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LOMEJOR DELOMEJOR DECon prólogo deCARLOS ARECESvolumen II
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LO MEJOR DE ZIPI Y ZAPE vol. IIPrólogoZipi y Zape son una pieza fundamental de la cultura de este país. Estoy seguro de que cada unode los millones de lectores que han tenido durante décadas, pequeños y grandes, guardará, como yo, infi-nidad de recuerdos ligados a las aventuras de los gemelos y a los momentos de absoluto placer en los quenos entregábamos a su lectura. Aquí va una lista, un breve tratado nostálgico y sociológico absolutamen-te personal que explica, en parte, por qué se convirtieron en la mejor compañía de mis tardes:-SU FAMILIA. Creo que los hermanos Zipi y Zape fueron verdaderamente afortunados. En gene-ral, las décadas de 1950 a 1970 no resultaron fáciles para los niños de los tebeos de humor que queríanvivir en familia. La censura franquista condenaba todo comportamiento que menoscabara la autoridad dela figura paterna. Cualquier travesura de una criatura contra su progenitor era interpretada como un ata-que a los valores de la unidad familiar y, como tal, invitada a desaparecer de las páginas. La combinación«padre/s + hijo/s» resultaba demasiado conflictiva para cualquier autor, que se arriesgaba a tener que re-petir las páginas buscando el aprobado del ministerio, y comenzaron a emplearse diferentes subterfugios.Así, habitualmente, en las familias con vástagos, o bien era anecdótica la presencia de los padres (como enLa Terrible Fifío Pitagorín) o la de los hijos (como en Pepe el «Hincha»). En otros casos, el niño revoltosoresultaba ser un sobrino (en Rigoberto Picaporteo Don Pío); y, si no lo era en origen, mutaba sin problemasde una semana para otra (así fue la metamorfosis de La Familia Trapisonda: el hijo, Felipín, pasó a ser elsobrino y los cónyuges se transformaron en hermanos). Estaba también el caso de La Familia Churumbel y La Familia Gambérrez: en ellas, el comportamiento antisocial de los niños (que por otra parte eran pocomás que rolling gags) no iba dirigido contra el núcleo familiar. En La Familia Cebolleta, el chaval Diógenesnunca fue especialmente problemático (ni protagonista). Y algunos niños directamente no tenían padresni se les esperaba (Angelito). Zipi y Zape eran una notable excepción con la que me resultaba sencilloidentificarme. Tenían la familia que más se parecía a la mía.-SU ESTUPENDO PLANTEL. En una época donde la mayoría de los secundarios de las series dehumor no estaban fijados (por eso, la práctica totalidad de jefes, vecinos, familiares, criadas, compañerosde trabajo o novias que aparecían esporádicamente cambiaban radicalmente de una historieta a otra), laserie estrella de Escobar contaba con el más amplio elenco de personajes estables de Bruguera: además dedon Pantuflo y doña Jaimita, otros como los abuelos paternos (sin nombre conocido, que yo sepa), la tíadoña Miguelita (un clon de Jaimita con algún kilo de más), el empollón primo Sapientín, el envidiosoPeloto, el profesor don Minervo, su mujer doña Espátula, el amistoso ladrón «Manitas de Uranio», elpolicía don Ángel (de uniforme irreconocible, de nuevo a causa de la censura) o el doctor Pildorín (que,aunque cambiaba de aspecto, mantenía el nombre) son solo una muestra de los más habituales. Todosellos creaban un cosmos familiar en el que me encontraba muy a gusto. -SUS CASTIGOS: Desde los más políticamente incorrectos de sus primeras aventuras a finales dela década de 1940 (atarlos a las vías del tren, colocarlos en la guillotina, enterrarlos vivos, sujetarlos sobreuna bomba, emparedarlos o tirarlos al mar con una piedra, por citar algunos) hasta los más suavizados apartir de la década de 1950 (la paliza con sacudidor de alfombras o los brazos en cruz sujetando libros),todos eran un despliegue de divertidísimo sadismo que no dejaba de resultarme original y fascinante.
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Yo, lo más que me llevé fue una bofetada, pero reconozco que fantaseaba con el castigo más recurrente detodos y que se convirtió en una de las señas básicas de la serie: el cuarto de los ratones. ¿Cuál era exac-tamente su función correctiva? Tenía forma de mazmorra y había que reservar un preciado espacio de lacasa para albergarlo, lo cual no dejaba de ser una total excentricidad, y sobre todo una mala inversión:cualquier niño, al menos como yo, difícilmente lo hubiera considerado un castigo. -SU DELIBERADO ANACRONISMO ESTÉTICO. Don Pantuflo era catedrático en Numismá-tica, Filatelia y Colombofilia, llevaba batín, usaba polainas para cubrir los botines y, sobre todo, teníapatillas prusianas. Cada día me preguntaba qué habría hecho yo para tener un padre tan absolutamentevulgar.-LOS PLÓMEZ: Sin duda, mis secundarios favoritos. La idea de la visita inoportuna se convierteen un refinado duelo in crescendo entre invasores e invadidos. Los Plómez son pesados profesionales cur-tidos ya en el arte de presentarse a merendar en el hogar de cualquier conocido, y lidian con soltura conlas indirectas y las argucias de los Zapatilla para echarlos. Lo cierto es que los Plómez saben que no sonbien recibidos y los Zapatilla no lo ocultan, pero ambos aceptan las reglas del cinismo, lo que da lugar aun hipócrita y delirante mano a mano que se dirime en un tour de force siempre ingenioso y brutal. Pero, por encima todo, estos gemelos de inverosímil magnitud capilar bitonal hicieron muchomás llevaderos mis recreos, lo que siempre interpreté como un favor personal. Soy de la opinión de que,en relación con la importancia que tuvieron para la cultura de varias generaciones, los autores de cómicsno han recibido todo el reconocimiento que merecen. Así que, desde estas páginas, aquí va mi pequeñaaportación: muchas gracias, don Josep. Sin sus personajes, sin sus historietas y sin sus horas de entrega,mi infancia hubiera sido mucho más aburrida.Carlos Areces
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