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Edición en formato digital: junio de 2021© 2021, Armando Bastida© 2021, Penguin Random House Grupo Editorial, S. A. U.Travessera de Gràcia, 47-49. 08021 Barcelona© 2021, Albert Arrayás, por las ilustracionesPenguin Random House Grupo Editorial apoya la protección del copyright.Elcopyrightestimula la creatividad, defiende la diversidad en el ámbito de las ideas y el conocimiento, promueve la libre expresión y favorece una cultura viva. Gracias por comprar una edición autorizada de este libro y por respetar las leyes del copyrightal no reproducir ni distribuir ninguna parte de esta obra por ningún medio sin permiso. Al hacerlo está respaldando a los autores y permitiendo que PRHGE continúe publicando libros para todos los lectores. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, http://www.cedro.org) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.ISBN: 978-84-17605-28-5Compuesto en La Nueva Edimac, S. L.Composición digital: Newcomlab S.L.L.
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A Jon, Aran y Guim. Asíos a las riendas de Ártax, ¡y cabalgad!
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Iris tenía tres años y vivía con su padre, Mario, y la abuela Emilia, que ya era ma-yor y pasaba mucho tiempo sentada en su sillón, viendo la televisión o haciendo ganchillo. Hablaba poco, pero cuando lo hacía todos la escuchaban, porque siem-pre había sido muy correcta y respetuosa, y todos la tenían muy en cuenta.Una mañana, Iris se mostró por primera vez en desacuerdo con algo que esta-ba pasando. Su padre le había preparado la leche en una taza del color equivoca-do. O eso le dijo ella:—Esta taza no, papá. La roja.—Pero si cada día te tomas la leche en una taza de color diferente. Nunca te había importado. ¿Por qué hoy quieres la roja?—Tiene que ser la roja. ¡La roja!Las mañanas siguientes, papá intentaba tener la taza roja limpia para el desa-yuno, pero Iris iba cambiando de color favorito. Algunos días la roja le parecía bien. Pero otros tenía que ser la amarilla, o la azul, o la verde.—Será la roja siempre, Iris. Ya vale de tanta tontería —contestó un día su pa-dre, decidido a acabar con ese tema.Iris, enfadada y dolida, se tiró al suelo y empezó a llorar.
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1010Tienes que hacer algoOtro día, a Iris le molestó que papá apretara el interruptor de la luz del rellano al salir de casa para ir al cole:—¿Por qué has encendido tú la luz? ¡Lo tenía que hacer yo! —le dijo llorando, y él le respondió que en pocos segundos la luz se apagaría y podría encenderla ella.Unos días después el problema no era la luz, sino que era su padre quien pulsa-ba el botón del ascensor:—¡No, papá! ¡Lo quería apretar yo!Entonces tenían que esperar a que el ascensor se cerrara para que Iris pudiera pulsar el botón en brazos de su padre, pues ella ni siquiera llegaba.Así lo hicieron hasta que una mañana papá le dijo que sería él quien encendería la luz y apretaría el botón del ascensor porque de este modo iban más rápido.Iris, de nuevo, se tiró al suelo y empezó a llorar.Una tarde, Iris le dijo a su padre que no quería bañarse después de llegar del par-que porque quería seguir jugando en casa, y con el baño perdía demasiado tiempo porque tenía que quitarse la ropa, mojarse, enjabonarse, aclararse, secarse y ves-tirse de nuevo.A papá le costó mucho que se metiera en la bañera, y cuando lo consiguió, re-sultó que Iris quería quedarse más tiempo:—¡No quiero salir! ¡Estoy jugando! —le gritaba a su padre.Él ya estaba cansado, porque sentía que Iris era inconstante, cambiante, lloro-na, quejosa y, en cierto modo, caprichosa.Al fi nal optó por decirle que tenía que bañarse y salir de la bañera cuando él se lo dijera, y que tenía que ser una niña buena y obediente.
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1212Tienes que hacer algoIris volvió a enfadarse y se echó a llorar sin consuelo otra vez, tumbada en el suelo.—No puedo más, mamá —le dijo el padre a la abuela Emilia—. Esta niña hace lo que quiere. ¡Me toma el pelo! Parece que aquí mande ella y que yo sea su mayor-domo. O, peor…, ¡parezco su súbdito!—Tú eras igual que ella, Mario. Todos los niños son así, en realidad —le con-testó ella.Pero él no la creía. A menudo hablaba con compañeros y compañeras de traba-jo, con hijos e hijas mayores que Iris, y casi todos coincidían al decirle cosas como: «Tienes que hacer algo», «Se te está subiendo a la chepa», «Creo que eres muy blando con ella», «Estás intentando razonar con una niña de tres años, y las niñas de tres años no razonan», «Esto deberías cortarlo ya», «Quizá deberías empezar a castigarla»… O incluso: «Un buen cachete a tiempo y se le quitan todas las ton-terías».En un primer momento descartó esas ideas, porque, aunque Iris parecía tener cada vez más carácter, aún no tenía la sensación de que la situación estuviera to-talmente descontrolada. Al fi n y al cabo, solo era una niña de tres años, para lo bueno y para lo malo, y lo lógico era que no entendiera muchas cosas.Pero pasado un tiempo Iris empezó a quejarse por más cosas. A veces, cuando tenía hambre y su padre le preparaba un sándwich y se lo cortaba en triángulos, Iris se enfadaba:—¡Así no! ¡Está mal! —le gritaba a papá.Entonces su padre decidía comérselo él, prepararle otro y cortárselo en rec-tángulos:—¡Así tampoco! ¡Está mal! —se volvía a quejar Iris.
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13Cuentossentido común13Mario le ofrecía ese sándwich a la abuela, que lo aceptaba de buen grado, y él le proponía una tercera opción a Iris: un sándwich sin cortar.—¡Así no me lo puedo comer! —gritaba Iris, para desesperación de Mario.Pasaba lo mismo si le ofrecía una galleta y estaba rota:—¡Esta galleta no! ¡Está rota!Y papá acabó por decirle que los sándwiches se los daría siempre en triángulos y que la galleta se la tenía que comer como estuviera, rota o entera.Iris se echó a llorar de nuevo. Lejos de mejorar, la situación empezó a empeo-rar cada día un poco más.A pesar de lo que su padre le había dicho, cada día había problemas con el color de la taza, con quién pulsaba el botón del ascensor o encendía las luces, con las galletas y la forma de los bocadillos, con el momento de bañarse y de salir del baño…, e incluso con el orden en que se tenía que vestir y con las prendas que se ponía, porque, curiosamente, siempre quería ponerse alguna camiseta o vestido que no estaba en el armario, sino que estaba para lavar.—Pero ¿por qué nunca quieres la ropa que hay en el armario? ¿Cómo puede ser que siempre quieras la que está en el cubo de la ropa sucia? —le preguntaba papá.—Porque es su preferida, hijo… Se la puso ayer y hoy también quiere ponérse-la. Y, si pudiera, se la pondría también mañana, y pasado mañana —intervino la abuela.Y así llegó la primera vez que Mario perdió del todo los nervios: una tarde fue conIris a comprar al supermercado y la niña se alejó de él y estuvo perdida un rato. Elpadre llegó a casa sudando, con ella en brazos llorando y ambos rojos y ofuscados.—¡No puedo más! ¡Le he tenido que pegar y todo! —le contó Mario a la abuela Emilia.
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15Cuentossentido común15—Pero ¿qué ha pasado? —preguntó ella.—Que lo quería todo. Todo lo que había en el supermercado. Todo lo que no había en el carro, porque al parecer lo que yo metía en el carro estaba mal. Se ha querido bajar, le he dicho que vale, y ha empezado a coger cosas que no necesita-mos. Se ha encontrado con otra niña y le ha quitado la muñeca, y entonces se ha escapado y no la veía. Me ha puesto tan nervioso que hasta le he gritado y le he dado en el culo —explicó Mario.—¿Y ha funcionado? ¿Se ha vuelto una niña más obediente? —le preguntó la abuela Emilia.—¡Qué va! ¡Se ha tirado al suelo llorando, como siempre! ¡Es horrible ir a com-prar con ella!—Entonces ¿esperabas que no se comportara como una niña de tres años en un supermercado?—¿Y qué hago? ¿Dejo que se escape y que lo toque todo?—Creo que yo no he dicho eso, Mario. Quizá…—Déjalo, mamá. Son otros tiempos. Los niños de ahora no son como los de antes. No me puedes ayudar —sentenció Mario.La segunda vez que el padre perdió del todo los nervios fue una tarde en que, tras un buen rato de parque, no se pusieron de acuerdo a la hora de volver a casa.Iris estaba pasándoselo bien con la arena, el cubo y la pala que habían bajado. Mario se dio cuenta de que se habían entretenido más de lo habitual, y le dijo a la niña que tenían que irse:—Iris, cariño. Se nos ha hecho tarde. Tenemos que irnos ya.
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1616Tienes que hacer algo—Estoy jugando, papá.—Lo sé, pero puedes seguir jugando en casa. Y aún tienes que bañarte, tene-mos que preparar la cena… Venga, vamos —contestó él, recogiendo el cubo y dándole la mano para irse.—No, papá, ¡estoy jugando! —contestó ella, que no había acabado lo que había pensado hacer en sus juegos.Mario insistió, y al fi nal Iris empezó a llorar.—¡Papá! —lloraba, pidiéndole que se quedaran un rato más.—Lo siento, cariño. Nos tenemos que ir. Venga, no llores, que puedes jugar en casa. Dame la mano y vámonos.Pero Iris no quería andar, así que le pidió a papá que la llevara en brazos.—Iris, no puedo con todo. Hemos bajado juguetes, así que tienes que ir an-dando para que yo pueda llevar a casa todo lo que hemos traído.—¡Estoy cansada! —dijo Iris, y se sentó en el suelo negándose a moverse.—Iris, ¡no puedes estar cansada! Llevas toda la tarde jugando y corriendo, y querías quedarte un rato más. No puede ser que de repente estés cansada. ¡Irás andando!—¡Tonto! —contestó ella.Y entonces fue cuando Mario perdió los nervios. La cogió a la fuerza y se la lle-vó entre pataleos y llantos, casi arrastrándola, hasta que ella empezó a caminar al ritmo veloz que marcaba papá, que iba quejándose y diciéndole que eso no estaba bien y que no podía más con sus caprichos.—Quizá si la hubieras avisado antes de que os tuvieseis que ir y le hubieras dado unos minutos… Además, es normal que no quiera caminar por la calle por-que… —le dijo la abuela Emilia después, tratando de ayudar.
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19Cuentossentido común19—Mamá, por favor. Que no es eso. Iris se está convirtiendo en una niña mal-criada y consentida. Y la culpa debe de ser mía, que no soy sufi cientemente duro con ella. Déjalo, en serio. Déjalo. Ya veré cómo lo hago.La tercera ocasión en que Mario perdió los nervios con Iris sucedió en casa, una tarde en la que la niña parecía no tener claro qué necesitaba. Le dijo que no le apetecía bañarse, pero luego no quería salir del baño. Su padre le quiso poner el pijama, pero Iris no quería ese, sino otro. Entonces él le trajo otro, pero se lo puso mal, porque primero le tendría que haber puesto el pantalón y luego la parte de arriba. Más tarde le preparó la cena, pero Iris no quería cenar en ese plato verde. Así que papá le sirvió la cena en el plato naranja que le pedía, y resultó que el plato estaba bien, pero la cena no. No quería comer eso.Y todo con quejidos y llantos, hasta que Mario no pudo más y le gritó:—¡BASTA YA! ¡No puedo más, hija! ¡Todo lo hago mal! ¡¿Qué quieres de mí?!Iris empezó a llorar y, enfadada, se tiró al suelo a seguir llorando, en esta oca-sión tan fuerte como podía.—¿Qué pasa? —quiso saber la abuela Emilia.—¡Que todo lo hago mal, que no acierto con nada, que no deja de pedirmejusto lo que no le doy! ¡Que se queja por todo porque, al parecer, nada es sufi -ciente! ¿Qué puedo hacer con una niña tan consentida y caprichosa? —le pre-guntó Mario.—No es una niña consentida, ni es caprichosa. Solo es una niña pequeña en un mundo que va demasiado rápido, y simplemente está intentando tener un poco de control y autonomía en su día a día, por eso pide cosas que cree que le pueden ir bien.—¿Bien para qué? ¡Si es que, además, le doy lo que pide, y tampoco lo quiere!