No quería especular, pero ¿era coincidencia? ¿Qué estaba pasando? Payton y Sophie no eran chicas solitarias ni personas tristes. ¿Por qué harían algo así? Claro que, tal vez se nos escapaba alguna cosa y ellas estaban pasando por algo de lo que nadie nunca se enteró.

Yo sabía mejor que nadie los grandes secretos que se podían guardar a puerta cerrada; también yo cargaba con uno inmenso.

—Solo espero que el Altísimo tenga misericordia de ella.

—Que así sea. —Carter se pasó la mano por la cara y luego por el cuello, las ojeras claras bajo sus lindos ojos.

—Te ves cansado.

—Mis padres se enteraron a media noche y fuimos a casa de Sophie a darles apoyo a sus padres y a bendecir su alma mientras esperábamos a la funeraria. No he dormido nada, aún no me lo creo, Leigh.

—Lo sé, creo que mucha gente todavía está asimilando todo esto.

Comenzamos a caminar de nuevo hacia la iglesia.

—¿Tú cómo estás? Mi madre me contó que pronto es tu cumpleaños y que serás la líder de las Iluminadas, ¿no? Felicidades.

—Gracias. —Le dediqué una sonrisa—. Aunque todo este asunto lo complica todo.

—Lo harás muy bien, Leigh.

—Eso espero, poder servir al Altísimo y a nuestra comunidad como debe ser.

Al llegar a la puerta de la iglesia, Carter se giró hacia mí, lamiéndose los labios antes de hablar.

—Sé que este es el peor momento, pero me preguntaba si un día de estos te gustaría ir a tomar un batido conmigo...

El calor se apresuró a invadir mis mejillas de inmediato.

—Eh, yo... tendría que consultarlo con mamá, ya sabes cómo... es ella.

Él asintió.

—Lo sé, y pienso ir a tu casa y pedirle permiso personalmente. Creo que la señora Fleming lo preferiría de esa forma, pero antes de hacerlo, quería saber si tú querías.

—Sí, por supuesto.

Una sonrisa se expandió por su lindo rostro y dio la vuelta para adentrarse en la iglesia dejándome en la puerta. Suspiré, recordando la sonrisa amable de Sophie, y le eché un último vistazo a su tumba en la distancia. Sin embargo, mis ojos captaron movimiento y fruncí el ceño cuando lo vi.

Llevaba unos pantalones negros, una camisa abotonada y una chaqueta del mismo color. Su cabello negro enmarcaba su rostro inexpresivo y su piel resaltaba entre tanta oscuridad.

Frey.

¿Qué estaba haciendo él allí?

Di unos cuantos pasos para ocultarme detrás de un árbol a un lado de la iglesia; la distancia entre nosotros no era demasiada, así que podía verlo con detalle. Sus ojos estaban enfocados en la tumba de Sophie y se detuvo frente a ella. Fue entonces cuando me fijé en la rosa roja que llevaba en sus manos.

Frey se inclinó para colocar la rosa sobre la lápida de Sophie y se quedó ahí de pie, sin moverse. Quisiera decir que había algún tipo de expresión en su rostro, pero no había ninguna. ¿Por qué había venido? ¿Conocía a Sophie? Y si era así ¿por qué no se veía triste en absoluto?

Volví a sentir la brisa fresca en mis brazos; aunque llevaba un vestido negro de manga larga, la tela era demasiado fina para ese clima. No era mi culpa, el clima de Wilson era demasiado inestable. Necesitaba entrar al calor de la iglesia y estaba a punto de hacerlo cuando la campana sonó anunciando el inicio del servicio y eso llamó la atención de Frey, quien se giró en mi dirección. Me oculté detrás del árbol rápidamente, con el corazón acelerado, esperando que no me hubiera visto.

Consideré volver a caminar hacia la puerta, pero si él aún estaba mirando en esa dirección me vería.

«Vamos, Leigh, no pasa nada, tú puedes caminar por donde sea.»

Asomé la cabeza fuera del árbol.

—¡Por el Altísimo! —solté un chillido al ver a Frey justo ahí, frente a mí, no en la distancia. Tenía las manos dentro de los bolsillos de sus pantalones—. Me... me has asustado —admití con los labios temblorosos sin saber si era por el miedo o por el frío.

Frey no dijo nada, pero ya no me cabía duda de que poseía la mirada más helada que había visto en mi vida. Me tenía totalmente paralizada.

¿Por qué no dices nada, Frey?

Él sacó las manos de los bolsillos y se acercó a mí. Bajé la mirada a su pecho porque no podía tenerlo tan cerca. Su colonia, algo suave, llegó a mi nariz. Frey se quitó la chaqueta y me envolvió con ella, su agradable olor cubriéndome.

Levanté la mirada para decir algo, para darle las gracias, pero las palabras se me atragantaron al encontrarme con esos ojos profundos. Sin decir nada, él se dio la vuelta y se fue, dejándome ahí, con su chaqueta caliente y su olor cubriéndome.

Solo pude verlo desaparecer en la distancia entre todas esas tumbas.

«Leigh...»

Una mano negra aprieta mi cuello. Un gemido de dolor escapa de mis labios.

«Mírame, Leigh.»

«Tú puedes ver los monstruos de carne y hueso, ¿o no?»

«No.»

«No puedes escapar de mí, Leigh.»

Basta.

Me desperté de golpe, sentándome en la cama. Agarré mi cuello, revisándolo por instinto.

Me levanté y abrí la ventana de mi habitación. Me senté en el poyete con cuidado, respirando el aire nocturno para calmarme. Quería sacar esas imágenes de mi cabeza. No sabía cuánto tiempo había pasado ahí, pero después de un rato, cuando ya estaba más calmada y a punto de volver a la cama, lo vi.

Heist.

Le eché un vistazo al reloj de mi mesilla de noche: las 3.45 am. Heist llegaba a su casa, vestido todo de negro, incluso tenía puestos unos guantes oscuros. Las luces exteriores de la vivienda se reflejaban en su cabello rubio, que, junto a su pálida piel, era lo que más resaltaba entre tanta ropa oscura.

¿De dónde venía a esa hora? ¿Y vestido así?

Heist estaba a punto de girar la esquina de su casa para entrar por la puerta de atrás cuando se detuvo de golpe y se volvió hacia mí. Sus ojos se encontraron con los míos y un jadeo de sorpresa se escapó de mis labios.

Él se quedó ahí de pie, observándome, con esa sonrisa torcida a la que ya me había acostumbrado en sus labios. Sus ojos indagaron mi rostro y bajaron a mi cuello. Y entonces me di cuenta de que las tiras de mi camisón se habían caído, exponiendo mis hombros y mi clavícula. Me cubrí con ambas manos; sabía que eso estaba mal, que no debía mostrar mi cuerpo así.

Heist hizo una reverencia y, al enderezarse, su boca se movió como si me dijera algo antes de desaparecer de mi vista.

Me alejé de la ventana y la cerré, sin poder quitarme de la cabeza la imagen de Heist ahí de pie, todo de negro, mirándome, atormentándome con sus ojos sobre mi piel expuesta. Sacudí la cabeza y me fui a la cama, extinguiendo esos pensamientos con oración.

Por la mañana, durante el desayuno descubrí que mamá estaba furiosa y no me quería decir por qué. Al principio, llegué a pensar que se había enterado de mi pequeño encuentro fugaz con Heist la noche anterior o de que había ido a la casa de los Stein con Natalia hacía unas noches, pero me dijo que no tenía nada que ver conmigo.

El instituto había decretado unos días de luto por lo de Sophie, así que sin poder salir de casa, evité a mi madre cuanto pude. Ella parecía un león hambriento, enjaulado, esperando que llegara mi padre del trabajo.

¿Había hecho algo mi padre?

Cuando llegó la hora de la cena, comí rápido para dejar a mis padres solos; era obvio que mamá tenía que hablar con él con urgencia. Sin embargo, yo sabía qué hacer para que creyeran que ya me había ido. Subí las escaleras y cerré la puerta de mi habitación con suficiente fuerza desde afuera para que pensaran que había entrado en ella. Me quité los zapatos silenciosamente y, de puntillas, bajé hasta la mitad de las escaleras y me senté en un escalón.

—¿Me estás escuchando, Thomas? —preguntó mi madre, la indignación en su voz—. No tienes idea de lo que vi, esa familia está podrida.

¿Qué familia? ¿Los Stein?

—Tal vez no lo viste bien, por favor, no comiences con tus exageraciones.

—Te estoy diciendo lo que vi, no hay confusión, esa familia libertina es una pésima influencia para Leigh, que pronto será la líder de las Iluminadas. No voy a permitir que manchen a mi hija con su suciedad.

—Estoy seguro de que Leigh se mantendrá alejada de ellos.

—¡Somos vecinos, Thomas! Leigh solo tiene que asomarse por su ventana y quién sabe qué verá en esa casa.

—Entonces ¿qué quieres? ¿Que sellemos las ventanas de Leigh? Creo que ya ha vivido con suficientes restricciones.

—Thomas —le advirtió mi madre—, Leigh ha vivido bajo las reglas del Altísimo, no son restricciones, es como deben ser las cosas.

Mi padre suspiró.

—¿Qué quieres que haga?

—Habla con ellos.

—¿Qué?

—Quiero que hables con el esposo o lo que sea que ese señor es y les digas que ellos tienen todo su derecho a hacer lo que quieran en su casa pero que, por favor, no lo hagan en su patio, que respeten nuestras creencias y nuestra comunidad.

—¿Estás hablando en serio?

—Si no lo haces tú, lo haré yo. Tú tienes mucho más tacto para estas cosas, así que preferiría que lo hicieras tú.

¿Qué era lo que mi madre había visto para que estuviera así?

—No pienso avergonzarme de esa forma, si quieres hacer eso, hazlo, tienes mi permiso, pero a mí no me involucres. —El ruido de la silla de mi padre echándose hacia atrás me hizo levantarme de un brinco. Oí sus pasos acercándose a las escaleras.

Corrí con cuidado a mi habitación, abrí la puerta con cautela y la cerré detrás de mí una vez dentro. Me senté en mi cama y tomé un libro, como si estuviera leyendo. Llamaron a la puerta suavemente.

—Adelante.

Mi padre entró con esa sonrisa tan amable que siempre tenía cuando me veía. Él llevaba uno de sus trajes elegantes, una incipiente barba asomaba en su cara. Papá siempre conseguía cumplidos por su aspecto y por su estilo.

—Extraño a mi pequeña.

Le sonreí abiertamente.

—Yo también te extraño, papá, ya casi no te veo.

Él caminó hasta estar a mi lado y tomó el borde de mi libro girándolo para enderezarlo, lo tenía al revés.

—Nunca has sido buena espía, Leigh.

Hice una mueca culpable.

—Lo siento.

—No te disculpes. Debías de estar preocupada por tu madre preguntándote por qué estaba así. —Él suspiró—. Ambos sabemos que puede exagerar las cosas.

—¿Qué fue lo que pasó, papá?

—Si te lo digo, ella me colgará. Solo puedo decirte que no fue algo agradable.

—¿Crees que ella irá a hablar con los Stein?

—Sí, y deberías ir con ella para asegurarte de que no arme un alboroto.

—Dudo que ella quiera que vaya, ni siquiera me ha contado lo que pasó.

Mi padre se sentó a mi lado y acarició mi mejilla.

—¿Cómo estás?

Sabía a lo que se refería.

—Muy bien, es como si fuera una persona normal.

—Lo eres, ya sabes que no me gusta que digas lo contrario.

—Lo sé.

—¿Necesitas algo? ¿Tienes suficiente por ahora?

—Sí, no te preocupes. Y muchas gracias por apoyarme con esto.

Papá se inclinó y besó mi frente.

—Todo para mi princesa.

Él se puso de pie y estiró sus brazos.

—Es hora de descansar, esto de conducir dos horas todos los días es agotador.

—Gracias por todo lo que haces por mí, por nosotras, papá.

—De nada, princesa, no te desveles, buenas noches.

«Leigh.»

La voz de Heist pronunciando mi nombre con ese acento profundo me despertó. Abrí los ojos y vi a Heist de pie en la esquina de mi habitación. Ahogué un grito de sorpresa, sentándome de golpe. Parpadeé una y otra vez con la esperanza de que desapareciera, pero él seguía ahí, observándome.

¿Cómo había entrado en mi habitación?

Quería hablar, pero las palabras no salían de mis labios. Natalia apareció a su lado, besando su cuello con desesperación. Sin embargo, Heist mantuvo sus ojos sobre mí.

¿Qué está pasando?

Heist agarró a Natalia por el cuello y apretó con fuerza. Ella empezó a emitir sonidos guturales que me pusieron los pelos de punta hasta que cayó al suelo, muerta.

Heist se sacudió las manos y me miró.

«Tu turno.»

«No.»

«No.»

Él dio unos cuantos pasos hacia mí y, por más que quisiera gritar, no podía. Su mano se enroscó alrededor de mi tobillo y grité, encontrando mi voz.

Me desperté de golpe, sudando y respirando agitadamente. Mis ojos viajaron a esa esquina vacía en mi habitación.

Solo había sido una pesadilla.

Pesadilla.

Por alguna razón, Heist Stein se había convertido en parte de mis pesadillas.