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ÁBOESGRADAbeto blanco ·········· 35Pino piñonero ·········· 37Acacia blanca ·········· 38Palmera canaria ·········· 41Sófora ·········· 42Árbol del caucho ·········· 45Plátano ·········· 46Arizónica ·········· 48Olmo ·········· 51Acacia de tres espinas ·········· 53Casuarina ·········· 55Secuoya gigante ·········· 57Ailanto ·········· 58Roble ·········· 60Cedro delHimalaya ·········· 63Álamo blanco ·········· 64Washingtonia ·········· 66Almez ·········· 68Castaño de Indias ·········· 71Eucalipto ·········· 73Tipuana ·········· 75Grevillea ·········· 76Tilo de hoja grande ·········· 79Magnolio ·········· 80Ginkgo ·········· 82Ombú ·········· 84Jacarandá ·········· 87Fresno del norte ·········· 89ÁBOESMDAOSÁrbol botella ·········· 94Morera ·········· 96Cerezo ·········· 98Melia ·········· 101Paulonia ·········· 102Arce común ·········· 104Carpe ·········· 107Liquidámbar ·········· 108Encina ·········· 111Chorisia ·········· 112Negundo ·········· 115Olivo ·········· 116Parrotia ·········· 119Catalpa ·········· 120Falso pimentero ·········· 123Acacia de Constantinopla··········125Pica-Pica ·········· 126Árbol de los farolillos ·········· 129Ciprés común ·········· 130Ciruelo de flor ·········· 133Árbol del amor ·········· 134Tejo ·········· 137Higuera ·········· 138Butiá ·········· 141Parasol de la China ·········· 142Árbol del paraíso ·········· 145ÁBOES PQEÑOSAligustre ·········· 150Árbol orquídea ·········· 152Espinillo ·········· 155Árbol del coral ·········· 157Tuya oriental ·········· 158Mimosa ·········· 161Hibisco ·········· 162Naranjo amargo ·········· 165Fotinia ·········· 166Azufaifo ·········· 169Laurel ·········· 170Manzano ·········· 173Madroño ·········· 174Árbol de Júpiter ·········· 177Palmito chino ·········· 178Limpiatubos ·········· 181Peral de flor ·········· 182
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PRÓL
OGO
por El Hematocrítico
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por El Hematocrítico
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7ecientemente, paseando con mis hijas pequeñas, me paré a contemplar una nube. Estaban jugando a ver qué formas tenían, como tantas veces hice yo en el Pleistoceno, y me quedé atrapado contemplando ese coloso. ¿Cómo puede algo tan enorme, tan majestuoso, fl otar sobre nuestras cabezas y no pasarnos el día abrumados por su inmensidad? El minuto y pico que pasé absorto, embriagado por esa obra de arte de la naturaleza antes de tener que parar por la aparición de un grupo de dientes de león particularmente atractivos, fue como una experiencia profunda de conexión con el todo. ¡Las nubes deberían ser celebradas! Tendría que haber institutos de análisis y festivos nacionales en homenaje a las nubes. ¿Y esa maravilla está ahí, gratis, y a nosotros nosda igual?Me pregunto ¿por qué no contemplo las nubes con más frecuencia? La pregunta no es ninguna tontería. He pasado horas de mi vida haciendo nada más que eso, debatiendo internamente o con amigos sobre si una se parecía más a un brontosaurio o a un diplodocus. Ahora que tengo niñas pequeñas y paso muchas horas en el parque, lo volví a hacer durante un breve minuto y experimenté esa conexión que hacía, no sé, DÉCADAS que no sentía. Nosotros, voluntariamente, rechazamos esa relación con el entorno. Y un simple vistazo a lo que estaban haciendo mis niñas me sirvió para darme cuenta de que ellas no la rechazan. La naturaleza les pertenece, eso es así. Las niñas y los niños son quienes dominan el entorno. Saben disfrutar de las nubes y de los dientes de león. Saben dónde están los caracoles, dónde se forman los mejores charcos, dónde están las rocas que se escalan mejor. Y por supuesto, dónde están los mejores árboles. Saben cuáles dan la mejor sombra, conocen los que les pueden proporcionar juguetes en forma de ramas, piñas, bellotas o trocitos de corteza. Los que tienen por fuera raíces sobre las que se puede caminar. Los que tienen las hojas más bonitas o más enormes o más resistentes o más suavecitas. Este libro es para ellas y ellos, para audarlos a poner nombre a toda esa riqueza que está a nuestro alrededor. Y también es para vosotros, para lo mismo, y para audaros a conversar con ellos. A ser humildes, agradecidos, a ser disfrutones con esa conexión con la naturaleza. Sentir un árbol es sentir la naturaleza, el universo, el cosmos. En todas esas cosas pienso mientras observo una nube treinta segundos, pero disculpad, que tengo que hacer un scroll eterno en Instagram durante una hora y media.
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TEÓRICAS)
por Luciano Labajos
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por Luciano Labajos
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9ÁRBOLES URBANOSNuestros antepasados eran conscientes de la importancia de los árboles para el bienestar de los ciudadanos. De modo intuitivo, percibían las sensaciones que nos procuran los lugares arbolados en la ciudad: mitigan el calor y la falta de humedad, aportan sombra, fi ltran el polvo y los contaminantes, prestan gracia y naturalidad a los inhóspitos entornos urbanos…Necesitamos los árboles. Pasear entre ellos nos relaja y alegra, y su ausencia nos produce tristeza. Según estudios recientes y cualifi cados, en el campo de la psicología ambiental, la ausencia de contacto con los árboles o con la naturaleza nos produce un trastorno identifi cado como «síndrome de défi cit de naturaleza»; es una anomalía que afecta sobre todo a los niños.La idea de llenar de árboles cultivados el espacio público, de arbolar nuestras ciudades, proviene del espíritu ilustrado de la Revolución francesa, de fi nales del siglo xviii. Esta fi ebre plantadora había de expandirse de las grandes ciudades a las pequeñas capitales y a las villas o pueblos importantes. Con todo, esa ciudad arbolada de los revolucionarios no empezó a ser una realidad organizada hasta algunas décadas después.La época en que los árboles llegaron de forma masiva a la planifi cación urbana fue a lo largo del siglo xix y en las primeras décadas del xx, cuando fue necesario acometer las reformas de los ensanches en muchas ciudades, a menudo tras la demolición de las murallas que históricamente las habían cercado. Para ello, se trazaron nuevas calles, rondas, bulevares y paseos, que se adentraban donde antes solo había campo o terrenos con pocas construcciones, y todas estas vías de nuevo cuño se proyectaron con árboles de sombra. En ocasiones, las transformaciones en la ciudad respondían a procesos políticos revolucionarios, de manera que se incorporaban o cedían a la gestión pública municipal algunos jardines reales o que antes habían estado en manos de la nobleza; también en estos se trazaron nuevas plantaciones.El cultivo y conservación del arbolado se fue convirtiendo cada vez más en una prioridad de las ciudades. Su gestión se asumió como parte de los servicios que había que dar a la ciudadanía, como una manera más de proporcionar calidad de vida. Así, la presencia de árboles en la ciudad se equiparó a otros servicios tan necesarios como la educación, la sanidad, la salubridad urbana, la limpieza, la recogida de basuras o el mantenimiento del mobiliario urbano.ESPECIES ADAPTADAS: NATIVAS, CULTURALES, EXÓTICASLos jardineros tradicionales fueron los primeros en darse cuenta de que no todos los árboles se adaptaban igual a las temperaturas extremas, a los complicados suelos urbanos o a la escasez de cuidados. Muchos fracasos en las plantaciones son fruto de no tener en cuenta este sencillo principio.En jardinería urbana deberían utilizarse siempre especies adaptadas, es decir, aquellas que la experiencia y la documentación existente nos dicen que vegetan en buenas condiciones. En primer lugar, y siempre que sea posible, elegiremos las especies
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10nativas, que han demostrado inmemorialmente su capacidad de adaptación; sin embargo, justo por ese carácter silvestre, hay que contar con una cuestión práctica que puede obstaculizar su uso, pues, aunque parezca paradójico, a menudo es difícil conseguirlas en los viveros. En segundo lugar, tenemos un buen inventario de especies culturales, que se cultivan en jardinería desde hace siglos y han funcionado bien. Por último, también es necesario seguir experimentando con nuevas especies exóticas, que en algunas ocasiones se comportarán satisfactoriamente y en otras decepcionarán al cultivarlas y habrá que dejar de utilizarlas.En cualquier caso, es recomendable desconfi ar de las modas y de las especies panacea, ya que estas tendencias se suelen regir por imitación o por cuestiones estéticas que podrían ser contraproducentes. En jardinería, se debe estar atento a la tendencia de algunos de estos árboles alóctonosalóctonosa naturalizarse y hacerse invasores. En ese caso, hay que limitar su plantación a lugares en los que estas especies no pueden «escaparse» de los cultivos.ESTRUCTURA, ENVERGADURAY PORTEAl elegir qué especies plantar, se deberían tener en cuenta varios aspectos. Tres de ellos son la estructura, la envergadura y el porte. Estas variables cambiarán, por supuesto, dependiendo del clima, del suelo, de la altitud y de un largo etcétera de factores.Cuando hablamos de la estructura (o arquitectura arbórea), estamos respondiendo a una pregunta en apariencia sencilla: ¿cómo se ramifi can los árboles? Sin embargo, la respuesta no es tan fácil, pues hasta la década de los setenta del siglo xx no empezamos a comprender las pautas que siguen los árboles para organizar su forma. Antes, se pensaba que las estructuras arbóreas eran aleatorias, que crecían de manera caprichosa o por exigencias ambientales. Ahora, si bien hay que reconocer que todavía estamos lejos de comprender toda la complejidad del asunto, sí sabemos mucho mejor cómo funcionan las yemas (o meristemos), que son las responsables del crecimiento de los árboles y están formadas por tejidos jóvenes dotados de gran vitalidad.Por una parte, tenemos las yemas terminales, que están colocadas normalmente en el extremo de los tallos, están dotadas de larga vida y son las responsables de los crecimientos verticales (o monopódicos) de algunas especies. Por otra parte, tenemos las yemas o meristemosaxilares, que se desarrollan en la base de las hojas, se activan cuando las yemas terminales pierden su funcionalidad y son las responsables de los crecimientos simpodiales (hacia los lados, por así decirlo) que experimentan la mayoría de las especies. En resumidas cuentas, por ello, se han defi nido dos grandes grupos de estructuras arbóreas: monopodiales y simpodiales.A lo largo de este libro encontrarás muchos térmi-nos técnicos que son habituales en jardinería. La gran mayoría están desarrollados en el contexto de la página o en las explicaciones que se dan en las fi chas. Sin embargo, de vez en cuando leerás algu-nas palabras que quizá requieren una explicación especial, al ser tremendamente específi cas; están señaladas en negrita y color, y si acudes al glosario que está al fi nal del libro, podrás conocer mejor su signifi cado.
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11Las estructuras o ramifi caciones monopodiales son formaciones con un eje dominante y ramas laterales secundarias; lo vemos en las coníferas, los ginkgos, los chopos, los fresnos del norte… En este tipo de árboles, la yema terminal domina o inhibe a las laterales, lo que hace que el árbol crezca predominantemente en sentido vertical. En el caso de las estructuras simpodiales, sucede que, llegado un punto, las yemas terminales se inactivan y dan lugar entonces a vigorosas ramifi caciones laterales, también llamadas «módulos»; así, el eje principal puede incluso dejar de crecer del todo, cediendo a la acción de una o varias yemas laterales, que harán brotar el árbol en nuevas direcciones. A este grupo pertenecen la mayoría de los árboles de sombra: las sóforas, las robinias, los tilos, los plátanos, los olmos.Cabe decir que hay estructuras mixtas, es decir, árboles que combinan ambas estrategias de crecimiento. Por lo general, se trata de especies que, cuando son jóvenes, son típicamente monopódicas, con su eje principal y las ramas laterales secundarias; pero, a partir de las primeras fl oraciones, su crecimiento pasa a ser simpódico. Es el caso de los castaños de Indias y los nísperos del Japón. También hay otras posibilidades, como que los troncos sean monopodiales y las ramas, simpodiales; así sucede, por ejemplo, con los magnolios.En cuanto a la estructura de los árboles y su crecimiento, hay un último concepto interesante que tiene que ver con el proceso de ramifi cación: nos referimos a la reiteración. Este proceso, que tiene su origen en yemas latentes o dormidas, es el que permite al árbol duplicar su arquitectura y es parte crucial de su desarrollo. Dicho de otra forma, es la razón por la que una rama adopta patrones de crecimiento similares a los del eje, emitiendo a su vez ramas segundas que se van dividiendo en ramillas; asimismo, la reiteración es lo que motiva que, después de una herida o una poda, el árbol emita de nuevo ramas, ramillas o incluso arbolitos tanto en la base como en cualquier punto de la copa.Pasamos ahora a hablar de la envergadura de los árboles. Cuando usamos este término, nos referimos al conjunto de su altura, su anchura y su volumen. Su importancia es vital cuando toca tratar cuestiones prácticas, como proyectar en el tiempo el tamaño que llegará a tener un árbol o cómo planifi car una poda. En jardinería urbana, se debe tener mu en cuenta esta proyección de futuro, el cálculo de la envergadura que alcanzará un ejemplar y cómo modularla; primordialmente, para establecer los marcos de plantación, es decir, la separación necesaria entre los árboles cultivados, para que se desarrollen con normalidad y sin limitaciones, teniendo en cuenta la distancia a las fachadas y al mobiliario urbano.Finalmente, cuando hablamos del porte, lo hacemos pensando en la silueta característica de las diferentes especies, condicionados tanto por su envergadura como por su estructura. Por una parte, según el patrón con el que crezcan las ramas de un árbol, ya sea con predominancia monopodial o simpodial, ello contribuirá respectivamente a que tenga un porte cónico (como sucede en muchas coníferas) o un porte redondeado (en la mayoría de los caducos). Por otra parte, también infl ue en el porte el lugar donde crece un ejemplar; no es un asunto menor, pues alcanzará un tamaño u otro —grande, mediano o pequeño, como veremos más
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12abajo— según el clima o el tipo de suelo donde se desarrolle. También la competencia entre individuos, o por la luz, es un factor a tener en cuenta en la conformación del porte. Así, un árbol, en entornos forestales de mucha competencia, tendrá una silueta alargada, similar a la que vemos en las ciudades; sin embargo, en entornos más espaciosos el árbol aislado tendrá un porte redondeado al poder crecer a su gusto. Esa competencia, por último, es la base de otra distinción, la de los tipos de porte arbóreo o arbustivo, y ahí nacen muchas de las decisiones que deberá afrontar el jardinero urbano según la necesidad espacial que tenga.Intentemos ilustrar este asunto. Hay especies arbóreas que, con buenos suelos y climas costeros suaves, experimentan crecimientos rápidos y vigorosos. Sin embargo, esas mismas especies probablemente se comportarán de modo distinto en zonas de la meseta norte o en lugares montañosos y fríos, donde crecerán con lentitud y en forma de arbusto y, en defi nitiva, no alcanzarán el porte arbóreo. Llegado ese momento, el jardinero, en algunos casos, tendrá que audar a la planta a conseguir ese aspecto deseado refaldandorefaldandoo resubiendo el tronco, eliminando las ramas bajas poco a poco, elevando y formando las copas… si lo que quiere es una estructura de árbol convencional.Un buen ejemplo de esta dualidad de porte sería el de la encina, Quercus ilex. En buenas localizaciones, con cuidados culturales y dándole espacio, llega a ser un gran árbol, de proporciones majestuosas, que forma bosques aclarados y dehesas magnífi cas. Por el contrario, de forma natural, en laderas de clima continental —secas, frías, pedregosas—, se comporta como un arbusto pequeño y espinoso, que recibe nombres como «chaparra» o «carrasca», asociándose y formando matorrales, a menudo impenetrables, que no son propiamente arboledas o bosques. Es decir, se trata de una especie que según las circunstancias puede ser un arbusto arborescente o un árbol arbustivo: portes diferentes en contextos diferentes.Para concluir este apartado, debemos sumar a la consideración antes expuesta de los marcos de plantación otra implicación práctica de la estructura, envergadura y porte de los árboles. Con demasiada frecuencia nos encontramos, por errores en la planifi cación, con plantaciones en aceras que no respetan las obvias normas de convivencia árbol-ciudadano. Con ello se consigue solo el rechazo de los vecinos ante las molestias que provocan los árboles que compiten por el espacio público. Está claro que no deberíamos plantar en aceras de menos de tres metros de ancho.Por esa razón, en jardinería urbana se suele distinguir entre tres tipos de árboles: de gran porte, de porte medio y de porte pequeño. Así hemos dividido también las fi chas de este libro, en tres partes según esa división. En aceras de entre 3 y 4 metros, tendríamos que poner árboles de pequeño porte; en anchos de 4 a 6 metros, árboles de porte medio; y no plantar árboles de gran porte en aceras inferiores a los 6 metros de ancho (y en estas aceras que superan los 5 metros, la distancia a la calzada no debería bajar de 1 metro).
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13RESISTENCIA Y RUSTICIDADLos factores limitantes principales para el crecimiento de las plantas son la luz o luminosidad, la humedad en el sustrato y la calidad de los suelos donde se desarrollan. Otras limitaciones tienen que ver con las temperaturas mínimas que pueden soportar, asunto este de gran importancia para los cultivadores de árboles. Todas estas limitaciones tienen que ver con otros dos aspectos que se han de tener en cuenta en la elección de especies para cultivar en la ciudad: la resistencia y la rusticidad.En este libro se utiliza el término resistenciapara defi nir las cinco zonas climáticas que podemos encontrar en España (ver tabla) y que se corresponden con las tablas elaboradas por el Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA por sus siglas en inglés). Esta categorización, sin embargo, tiene un valor más orientativo que absoluto y debe completarse con la experiencia en cultivo. Las zonas climáticas de nuestro país son: En cuanto a la rusticidad, es la capacidad de un árbol para adaptarse (o no) a los malos suelos, así como la necesidad de humedad edáfi ca o de riego. En las fi chas de este libro se detallarán esas condiciones. Así, las especies rústicas serían, en sentido genérico, las que una vez instaladas se adaptan a condiciones de sequía sin apenas problemas y que vegetan en suelos de poca calidad. Poco rústicas serían las especies que precisan humedad edáfi ca incluso en verano, además de suelos de alta calidad. Cabe decir que muchas veces se cultivan árboles en situaciones límite y debería Zona climáticaZona 7Zona 8Zona 9Zona 10Zona 11Temperaturas medias mínimasEntre -18 °C y -12 °CEntre -12 °C y -7 °CEntre -7 °C y -1 °CEntre -1 °C y 4 °CEntre 4 °C y 10 °CÁreas geográfi cas que comprendeLa meseta norte y las comarcas del Prepirineo y Pirineo, excluendo las zonas de alta montaña.La meseta sur, el valle del Ebro, el interior de Galicia, las laderas del sur de la cordillera Cantábrica y las zonas altas de Andalucía.La franja cantábrica en el norte de la cordillera, el valle delGuadalquivir, las regiones mediterráneas costeras desde Gerona hasta Murcia y el bajo Guadiana.La zona subtropical de la Península y las riberas del sur del Mediterráneo y Atlántico, de Murcia al Algarve.Las islas Canarias.
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14tenerse más en cuenta algo tan elemental como que la mayoría de los árboles prefi eren buenos suelos, bien drenados y con humedad sufi ciente.LOS ÁRBOLES DE ESTE LIBROLa decisión, no fácil, sobre qué árboles debería contener este libro está basada en la propia experiencia y es, por tanto, personal y subjetiva, pero también se trata de algo empírico. Obviamente, había que elegir entre los varios centenares de especies posibles que podemos contemplar y observar en las calles, paseos, parques, jardines y colecciones botánicas de nuestras ciudades. La pretensión principal, sin embargo, era que lo que aquí encontrásemos fuera una muestra representativa de los árboles más frecuentes en nuestra variada geografía urbana. Por este motivo, por la diversidad de climas y entornos en los que nos movemos, habrá algunos de los 71 árboles descritos en este libro que serán familiares para los curiosos, pero que a otras personas les parecerán raros. En los últimos años, después de los eventos de 1992, que supusieron un avance en este sentido, el número de especies utilizadas en jardinería urbana se ha multiplicado, sobre todo en las zonas templadas y subtropicales de nuestro territorio, y se sigue investigando en la adaptación de muchas más especies y variedades. Por ello, un 59 % de los árboles elegidos son exóticos. Esa es la realidad: plantamos más árboles ajenos a nuestra fl ora nativa que los propios de nuestros paisajes; esa es la línea jardinera que estamos siguiendo (y que a veces nos da problemas, como plagas, enfermedades y especies invasoras).De todas las especies exóticas que se encontrarán en este libro, un 22,5 % proviene de Norteamérica y Centroamérica. ¿Qué sería de nuestra fl ora ornamental sin estas especies? Porque ya estamos mu habituados a convivir con falsas acacias, como las robinias y las gleditsias; con los arces americanos, que complementan a los nuestros; los magnolios, los liquidámbares y las catalpas; las secuoyas y las arizónicas… Después, un 20 % son originarios de Sudamérica: chorisias, jacarandás, árboles de las orquídeas, falsos pimenteros, ombúes. Un 17,5 % son australianos, tasmanios o neozelandeses: hablamos de los eucaliptos y las mimosas que están en muchos jardines, pero también de los árboles botella, las casuarinas, las grevilleas, los limpiatubos, los pica-picas. Asia, fi nalmente, se lleva la palma con un 42,5 % (y donde solo China aporta un 27,5 %). Asia occidental contribue con maravillas como las parrotias y las acacias de Constantinopla, y según nos vamos desplazando hacia el este, nos encontramos con los cedros del Himalaya o los árboles del caucho. Pero es China, sin duda, con su cultura y jardinería milenarias, la que más nos da cuando llegamos hasta Extremo Oriente: sóforas, aligustres, fotinias, ginkgos, ailantos, paulonias, perales de fl or, árboles de Júpiter, árboles de los farolillos…Los árboles culturales suman un 21 % del total. Hablamos de esos árboles que desde la Antigüedad nos han ido llegando, a través de invasiones, colonizaciones, expediciones botánicas o comerciales, y que luego se han mejorado por la experimentación y el cultivo: desde hace mucho tiempo nos pertenecen por derecho propio. La mayoría de los frutales, también los de fl or, pertenecen a esta categoría. Nos sorprenderá
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15quizá encontrar en este apartado cerezos, ciruelos, higueras, olivos, moreras… ¿Pensábamos que eran de aquí, que siempre habían convivido con nosotros? Otros árboles nos llegaron probablemente a través del mundo hispanoárabe: los paraísos, las melias, los árboles del amor. Aunque algunos, como los cipreses, parece que los trajeron los fenicios. También son culturales los olmos, desde época romana por lo menos. Así como los plátanos y los castaños de Indias, que se empezaron a plantar a partir del siglo xviii, si bien ya se conocían de antes.Y, por fi n, nuestros árboles nativos o autóctonos, que para muchas personas de este mundillo siguen sin ser jardinería… Ellos aportan un 20 % de las especies de este libro. Siempre decimos que esta es una asignatura pendiente, y es verdad. ¿Por qué hemos de asumir que nos sea más familiar un ailanto que un fresno? Aquí están nuestros abetos, tejos y pinos…, pero deberían fi gurar asimismo otras coníferas habituales de nuestra geografía, como los enebros, las sabinas y las sabinas de Cartagena, que, sin embargo, no han tenido mucho predicamento en jardinería urbana, cuando coníferas de otras latitudes sí llenan nuestros parques. Y está mu bien que los llenen, pero ¿por qué ese desprecio por nuestra vegetación y nuestros paisajes? Esto ya escandalizaba, al rayar el siglo xvi, a Alonso de Herrera, el autor del primer tratado de agricultura publicado en castellano. En fi n. Con todo, sí tienen su lugar en las calles de nuestras ciudades la encina y el roble, así como los almeces, los arces y los tilos, sin olvidarnos tampoco de fresnos, laureles, madroños y carpes.Así pues, el origen es uno de los apartados que se encontrará en cada una de las fi chas de este libro, dedicadas a 71 especies diferentes, pero hay varios más. En un breve recuadro coloreado, al principio de cada fi cha, vienen defi nidos de manera sucinta su porte y envergadura, puestos en relación a su tamaño y a los marcos de plantación necesarios, así como también se proporcionan datos sobre su resistencia y rusticidad. Por lo demás, cada doble página cuenta con otros apartados que añaden un caudal abundante de información sobre el árbol en cuestión: sus características botánicas, consejos sobre su cultivo, apuntes sobre sus usos prácticos, las maneras y lugares que tienen de vivir en la ciudad y, por último, pequeñas nociones de historia que nos situarán mejor a cada árbol en su contexto. Para comprender mejor estos detalles de índole práctica, nos detendremos, en el siguiente capítulo, en varios aspectos de interés jardinero y botánico.
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por Luciano Labajos
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17PODASLa poda consiste en cortar ramas, secciones de ramas o incluso raíces para conseguir un objetivo. En su medio natural, los árboles no precisan podas ni intervención humana, pues la evolución les ha dotado de mecanismos para su supervivencia. Somos nosotros los que necesitamos actuar para conseguir una determinada fi nalidad. En el mundo rural existen varios tipos de poda vinculados a la gestión del árbol como recurso de supervivencia o económico: la poda forestal (que favorece troncos rectos para la producción de madera), la poda ganadera (que aprovecha hojas y ramaje para alimentar al ganado) o la poda frutal, en la que nos detendremos un momento.La poda frutal está sometida a viejos cánones que se remontan al origen de la agricultura y la gestión de los árboles en el mundo tradicional. Por ejemplo, las técnicas de la poda de la encina y del olivo como árboles frutales, crecidos en dehesas, han condicionado durante generaciones los modelos arquitectónicos de árbol que se tenían en mente: un tronco recto que abre pronto, en la cruz, en tres o cuatro ramas principales horizontales al suelo y que forman un vaso aireado en donde la luz favorece las fl oraciones y fructifi caciones. Ninguno de estos modelos, sin embargo, conviene al mundo del árbol callejero u ornamental (si bien en algunos árboles de sombra se aplica la técnica de la poda en vaso). En la ciudad, lo que nos interesa es la belleza natural de los árboles, que crezcan sanos y que, asimismo, sean seguros. Por ello, se debe haber planifi cado antes cuál será el lugar donde estarán plantados y cómo se van a desarrollar en el futuro, para así saber cómo y cuándo tendremos que podarlos, gracias al estudio de sus características naturales.Durante muchos años, sin argumentos técnicos, se pensó que lo mejor eran las podas drásticas. En el momento del trasplante, se hacían terciados(cortando la copa y dejando las ramas principales a un tercio de su longitud) o desmoches (cortando sustancialmente el tronco y las ramas principales), creyendo que eso favorecería el enraizamiento en el alcorque. En el fondo, esta actuación seguía en cierto modo los esquemas de cultivo de los árboles frutales, además de abaratar costes de transporte, pues caben más árboles en un camión si van descabezados que con todo su ramaje y con la estructura formada. Pero la realidad era que trasplantar los árboles con sus jóvenes copas destrozadas obligaba, además, a seguirlos podando siempre siguiendo el esquema marcado en el vivero, lo que apenas daba a los ejemplares una posibilidad de desarrollarse y adaptarse a su nuevo lugar.Ahora tenemos muchas más razones para evitar las reducciones estrictas de las copas, que disminuen la belleza, la longevidad y la seguridad de los árboles. Modifi car dramáticamente la estructura del árbol le resta, además, valor patrimonial y paisajístico. Sabemos que, al disminuir sus reservas y su capacidad productiva, su energía se desplazará a paliar la agresión, a la vez que aumentará la producción de ramas secundarias, chuponeschuponesy brotes extraños. Al mismo tiempo, los tremendos cortes pronto se verán afectados por infecciones de hongos e insectos xilófagos, cortes que difícilmente llegarán a cerrarse, lo que provocará pudriciones y, a la larga, huecos y cavidades. Las ramas nuevas que nazcan alrededor de estos cortes crecerán sin anclaje sufi ciente en la estructura y tornarán al árbol inseguro y peligroso. El árbol será más propenso aún a plagas y enfermedades y nos obligará a nuevas intervenciones periódicas, con el consiguiente coste añadido.Por todo ello, las podas drásticas –descabezados, desmochados, terciados– deberían eliminarse de la actividad jardinera, salvo por motivos urgentes de seguridad o sanidad, o como paso previo a la tala defi nitiva. Por el contrario, sí hay que destacar dos tipos de poda a las que recurriremos en el árbol urbano.Árbol terciadoÁrbol desmochado
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18La primera es la poda de formación. La idea es audar al árbol en su crecimiento y formación durante la fase de cultivo en el vivero y mientras el árbol sea inmaduro. Para ello, procederemos a eliminar guías codominantes u horquillashorquillas, suprimiremos las ramas poco vigorosas y cortaremos las que se dirijan al interior de las copas, y finalmente subiremos las copas gradualmente, mediante la técnica del refaldadorefaldado y dejando siempre dos tercios de copa.La segunda es la poda de mantenimiento. Se realiza cuando el ejemplar ya está instalado en su lugar definitivo pero aún precisa de intervenciones puntuales para cumplir con los requisitos imprescindibles del árbol de ciudad: preservar su salud, mantener su arquitectura y evitar riesgos a la ciudadanía. Hay que controlar, pues, la caída o ruptura de ramas que puedan causar accidentes, e impedir que las ramas que estén mal situadas, o sean bajas o rastrerasrastreras, afecten a las personas, a instalaciones o al tráfico. Dentro de la poda de mantenimiento, hay tres tipos de actividad:- Poda de limpieza: Cortaremos ramas secas, dañadas, chupones y tocones de ramas mal orientadas, y seguiremos seleccionando ramas que mantengan la estructura de la poda de formación.- Poda de aclareo: Cortaremos ramas para aumentar la luz y la aireación en el interior de las copas; el aclareo favorece la arquitectura natural del árbol y reduce el peso del ramaje.- Reducción de copa: Cuando tengamos necesidad de limitar el volumen de la copa de un árbol, recurriremos a esta poda, que consiste básicamente en acortar las ramas principales, pero solo lo necesario y sin alterar su arquitectura, en la medida de lo posible. Suele hacerse cuando existe una mala planificación o elección previa del árbol, y tendremos que actuar para paliar la situación.Al contrario de lo que comúnmente se cree, podemos podar en cualquier época del año, si bien hay dos momentos complicados en que deberíamos evitarlo: cuando los árboles brotan y antes de la parada otoñal-invernal. Uno de los aspectos prácticos que hay que tener en cuenta a la hora de podar son los cortes que haremos. Nos dice la Asociación Española de Arboricultura (AEA) que «para poder realizar un corte correcto hay que respetar el cuello de la rama y la arruga de la corteza de la rama». Además, estos deberán ser del menor diámetro posible, con la premisa de que es mejor hacer varios cortes pequeños que uno grande. El riesgo de pudrición aumenta cuanto mayor sea el corte, de manera que, a partir de 10-12 cm de diámetro, la afección será mayor y más difícil la compartimentación (el cierre de la herida). Hay que tener en cuenta, además, que en especies de madera blanda, como los chopos, las pudriciones avanzan más rápidamente. Ante la presencia de lesiones traumáticas, sabemos que los árboles tienen estrategias propias para recuperarse (aislar la herida, fortalecer su entorno o formar una nueva estructura en su lugar), de manera que la aplicación de pinturas o sustancias supuestamente cicatrizantes no está aconsejada.Varias especies pueden darnos problemas, al situarlas cerca de edificios o construcciones, por sus raíces invasivas: chopos, sauces, eucaliptos, higueras, árboles del caucho, ailantos, robles, fresnos, olmos siberianos, plátanos... Hay que respetar esta característica a la hora de planificar, para dotar a los árboles de espacio suficiente con marcos de plantación adecuados. Con todo, puntualmente deberemos podar raíces (o incluso suprimir individuos) que den problemas en conducciones, cimientos...La poda es una labor especializada solo apta para profesionales formados. Se trabaja normalmente en altura y esto la convierte en una actividad de alto riesgo. Deben ser trabajadores cualificados, tanto técnica como prácticamente, y deben saber diagnosticar y evaluar las actuaciones, conocer los equipos y las herramientas de poda (que suelen ser peligrosas y precisan mantenimiento) y tomar medidas para evitar accidentes (caídas de ramas sobre edificios e instalaciones, daños a personas).Unos árboles bien formados y estructurados en el vivero son la garantía de arboledas bellas y sanas para el futuro. Ahora sabemos que, si se planifican correctamente, las irracionales podas, que eran habituales en el arbolado adulto, desaparecerán o serán cosa del pasado.
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19TRASPLANTESNuestros árboles urbanos se reproducen y crían en viveros especializados. Básicamente, son domesticados, a pesar de su naturaleza salvaje original. Lo habitual es criarlos en tierra y trasplantarlos cuando los árboles llegan al tamaño deseable tanto en grosor del tronco como en la envergadura de sus ramas. A grandes rasgos, hay tres tipos de trasplantes: a raíz, con cepellón o con contenedor.Emplearemos el trasplante a raíz desnuda con árboles caducifolios que se encuentren en su letargo otoñal-invernal. En el momento de arrancarlos del suelo, descartaremos árboles en forma de estaca, terciados, desmochados o con otros daños en el tronco. Las raíces deberán tener un mínimo de 30 cm y mostrar buen aspecto, sin magulladuras ni síntomas de desecación o heladas, y con abundante cabellera. Los cortes serán limpios y sin desgarros.El segundo tipo de trasplante requiere que, en el momento del arranque, quede adherido también el cepellón o pan de tierra, que contiene una parte importante de raíces y la tierra o sustrato que estas llevan adherida. Utilizaremos esta técnica para coníferas, perennifolios, grandes ejemplares y, en general, para especies sensibles a los trasplantes.Se realiza durante la parada vegetativa otoñal-invernal y el cepellón debe tener un tamaño proporcional al perímetro del árbol. Es decir, un árbol de 18-20 cm de perímetro deberá tener un cepellón de 30-50 cm de diámetro; uno de 20-25 necesitará un cepellón de 40 a 60 cm. Cuidado, habrá que tener en cuenta cómo lo manejaremos más tarde si no disponemos de maquinaria.Tanto los árboles arrancados a raíz como con cepellón deberían pasar una temporada en el vivero antes de su trasplante definitivo: hablamos del proceso de repicado. Repicar es hacer otro trasplante en el vivero antes de que el árbol salga al emplazamiento definitivo. Al arrancar, aunque lo hagamos mu cuidadosamente, se suelen perder muchas raíces y, por ello, es lógico ofrecer al árbol la posibilidad de recuperarse del trauma y emitir buen número de raíces secundarias antes de emanciparse del todo. Finalmente, tenemos el trasplante con contenedor: se realiza con un árbol que, tras el arranque, ha pasado una temporada dentro de un contenedor (una maceta grande) con los cuidados del vivero, CepellónTrasplante a raíz desnuda
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20Contenedorcon buen sustrato y riego suficiente, y que de este modo ha conseguido consolidarse. Cuando llegue el momento de trasplantar, comprobaremos que no sea reciente (que no se desmorone al sacarlo del contenedor o gran maceta) o que no esté desfasado (que no tenga raíces saliendo de los drenajes del tiesto).Es importante apuntar, a propósito de las raíces, que los árboles que se van a trasplantar no deben pasar en el cepellón o en el contenedor más tiempo del necesario. Para que no sufran en cultivo, se van a requerir muchas raíces finas (como una cabellera), que se producen de forma secundaria y son un síntoma de que el sistema radicular está bien desarrollado. Las raíces primarias, más gruesas, tienden a perder funcionalidad en el momento de los traumáticos trasplantes, y además sabemos que las raíces se van a renovar en su totalidad en los años siguientes. Por el contrario, cuando no tienen espacio en el contenedor o en el cepellón, es decir, cuando el árbol está desfasado y ha pasado el momento óptimo de trasplante, las raíces crecen sobre sí mismas enrollándose y enroscándose. Cuando esto ocurre, decimos que se han espiralizado, es decir, que han terminado formando una masa leñosa poco viable en el futuro y que dará problemas, al no sostener adecuadamente al árbol. Así se vuelcan muchos ejemplares a los pocos años de su plantación.Hay que tener en cuenta que, a mayor tamaño o envergadura, los árboles precisan de una preparación y un mantenimiento más exigentes y profesionales, y les costará más enraizar. Sin embargo, son los grandes árboles, a veces ejemplares casi adultos, los que suelen ser elegidos para protagonizar nuevos proyectos urbanísticos, pues producen a los gestores sensación de jardines consolidados, de éxito en las plantaciones. Al valorarse más la rapidez que la calidad, podrían de nuevo originarse grandes fracasos, también económicos, que pocas veces se evalúan.Es vital, pues, que los árboles salgan del vivero lo más madurados y adecuados posible a su futuro uso en las calles de nuestras ciudades, lo que también dará mayores probabilidades de que el trasplante sea exitoso. Si, al llegar a su destino final, las copas están ramificadas y equilibradas, y si las guías y las ramas principales del árbol también presentan sus yemas terminales intactas, el enraizamiento será más fuerte y seguro, ya que se acumularán en esas yemas terminales las auxinas (sustancias hormonales) que el árbol necesita para estimular sus crecimientos tanto aéreos como radiculares.En los árboles de sombra, para uso viario o para plantar en alcorques urbanos, lo habitual es trasplantar a partir de 14-16 cm de perímetro del tronco a 1,20 del suelo. Con perímetros menores, los árboles serían mu vulnerables a los hostiles entornos callejeros. Cuando los árboles se forman ramificados desde la base es porque serán ejemplares para trasplantar en parques o jardines; en este caso, la envergadura será la medida utilizada, siendo lo habitual a partir de 2 a 2,5 m.Finalmente, el tamaño de los hoyos es también un factor a tener en cuenta. Tradicionalmente era de 1 metro cúbico, y en la actualidad se proponen hoyos más anchos que profundos, con abundante sustrato o tierra movida, para que las raíces puedan crecer bien los primeros años. El cuello de la raíz no deberá estar ni enterrado ni sobresaliendo en el momento de tapar el cepellón.
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21INJERTOSHay aspectos de la horticultura y la jardinería que se hermanan y, en la práctica, son difíciles de separar. Hablamos en este caso de los injertos. La observación de los árboles y su biología, desde el siglo I a. C., nos llevó a comprobar que en algunos casos los árboles se injertan solos: esto sucede cuando dos ramas de diferentes árboles que tienen compatibilidad o afinidad botánica se sueldan entre sí. A este tipo de injerto lo llamamos injerto de aproximación.Pero ¿qué es un injerto? En resumidas cuentas, injertar es insertar, es decir, poner en contacto una parte o fragmento de una planta con otra que sirve de portainjertos. El contacto debe tener lugar juntando unas zonas vascularizadas de la planta, inmediatas a la corteza, que se denominan cambium. El cambium se compone de dos partes: el xilema, que son los vasos que transportan agua y sales minerales disueltas desde las raíces a las hojas; y el floema, que contiene savia elaborada por la fotosíntesis en las células y que realiza un viaje inverso desde las copas hasta las raíces.La planta preexistente es el portainjerto o patrón, que suele provenir de un ejemplar más rústico, tener más vigor en el crecimiento, haber crecido con unas raíces más potentes y ser resistente a enfermedades... El objetivo es utilizar estas propiedades de rusticidad para, mediante el injerto, cultivar variedades de la misma especie u otras similares que nos interesen por su floración, fructificación, porte...Es frecuente, por ejemplo, cultivar variedades de cerezo ornamental, que producen floraciones espectaculares y normalmente son orientales, como Prunus serrulata, e injertarlas en nuestro cerezo, Prunus avium. Se eligen ramitas con yemas evidentes, antes de la brotación primaveral, llamadas «estaquillas» o «púas», que se cortan biseladas en punta y, después de descabezar el patrón, se insertan en el tronco del cerezo poniendo en contacto los cambium de las dos plantas. Esta operación se puede hacer cuando la planta es joven y tiene el mismo grosor que la estaquilla, y la llamamos injerto de púa. Cuando el árbol tiene un grosor importante, a partir de 16-18 cm de perímetro, ya no podremos usar este sistema; en este caso, lo que se hace es insertar varias estaquillas o púas alrededor de la corona que forma el árbol descabezado: a este método lo llamamos injerto de corona. En ambos casos, la operación se puede proteger atando las partes, con cintas de plástico adhesivas, o aislando, con ceras, resinas o parafinas.Otras especies que se injertan para conseguir cultivares o variedades jardineras –acerca de estas hablaremos un poco más adelante– son las catalpas, las robinias, los ciruelos de flor o muchas coníferas (como los juníperos rastreros). Asimismo, hay muchas otras técnicas para realizar injertos, más útiles según se realicen en diferentes momentos de la vida de las plantas, como son el injerto de escudete, de talón, de lengüeta, etc. Estos se pueden hacer en primavera, antes y durante la brotación (llamados ojo o yema velando), o a final de verano (los llamados ojo o yema durmiente).Injerto de púaInjerto de corona
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22LA CIENCIA DE LOS JARDINESMuchos árboles tienen nombres comunes o vulgares y los conocemos así. Sin embargo, esta manera de nombrar a las plantas a menudo es engañosa, pues el mismo nombre puede utilizarse a veces para diferentes especies, teniendo en cuenta, además, que según el sitio donde vivamos se utilizan otros nombres para una misma especie. Un lío.Por eso, los botánicos acordaron nombrar a las plantas siguiendo un sistema internacional que todo el mundo reconociera. Este sistema es complejo y necesitamos una pequeña iniciación para comprenderlo. Lo primero que notaremos es que se trata de nombres latinos o latinizados. Cuando se empezó a crear esta nomenclatura, el idioma que se utilizaba en el mundo científico era el latín. El sistema lo generalizó un botánico sueco del siglo xviii llamado Carl Nilsson Linnæus, a quien en castellano llamamos Linneo. Este sistema clasificatorio, además, vale también para la zoología, el estudio de los hongos, las bacterias, los virus… Es una manera de clasificar binominal, es decir, utiliza dos nombres.Veamos el ejemplo del fresno común o del Norte: Fraxinus excelsior L. El primer nombre, que se escribe con mayúscula, es el genérico: el género Fraxinus, que deriva del griego phraxis (‘separarse’), alude a la facilidad con que las ramas de fresno se rompen abriéndose, rajándose. El segundo nombre es la especie o nombre específico, que se escribe en minúscula: excelsior, es decir, excelso, majestuoso, excelente, noble…, pero también alto, elevado, pues alude a su altura y porte. La tercera parte del nombre es una inicial, L., que corresponde al nombre de Linneo, el botánico que determinó este género y especie por primera vez en 1753. Cabe decir que lo hizo siguiendo al botánico francés Tournefort, antecesor suo y autor de otro sistema taxónomico, que cayó en desuso al generalizarse el método linneano.Como este asunto de las clasificaciones es mu jerárquico, existe por debajo de la especie aún una categoría, esto es, la de subespecie, o subsp., que explica que nos podemos encontrar con fresnos algo distintos según la zona geográfica donde estemos. Los botánicos, en sus investigaciones, se dieron cuenta de que en las orillas del mar Negro crecía un fresno que difería un poco del que se encontraba en Europa occidental y le pusieron subsp. coriariifolia, de hojas más rígidas o coriáceascoriáceas. Así pues, ya tenemos dos subespecies: la excelsior y la coriariifolia.No queda aquí la cosa, pues los jardineros gustamos de fijarnos en cosas raras y, hace muchos años, en algunos fresnos procedentes de Inglaterra, Holanda o Alemania, se observó algo extraño: algunos crecían con las hojas enteras, no divididas en folíolos. No se sabe si existían poblaciones naturales de esta rareza o fue fruto de alguna mutación en ejemplares cultivados. En cualquier caso, esos fresnos raros se empezaron a reproducir, cultivar, injertar… y había que darles nombre a los ejemplares resultantes, claro. Surgieron varios: veltheimii, monophylla y diversifolia, que fue el que se llevó finalmente el gato al agua; o sea, el nombre completo quedó así: Fraxinus excelsior subsp. excelsior, var. diversifolia. A esto le llamamos variedades y, en el caso de este fresno, hay más: jaspidea, con tonos dorados; Pendula, con el follaje colgante o llorón; Westhof‘s Glorie, mu erguido o fastigiado y con hojas verdioscuras.Por último, a esta especie había que encuadrarla en un rango superior, es decir, en una familia, y se decidió que, por sus flores y otras características botánicas, pertenecía a la familia del olivo o el jazmín…; nos referimos a las oleáceas, o, dicho en latín, Oleaceae.
23En el encabezado de las fichas que componen este libro, figuran todas estas informaciones: al menos un par de nombres comunes en castellano, el nombre científico y la familia a la que pertenece el árbol en cuestión. En ocasiones, en el cuerpo de las fichas también hay pinceladas sobre las subespecies más comunes. Al final del libro, en un amplio anexo titulado «Los parientes», encontraréis no solo una explicación detallada de cuáles son las variedades de cada especie más empleadas en jardinería, sino también sus nombres comunes en catalán, gallego y euskera.
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24
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24En las fi chas de este libro, tanto en el apartado «Características» como en los detalles de las ilustraciones, se hace mucho hincapié en las fl ores, los frutos y las hojas. Son partes distintivas del árbol, imprescindibles para poder determinar a primera vista ante qué especie nos encontramos. Por supuesto, también cumplen varias funciones importantes dentro del organismo en el que están integradas. A grandes rasgos son estas:- Las fl ores cumplen la función reproductiva, esto es, se ocupan de que los árboles puedan tener descendencia; son las encargadas de engendrar un fruto.- Los frutos tienen una misión de vital importancia: llevan dentro la semilla del que habrá de ser un nuevo árbol, una vez llegue al suelo.- Las hojas le sirven al árbol para obtener energía de la luz solar (la famosa fotosíntesis), pero también para respirar (absorber oxígeno) y transpirar (liberar el exceso de agua).