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Esto no es una ﬁcción. Esta vez me he abierto en canal y he dejado escapar todo aquello que mi cuerpo y mi mente no podían contener. Saber soltar es una habilidad que se aprende con el tiempo y cada uno tiene su manera de hacerlo. La mía, como ya habrás observado, es a través de las palabras. Aquí comparto lo que ha sido un gran cambio en mi vida y todo el recorrido que he hecho desde entonces hasta ahora. Te muestro mi evolución porque, aunque has sido espectadora de ella, ahora puedes acercarte a la Carlota más íntima y personal. Los cambios suponen sen-tir un miedo inexplicable, pero en un momento u otro a todos nos toca afrontar alguno. El proceso es duro, pero es el único camino hacia la independencia, la madurez y la libertad que te permitirán volar hacia lo que siempre has deseado desde pequeña.En ocasiones la soledad te aborda y necesitas un refugio al que acu-dir. Hay veces que el suelo ﬁrme no es suﬁciente y necesitas volar.Me abro a ti para que te sientas acogida por mis palabras. Para que { 7 }

te encuentres a ti misma en mis poemas. Para que sientas cada lágrima que he llorado y veas que detrás de cada una de ellas también ha llega-do la felicidad.Ha sido un proceso de superación en todos los sentidos. Y te animo a ti a ser siempre tú misma, a no perder la esencia incluso cuando has perdido el norte. Todos hemos perdido un hogar alguna vez, ya sea fí-sico o una persona que nos hiciera sentir como en casa. Se trata de reconstruirnos a partir de esas ruinas que dejó la tempestad.{8}

Fue el día antes de irme cuando hice la maleta, aunque fuera toda mi vida la que me llevaba conmigo. «No hagas hoy lo que puedas hacer mañana» siempre como ﬁ losofía de vida, aunque he de reconocer que mi madre llevaba días preparando cosas por mí. Porque acumular la ropa en la silla de mi habitación es muy mío, pero encontrar luego dón-de está lo que necesito, no tanto. Recordaba a mi padre diciéndome que si no tuviera la cabeza pegada al cuello también se me olvidaría. Y razón no le faltaba. Llevaba los últimos días organizando mi tiempo para despedirme de todos. No eran demasiados los que de verdad me importaban, pero era mucho el tiempo que quería dedicarle a cada uno de ellos. Es duro decir adiós sin tener fecha de vuelta, viajar a lo desconocido sin saber lo que puede pasar. Ese miedo a ser olvidado era lo que más temía por-que podía llegar a romperme el corazón. A mi abuela la vi rota porque era la última de sus nietas en irse de casa, del lugar donde me había criado. Quedaba su hogar vacío, priva-{13}

do de esa alegría que llamaba a su puerta todos los días. Dejarla sola se me hacía cuesta arriba porque solo podía pensar en que, si le pasaba algo, yo no estaría a su lado. Y eso me aterraba, pues siento que nos necesitamos mutuamente. Yo a ella y ella a mí.Pero lo realmente difícil fue despedirme de él. Lloré durante días. Por primera vez vi su lado más sensible. Los besos de pasión se convirtieron en abrazos que gritaban «no te vayas, quéda-te conmigo, que te haré la persona más feliz del mundo». Pero no po-día ser. No era racional. No podía sacriﬁ car el futuro que había elegido para crear un nosotros encerrado en la culpabilidad.Y lo que nos comía por dentro era que nos quedaba grande la distan-cia. Que nuestra relación tenía fecha de caducidad y que caminábamos por un jardín que se podía marchitar en cualquier momento si no lo cuidábamos, o quemar si nacía la desconﬁ anza y la falta de comunica-ción.Y había rabia en las despedidas porque pensaba que era una cuenta atrás sin retorno y sin cura.Metí en la maleta los básicos y mis favoritos haciendo imposible que {14}