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Epiléptico. El AscEnso dEl GrAn MAl se publicó inicialmente en seis tomos entre 1996 y 2003 en L’Association. Título original: L’Ascension du Haut MalEdición en formato digital: julio de 2020© 2011, David B. & L’AssociationPublicado por acuerdo con L’Association© Regina López Muñoz, por la traducción© 2020, Penguin Random House Grupo Editorial, S.A.U.Travessera de Gràcia, 47-49. 08021 BarcelonaPenguin Random House Grupo Editorial apoya la protección del copyright.El copyright estimula la creatividad, defi en de la diversidad en el ámbito de las ideas y el conocimiento, promueve la libre expresión y favorece una cultura viva. Gracias por comprar una edición autorizada de este libro y por respetar las leyes del copyright al no reproducir ni distribuir ninguna parte de esta obra por ningún medio sin permiso. Al hacerlo está respaldando a los autores y permitiendo que PRHGE continúe publicando libros para todos los lectores. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográfi cos, http://www.cedro.org) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.ISBN: 978-84-16131-81-5Maquetación y rotulación: Sergi PuyolComposición digital: Newcomlab S.L.L.www.megustaleer.com
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París, 2 de octubre de 1996Querido David:Me has pedido, a mí, la hermana pequeña, que escriba este prólogo. He aceptado sin pensármelo, halagada y conmovida. Y porque amo profundamente lo que has hecho.Has trasladado a las viñetas de este libro las sombras de nuestra infancia. Yo no conservo, como tú, recuerdos tan densos y precisos. Mi memoria es como un minúsculo núcleo compacto y oscuro que encierra la única verdad que me resulta evidente. Mi única certeza es la enfermedad de Jean-Christophe: la epilepsia, el «Gran Mal». Es curioso, además: siempre me la he imaginado como un núcleo poderoso y pequeño alojado en los meandros de su cerebro.Tú, en cambio, siempre te has preocupado por el detalle exacto, la reproducción fiel. Recuerdo toda la documentación histórica que acumulabas en tu cuarto y que te servía para plasmar en tus dibujos el atuendo de un soldado, el paramento de un caballo... Cuando eras pequeño, querías ser «profesor de historias». Lo has conseguido.A veces, alguien me pregunta: «¿Cómo está tu hermano?» «Bien, está bien...», a lo que sigue una serie de datos acerca de tus trabajos en curso, tus proyectos, tus amoríos. En ese momento es cuando mi mente se desdobla. Dentro de mí, respondo a esa misma pregunta que podría haberse referido a mi OTRO hermano. Pero nadie conoce a mis dos hermanos, y mi segunda voz queda estrangulada entre el corazón y la garganta.Me gustaría hablar de nosotros. De nosotros tres.He aquí, pues, el único recuerdo preciado que conservo: acuérdate de cuando estábamos en Bourges, en casa de los abuelos. Dormíamos los tres en la misma habitación. Jean-Christophe cerca de la puerta, tú a su izquierda y yo en la camita que había junto al armario. Tito, Fafou y Sicoton.Nada más apagar la luz, aterrizábamos juntos en el planeta Marte y cada uno describía a los otros dos lo que veía: criaturas extraordinarias, monstruos que perseguíamos... Qué grandes cazadores éramos. Delirios fraternales e infantiles por un tubo. Acabábamos con festines pantagruélicos compuestos de muslos de dinosaurio asados y sandías gigantes, antes de sumirnos, un poco ebrios, en un sueño que dividía aquella única voz, fugitiva y cristalina.Y poco más. Desde nuestras epopeyas me he convertido en personaje de cómic y en maestra de escuela. A veces me cruzo con niños que se parecen a nosotros.Un beso muy fuerte. Te quiero.Florence
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1994. Estoy en el baño de casa de mis padres, en Olivet.Es la primera vez que lo veo así, sin los artificios diurnos.Por un momento no he reconocido al tipo que acaba de entrar. Es mi hermano.Soy... yo...No quiero...moles-tarte...¿?No sabía que ya no tienes los dientes delante-ros.Tengo un apa-rato...Tiene cicatrices por todo el cuerpo. Las costras le parten las cejas. Lavar los dien-tes...Lavar... los dientes... dientes...De tanto caerse, se ha quedado sin pelo en la coronilla.¡Yo ya estoy!Está enorme por los medicamentos y la falta de ejercicio.Bueno, pues... hasta mañana...
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En 1964, vivo en Orleans con mis padres, mi hermano y mi hermana. Hace dos años que ha terminado la guerra de Argelia, pero yo todavía no sé que ha tenido lugar. Sí sé que De Gaulle es el presidente de la República.Pierre-François 5 añosJean-Christophe 7 añosFlorence 4 añosLas monedas de cincuenta céntimos tienen un agujerito en el centro, en el cole es-cribo con pluma, en casa leo “Vaillant, le journal de Pif” y me llamo Pierre-François.¡Fafou! ¡Aligera!Los domingos, mi padre nos lleva a misa. Me muero de aburrimiento, me sé las vidrie-ras de memoria.Juego a Juana de Arco con mis herma-nos cuando mis padres no están.Por supuesto, ellos no comprenden nuestras inquietudes históricas.¡Soy Juana de Arco!Así que juego con mi hermano.De este modo pierde varios dientes de leche.
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A mediodía, a la mesa, mi padre nos cuenta cosas de la Biblia.A mí me gusta, sobre todo cuando hay batallas.Mi madre nos cuenta la conquis-ta de México por Hernán Cortés.Todavía mejor, porque sólo hay batallas.Antes de dormir, nos lee un fragmento de “Miguel Strogoff”, de Julio Verne.Lo chulo de “Miguel Strogoff” son los tártaros. Van siempre a caballo, armados hasta los dientes, y matan a diestro y siniestro.
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De noche me arrastran los tifones. Me duermo, y en plena noche me siento atrapado en un remolino.Y me descubro en algún lugar de mi cuarto, que se ha dilatado mientras dormía.Recorro muchos kilómetros tan-teando una pared sin encontrar nada conocido.Llamo a Florence, que duerme en la habitación de al lado. Ella abre la puerta, yo me oriento y vuelvo a la cama.Seré víctima de los tifones noc-turnos muchas veces. Y luego, pasará.¡Esta noche se me ha llevado un tifón!¡Y a mí!Detrás de la casa está el callejón.Varios cientos de metros de asfalto. Prácticamente sin coches. Y los chicos de la pandilla: Pascal, nuestro vecino, y dos hermanos, Richard y Vincent.¡Eh! ¡Hay un robot en el almacén!
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Yo sé que no es verdad. Ya he estado en el almacén.Vamos a jugar al almacén. ¿Te vienes?¡Si no nos dejan!El hijo del dueño me ha dado permiso.¿Segu-ro?Entramos. Yo no estoy del todo tranquilo.Empezamos a jugar con el montón de arena que hay delante del almacén.Ni siquiera disfrutamos. Es-tamos alerta, incómodos. Mi hermano parece aguardar algo.Llega el capataz...¿QUÉ HACÉIS AQUÍ VOSO-TROS DOS?¿?
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¡Ven para acá!¡HALA!¡Ordena eso!
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Me escondo en un rincón, sin saber cómo voy a poder salir sin que me descubran.Veo que el capataz regresa con Chantal, la criada de mis padres.¿Dónde se ha me-tido?Me lanzo a los brazos de Chantal, llorando.Volvemos a casa de mis padres. Me sangra mucho la mano izquierda.¿?¿Cómo te has hecho eso?He roto... el... cristal...Al día siguiente estoy jugando en el patio de casa.Fafou, no te muevas, que tienes visita.
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Y de pronto, ¡ahí está! ¡Gigantes-co! ¡Es él!Vengo a disculpar-me por lo que pasó ayer.Ah...Y desaparece igual de repentina-mente. Mi hermano me ha tendi-do una trampa y mis padres le han abierto la puerta al monstruo.¡Esto es lo peor de todo!Poco después, unos obreros demuelen el almacén. Jean-Christophe está consternado; a mí me importa un pimiento.Las obras avanzan. Jugamos con la moto del novio de Chantal. Bruuum Bruuum Bruuummm mmm...¡Déjame a mí también!...¿?
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¿Te haces el muerto, Tito?¡Florence, CORRE, llama a papá!Pesa mucho, tengo la sensación de sostenerlo una eternidad.iiiiiiiiiiii...¿Qué le pasa a Tito?Se ha desmaya-do...En realidad, yo sabía lo que había ocurrido.¡Se lo ha llevado un tifón, fijo!Pero ¡qué raro! Creía que de día no había tifones.¡Habrá que tener mucho cuidado!
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Así empieza el gran corro de médicos para mi hermano y mis padres.El médico de familia los remite a su maestro, que ya no ejerce.Éste, no obstante, los recibe y detecta ataques de epilepsia. Les recomienda a un neuropsiquia-tra parisino.El diagnóstico está a la altura de sus honorarios.¡Señora, su hijo es malo!
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Pero no somos malos. Con la pandilla tiramos piedras a los indigentes del final del callejón.Vienen a quejarse a casa.¡Nos han roto una botella devino!¡Eso es mentira!También incordiamos a los novios que se dan el lote en los coches.Dibujamos mucho. Nuestros padres son profesores de dibujo y tenemos todo el papel y los lápices que queramos.Hago mi primer libro con mi hermano. Se titula “Los martirios de Florence”. Mi hermana sufre torturas en cada página.
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En el callejón, todo cambia muy deprisa. Han construido un bloque de pisos y un aparcamiento en el solar del almacén, aunque se conserva una parte del antiguo edificio.Todos los días, un obrero come apartado de los demás, sentado en el murete del aparcamiento.Mi hermano es el primero y el único de nosotros que le dirige la palabra.¿Me das un trozo de pan?¿Cómo te llamas?Mohamed.¿Estás loco, Jean-Christophe? ¡Ese pan está envenenado!¡Es un moco!¡Se dice MORO! ¡Moco es lo que te sale de la nariz!Yo no probaría ese pan. ¡No quiero palmarla!¿?
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¿Quieres, Pierre-François?¡No te co-mas eso!¿Eso es cerveza?No, zumo de manzana. No bebo alcohol. ¿Quieres?Mucho ojo, Jean-Christophe.Éstos matan a cuchillo.Mi padre estuvo allíy me ha contado...“Moro” es una palabra que nunca he oído en mi casa. Mi padre no estuvo en la guerra de Argelia, pero la conozco.Argelia era un desierto lleno de fortines con legionarios dentro.Un día, los beduinos se hartaron y, montados en caballos y camellos, atacaron los fortines.
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Poco a poco, tomaron todos los fortines. Los legiona-rios se refugiaron en Argel.Los beduinos atacaron Argel y los legionarios se embarcaron y regresaron a Francia. Y así acabó la guerra de Argelia.Por la noche vamos al edificio que sigue en pie, abandonado.¡Richard tiene una lin-terna! ¡Bien!¿Habéis visto? ¡Una mancha de sangre!¿Se-guro?¡Ha sido Mohamed!¡Ha dego-llado a uno aquí!¡Mirad eso! ¡Hay dos puertas, una tras otra!Sí, el tipo entra, cree que no hay salida, damedia vuelta...... ¡y Mohamed, escondi-do detrás de la segunda puerta, lo apuñala por la espalda!
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Yo no comprendo por qué sienten tanto odio hacia Mohamed. Parecen saber muchas cosas de los “moros” que yo desconozco. A mí no me han enseña-do nada de eso.De hecho, jamás me lo enseñarán.En casa, mis padres archivan el “caso Mohamed”.¡Los B. dicen que Mohamed está en la cárcel por asesino!¡Ya vale de tonterías! ¡Mohamed no ha matado a nadie en su vida! Se ha ido a trabajar a otra obra.Los adultos no nos enseñan nada, o sólo chorradas. Tenemos que aprenderlo todo solos. Por ejemplo, escalando la tapia de la última casa del callejón, descubrí la casa del diablo.¡Cuidado, niños, que es la casa del diablo!¡Halaaa!¡El diablo no existe, señora!¡No nos da miedo!Más tarde, paso por delante de la casa, del lado de lacalle. La puerta está abierta y veo un montón de cabe-zas de animales en las paredes.
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No me da miedo. Ya no tengo miedo, desde que soñé una cosa.Dormía en casa de mis abuelos. Soñé con el dios de los muertos, Anubis.Se me acercaba, y yo estaba aterrado.Me desperté.Anubis seguía ahí, continuaba acercándose.De pronto, todo se detuvo. Ya sólo apreciaba la sombra del ar-mario, que recordaba vagamente a la forma de un chacal.Desde entonces, pueden darme miedo la gente, la vida, el futuro.Pero no los fantasmas, los demonios, las brujas, los vampiros...
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Todos los jueves, en el callejón, hay guerra contra la pandilla del final de la calle.¡HE VISTO MOCOS CON CUCHILLOS!No son “mocos” (Pascal ve “mocos” por todas partes). Son hijos de militares.Nunca nos pegamos. Peleamos siempre a distancia, a pedradas.Pero cualquier piedra nos vale.Hemos fabricado un montón de armas, pero no las usamos.Salvo para los desfiles de la victoria, después de las batallas.
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A mi padre no le gusta la guerra.¿Has visto qué batalla tan chula?Sí... ¡Muchos muertos hay ahí!A Jean-Christophe y a mí es lo único que nos intere-sa. Pasamos mucho tiempo dibujando batallas.... los mongoles atacan la Gran Muralla china, salen de todas partes...Mi personaje histórico preferido es Gengis Kan. Lo descubrí leyen-do libros sobre Marco Polo.Su historia es como la de “Miguel Strogoff”, pero peor.Es mi rinconcito del pasado. En él soy libre, puedo desplegar mis fantasías guerreras.Las cabalgadas sin fin, las batallas despiadadas, los cuellos retorcidos me procuran un gozo terrible.
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No soy un personaje concreto, sino un grupo, un ejército. Dentro de mí hay furor suficiente para cien mil guerreros. Relaciono los ataques de mi hermano con ese mismo furor. ¿Qué caballo monta él?Los mongoles salen en mi segundo libro, que escribo y dibujo en una agenda vieja.La novela transcurre en 1281, durante el intento de Kublai Kan de conquistar Japón.La novela tiene treinta y siete pá-ginas. Para acabar la agenda, creo el personaje de KiKif el Marciano.Acabado el libro, sigo llenando hojas enteras con batallas gigan-tescas. Es mi epilepsia particular.Doy salida a la rabia que me posee. Jean-Christophe tiene la misma rabia dentro, pero la expresamos de manera diferente.
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Su fantasía es Hitler.Mi hermano, tan débil de pronto, experimenta una gran necesidad de poder y dominación.Yo soy una multitud anónima de ji-netes mongoles; él, un jefe supremo.Su sueño es el desfile eterno de un ejército que lo aclama...Se dibuja una bandera nazi y la cuelga en la pared de su cuarto.Ante mis protestas y las del resto de la pandilla, la quita.Sin embargo, su fantasía nazi no tiene nada de antisemita. Ni él ni yo sabemos lo que es un judío.A mí Hitler no me va.
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Me reencuentro con la guerra en casa de mis abuelos maternos, en Châteaumeillant.Tienen unas gruesas recopilaciones de los suplementos Larousse de 1907 a 1922.Cuando estoy allí, en vacaciones, me enfrasco en las fotos de la guerra del 14.Mi abuelo participó en esa guerra.¡Abuelo, cuénta-me cómo hiciste la guerra!Me cuenta anécdotas banales, cuando yo lo que quiero oír son los combates con bayoneta.... una vez, en la trinchera de al lado, había unos hindús. Qué peste...Esas cosas no se preguntan. Tu abuelo sufrió mucho, ¿sabes?Ah...En julio de 1996, mi madre me cuenta su historia.A tu abuelo le pasó de todo, y lo increíble es que salió ileso...Volvió del servicio militar y a los pocos meses se fue a la guerra.
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Empezaron a marchar hacia el frente.Y se metieron en la trinchera.Al principio eran poco profundas y los balazos en la cabeza eran habituales.Se cavaron trincheras más profun-das, y llegaron el barro y las ratas.Mi abuelo tenía hambre, frío y miedo. No le gustaba combatir, ni estar lejos de su casa.La vida en la trinchera estaba aderezada por los bombardeos y los ataques.Mi abuelo jamás dormía en los refugios, sino siempre en el túnel, hiciera el tiempo que hiciese.
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Un día, un obús destrozó el refugio donde estaban sus compañeros. Él había oído los gritos de sus camaradas pidiendo socorro. Se juró no volver a pisar aquel lugar.Durante los ataques, admiraba a los tenientes y capi-tanes que salían los primeros de la trinchera y que a menudo caían también los primeros.No todos pensaban como él: en su unidad, un capitán muy odiado por sus hombres murió asesinado por la espalda al inicio de un asalto.En el hospital, la naturaleza sospe-chosa de la herida llamó la atención del médico y se abrió una investi-gación.Los gendarmes detuvieron a los soldados, que fueron fusilados.Al principio de la guerra, mi abuelo estaba con vecinos de su pueblo o de los alrededores. Poco después, él era el único superviviente.
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Constantemente llegaban novatos para sustituir a los muertos.Él ya no se molestaba en aprender-se los nombres. No valía la pena, caían como moscas.Como cocinaba bien, lo llamaban a la retaguardia para que se encar-gara de los oficiales superiores.Hacía la comida, les servía.Y volvía a la trinchera con el cora-zón lleno de amargura.Pero él no era un rebelde, no decía nada.Cuando su unidad se desplazaba a la línea del frente, se acantonaban en casas abandonadas. Una noche, durmió en una cama con sábanas.Por la mañana, los soldados habían saqueado la vivienda. Mi abuelo estaba consternado. No había paz en ninguna parte.
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La gran diversión de sus compa-ñeros era cagar en los libros y ce-rrarlos de golpe.Luego se limpiaban con las sábanas.Arramblaban con todo y se mar-chaban cargados como mulas.Y esos botines ridículos desaparecían con ellos en las trincheras.Una vez, recibió la orden de llevar un mensaje. Nada más salir de la trinchera, un bombardeo espectacular cayó sobre el sector donde se encontraba mi abuelo.Iba de agujero en agujero, al azar de las explosiones.Pasó tres días bajo el bombardeo, vagando por tierra de nadie, sin poder salir.Por fin llegó a buen puerto y regresó a su trinchera nada más entregar el mensaje.
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A un primo suyo, miembro de su unidad, un obús le reventó medio cuerpo.Mi abuelo lo veló toda la noche, mientras agonizaba.Con él había una banda de tipos duros que se pasaban el día ha-ciendo incursiones.Él no quería acompañarlos. Bastante se enfrentaba ya a la violencia y la muerte para ir a buscar un extra.Una vez lo obligaron. Buscaban comida.Se colaron en la trinchera alemana y los degollaron a todos. No sé cómo, pero mi abuelo no participó en la matanza. Conservaba un recuerdo atroz de este episodio, y, tras la guerra, decía que él jamás había matado a un alemán.
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Saquearon los cadáveres y arram-blaron con los víveres.A veces, los soldados organizaban treguas para intercambiar alimen-tos con los alemanes. Duraban varias horas y se hacían con el beneplácito de los oficiales.Hacia el final de la guerra, acorda-ron una de dos días, en contra de la opinión de los oficiales.Ya estaban todos hartos. Él mismo decía que no habría aguantado que la guerra durara mucho más.Volvió a su pueblo para cuidar de sus viñedos. Sólo había obtenido un permiso en toda la guerra.Conservo un casco abollado, una medalla y una postal.Es la postal a la que aludo en el sueño “Le lit de mort”, en “Le cheval blême”. Representa las trincheras alemanas en Carency.Seguramente está dirigida a mis bisabuelos.Gabriel es mi abuelo. Henri tal vez sea el primo que agonizó en sus brazos tras ser alcanzado por una bala.
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La guerra caracolea también en Bourges, en la casa de mis abuelos paternos.Tienen cuatro mamotretos sobre la Segunda Guerra Mundial en los que me enfrasco cada vez que voy a su casa.Es en la que participó mi abuelo André. Vigilaba los puentes de Mehun.Un día, su teniente se marchó dando una excusa cualquiera y no volvieron a verlo.Mi abuelo, que era sargento, tomó el mando.Esperaban a los alemanes. Todos los días les avisaban de que anda-ban cerca.Un día se detuvo un coche con un oficial.¿Qué hacen aquí?¡Impedir que pasen los boches!Pero ¡si hace mucho que están al otro lado del puente! ¡Repliéguen-se ahora mismo!En lo que tardaron en replegarse, la guerra había acabado. Lo des-movilizaron y regresó a su casa.
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En mi entorno no hay libros sobre la guerra de Argelia.Una guerra en la que lucharon algu-nos amigos de mis padres.Es es-pantoso lo que contaba Jean-Louis sobre su servicio en Argelia.Oigo conversaciones que echan por tierra la imagen idílica que me he creado.Los gritos de los chavales torturados no lo dejaban dormir.Y ni siquiera los torturaban volun-tarios, sino reclutas que querían imitar a los auténticos guerreros.Torturaban para curtirse, para entretenerse, no para sacar con-fesiones.Descubrí muchas anécdotas sobre esta guerra entre la gente de esa generación.Una vez fue Jacques Lob quien me contó su viaje a Argelia.Me llamaron y me presenté en el cuartel. El tren vino a buscarnos. ¡Había vías en el cuartel!Las autoridades no querían incidentes, claro. Si hubiéramos salido de una estación, habría habido manifestaciones.
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El tren puso rumbo a Marsella. Al atravesar la periferia parisina, se veían pancartas en las ventanas de los edificios.A mitad de camino, el tren se detuvo en pleno campo. Yo bajé para estirar las piernas.Di unos pasos por el terraplén. Había gendarmes entre la maleza.La parada estaba prevista. Para evitar deserciones, la policía rodeaba el tren.En Marsella fue como en París: el tren llegó hasta el barco, nos bajamos de uno para subir al otro.Ante la pasarela había chicas de la Cruz Roja que nos daban bocadillos para la travesía. ¡Recuer-do cómo lloraban!
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Estábamos muertos de miedo, todos nos preguntábamos adónde nos mandaban. Muy malo tenía que ser para que lloraran así.Y luego vino la guerra.Ya no me contó más. Yo aún no lo sé, pero ésa es la última vez que lo veo. Morirá de cáncer poco después.Años más tarde, revivo la misma si-tuación con un amigo de mi padre.Estábamos patrullando las calles, y al tío que iba a mi lado le metieron una bala en la cabeza.Es la última vez que lo veo. Morirá de cáncer.Apareció una enorme salpicadura de sangre en el muro y él cayó al suelo. Nunca lo olvidaré, lo tengo grabado...1914-1918 1939-1945 1954-1962 Aunque no las haya vivido, son fechas que también forman parte de mi vida.Se te olvida la guerra de Indochina.No... De ésa hablaremos más adelante.