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¿COMEN BIEN
NUESTROS HIJOS?

¿QUÉ ES COMER BIEN?

Apreciada/o lector/a, si has escogido este libro es porque o bien eres o bien serás madre o padre en breve; en este caso, enhorabuena. Es posible que solo estés hojeándolo. Si es así, te aconsejamos que sigas leyendo desde este mismo párrafo en adelante, pues el libro te ayudará a tomar conciencia de cómo es vuestra alimentación y asumir la responsabilidad que tenemos como padres, madres o tutores. Si ya lo has comprado o te lo han regalado —te damos las gracias, o se las damos a quien te haya hecho el regalo, por la confianza—, es porque el tema te interesa, y estamos seguros de que no te defraudará.

Sea como sea, sin duda tienes inquietudes al respecto, y esto es muy bueno. Significa que te interesas por la alimentación de los más pequeños de la casa. Te felicitamos, ¡esto es genial! Este libro te proporcionará información, herramientas y, sobre todo, una visión diferente desde el punto de vista del coaching nutricional que os resultará útil tanto a ti como a los tuyos.

La pregunta que titula este primer capítulo, «¿Comen bien nuestros hijos?», es una pregunta recurrente que muchas madres y muchos padres se han hecho alguna vez, y si no es así, deberían hacérsela. En ocasiones resulta difícil de responder con un sí o con un no, ya que el concepto «comer bien» es muy amplio y puede tener un significado distinto para cada persona.

Así que para empezar definiremos qué es comer bien. Lo más adecuado es hablar de alimentación saludable, expresión más concreta y correcta a la vez y que no da pie a tantas interpretaciones diferentes. La mayoría de las sociedades científicas están de acuerdo en la definición de comida saludable. En la guía Acompañar las comidas de los niños, elaborada por la Generalitat de Catalunya, se especifica que la alimentación saludable lo es cuando cumple una serie de características, como que sea suficiente para el niño o la niña, es decir, que cubra sus necesidades tanto de energía como de macronutrientes —hidratos de carbono, proteínas, grasas, vitaminas y minerales— para asegurar el correcto crecimiento y desarrollo. Asimismo, ha de ser equilibrada, variada. Este es otro punto que a veces induce a confusión, ya que variada puede serlo de muchas formas y no todas saludables, con lo cual y para no extendernos demasiado, pues este tema se tratará en el capítulo 5, debe ser variada en productos saludables. Además, ha de ser segura desde el punto de vista de la seguridad alimentaria, no contaminada. También adaptada al comensal, teniendo en cuenta sus necesidades, estilo de vida, horarios…, y a su entorno, fomentando, si es posible, los productos de la zona y atendiendo a sus características geográficas. Finalmente, es muy importante que sea agradable al paladar. Y este último punto también requiere una pequeña explicación, pues a veces da lugar a confusión porque los productos habitualmente más insanos son muy agradables al paladar, de modo que volvamos al término «saludable» y añadámoslo a «agradable al paladar».

En España, y en particular en toda la zona del Mediterráneo, tenemos la suerte de disponer de una de las dietas más saludables del mundo, reconocida por la UNESCO, como es la dieta mediterránea, que cumple con la mayoría de los requisitos que se han descrito anteriormente. Según la Fundación Dieta Mediterránea, «las bases de esta alimentación son el aceite de oliva, consumir alimentos de origen vegetal en abundancia (frutas, verduras, legumbres, frutos secos), el pan y los alimentos procedentes de cereales (pasta, arroz y sus productos integrales), alimentos poco procesados y de temporada, consumir diariamente productos lácteos, principalmente yogur y quesos, consumir carne roja con moderación y si es posible como parte de guisos, consumir pescado en abundancia, agua y vino solo en las comidas, realizar actividad física todos los días». Todo ello con alguna salvedad en cuanto al consumo de vino solo en las comidas, puesto que, aunque muchos lo nieguen, se ha demostrado que aun en pequeñas cantidades, el alcohol es perjudicial para la salud. A los interesados en este tema, les aconsejamos el visionado de la conferencia pronunciada por nuestro amigo Julio Basulto el pasado día 3 de marzo de 2017 en el evento TEDxAlcoi con el título ¿Es sana esa «copita de vino» diaria?, que se encuentra gratuitamente en YouTube.

Con todo lo detallado en párrafos anteriores, tú, lector, ya estarás empezando a tomar conciencia de lo que es una alimentación saludable y a poder responder en parte a la pregunta planteada en el título de este capítulo. Si tu respuesta a la pregunta que formulábamos es negativa, y tu deseo es mejorar la alimentación de los tuyos, estás de enhorabuena: te presentamos un nuevo enfoque llamado Coaching Nutricional, y sobre el cual te hablaremos largo y tendido en este libro. Supongo que te preguntarás qué es esto del coaching nutricional, pues bien, según recoge una revisión sistemática publicada en el año 2016 en la revista Nutrición Hospitalaria, el coaching nutricional es la rama del coaching que aborda la alimentación y nutrición de las personas. Como explica el libro Coaching nutricional. Haz que tu dieta funcione, se basa, entre otras cosas, en una filosofía de vida que prioriza la toma de conciencia. Y este es el primer paso para poder hacer cambios en la alimentación de las personas. Tomar conciencia de la forma de comer de nuestros hijos, y si vamos más allá, de la manera en que comemos nosotros, los padres, madres y familiares que los rodeamos. Esta es una buena reflexión que deberíamos hacernos a menudo.

DATOS ESTADÍSTICOS, CIFRAS

Este primer capítulo tiene varios objetivos. El primero es ayudarte a tomar conciencia como lector de cómo se alimentan tus hijos. Además, también pretende contextualizar la situación en que nos encontramos como padres y madres en relación con nuestra alimentación y la de nuestros hijos. Este es un aspecto clave, ya que para poder realizar cambios en la alimentación, además de tomar conciencia, uno debe disponer de toda la información posible.

Para ello, es bueno conocer datos objetivos al respecto de si comemos bien o no. Una de las fuentes que nos aportan datos científicos es el estudio PREDIMED (Prevención con Dieta Mediterránea), que se realizó con una muestra de 7.447 personas procedentes de ocho comunidades autónomas en España. Se evaluó entre otras cosas el grado de adherencia a la dieta mediterránea tradicional, y para ello se utilizó una escala de 14 puntos. Pues bien, a partir de este estudio se concluyó que el nivel de adherencia a esta pauta alimentaria es de 8,5, lo cual significa que se hacen bien muchas cosas, pues en una escala de 14 este valor es bastante correcto, pero también que es preciso mejorar ciertos aspectos. Es importante destacar que el grupo de población que más adherencia presenta es el de las personas de edad media-avanzada, mientras que el de los que somos padres de niños pequeños y las personas en edad fértil presenta una adherencia mucho más baja, por tanto, en muchas cuestiones hemos de actuar mejor de lo que lo estamos haciendo. A partir de este estudio podemos afirmar que como adultos estamos perdiendo la adherencia a una de las dietas más saludables del mundo, y esto se reflejará en la alimentación de nuestros hijos. Nuestros hábitos se trasladan a nuestro entorno, y es necesario que seamos conscientes de ello para poder actuar en consecuencia.

 

¿Y con nuestros niños qué ocurre?

Antes que nada, aclaremos primero a qué personas se considera niños y niños pequeños. Según la Convención sobre los Derechos del Niño de 1989, un niño es una persona menor de 18 años. La Organización Mundial de la Salud, por su lado define como adolescente a la persona de entre 10 y 19 años, por tanto la mayoría de los adolescentes se incluyen dentro de la categoría de niño. Los niños pequeños son, según el mismo organismo, los menores de 5 años. En este libro nos centraremos en aquellos niños menores de 14 años, edad en la que consideramos que el niño manifiesta un claro deseo de independencia en sus hábitos de alimentación.

¿Y cómo comen nuestros niños? En el año 2016 se publicaron en la revista Pediatría Atención Primaria los resultados de un estudio observacional retrospectivo de 101 escolares de Madrid con una edad media de 10 años. En el estudio se recogieron datos antropométricos (peso, talla, pliegues cutáneos y circunferencia de cintura), dietéticos (a través del cuestionario KidMed®) y de actividad física (IPAQ® adaptado), además de otros parámetros relativos al sedentarismo, las horas de sueño y la percepción del peso y la imagen corporal.

Para evaluar la adherencia a la dieta mediterránea, se utilizó el índice KidMed®, el habitual para la población infantil y juvenil. La puntuación alcanzable va de 0 a 12 y permite hacer una clasificación en tres grupos: ≤ 3, dieta de muy baja calidad; 4-7, necesidad de mejorar el patrón alimentario para ajustarlo al modelo mediterráneo; y ≥ 8, dieta mediterránea óptima. En el estudio se unieron los dos primeros grupos (0-7) en el conjunto de «no cumple la adherencia», y el que obtuvo valores ≥ 8 se denominó «sí cumple la adherencia». Además, se pidió a los niños que llevaran un diario nutricional semanal, con ayuda de las instrucciones pertinentes. La evaluación media de la muestra de niños y niñas fue de 7,58 puntos. Un 54,02 % de los niños obtuvieron una calificación por debajo de lo adecuado, y un 45,8 %, una puntuación adecuada. Estos resultados vienen a confirmar los datos arrojados por el estudio PREDIMED con los adultos, y que como se observa se van reflejando en la población infantil. No basta con saber qué es comer bien, sino que también es necesario aplicarlo, y aquí es donde nos encontramos en este momento.

 

PROBLEMAS DE LA MALA ALIMENTACIÓN

El actual cambio en los hábitos alimentarios supone que estamos sustituyendo alimentos saludables por otros que no lo son tanto. Estos alimentos son los denominados malsanos, que, según recoge la Organización Mundial de la Salud en el Informe de la Comisión para acabar con la obesidad infantil, publicado en 2016, son aquellos alimentos ricos en grasas saturadas, ácidos grasos trans, azúcares o sal, es decir, alimentos de alto contenido calórico y bajo valor nutricional.

A continuación detallamos algunos alimentos que podemos denominar malsanos:

• Galletas

• Cereales de desayuno azucarados

• Crema de avellanas para untar

• Galletas chocolateadas

• Bollería industrial en general

• Margarina

• Pizza precocinada y/o congelada

• Espaguetis precocinados

• Embutidos

• Bebidas azucaradas

• Golosinas

• Pasteles

• Helados

• Bebidas energéticas

• Comida rápida

• Pan blanco de molde

• Azúcar de mesa

• Chocolate

• Productos lácteos azucarados

• Mermelada y similares

• Zumos y néctares

• Barritas de cereales

Para confirmar el aumento del consumo de este tipo de productos, las cifras no engañan. Según recogía un artículo publicado el 19 de febrero del año 2015 en El País titulado «La epidemia mundial de obesidad: relato de un fracaso», basado en una serie de seis artículos que la revista The Lancet dedicó al avance del sobrepeso y la obesidad, se calcula que ese año el mercado global de comida infantil procesada, que podemos denominar malsana ateniéndonos a la definición anterior de la OMS, ingresó entorno a los 19.000 millones de dólares (16.600 millones de euros), suma que demuestra un claro incremento, ya que en el año 2007 los ingresos rondaban los 13.700 millones de dólares (12.000 millones de euros).

En una publicación de 2017 sobre la salud de los canadienses, se afirma que las compras de alimentos procesados se han duplicado en setenta años hasta llegar a ser el 60 % de las compras de las familias de ese país, un dato sin duda preocupante. El aumento del consumo de alimentos malsanos puede provocar problemas de salud tanto a la población adulta como a la infantil. Más recientemente, un artículo publicado en la revista Nutrients sobre resultados del estudio ANIBES relata que el consumo medio de azúcar entre los españoles es de 71,5 gramos al día, de los cuales, 28,8 gramos son de azúcar libre. Por si esto fuera poco, el segmento de población más consumidor es el de los niños y adolescentes, según informa el mismo estudio. En el capítulo 5 abordaremos este tema con detenimiento.

La idea de este libro no es asustarte para que empieces a cambiar la dieta de tus hijos, sino ayudarte a tener claros los motivos por los que vale la pena el cambio. Sin embargo, es importante que conozcas qué riesgos tiene para la salud el consumo frecuente de alimentos insanos y dispongas de la información necesaria para saber tanto lo que quieres como lo que no quieres.

A continuación presentamos algunos ejemplos de cómo una mala alimentación en la población infantil puede ser la puerta de entrada a ciertos problemas de salud o suponer el agravamiento de otros.

El trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH) es un trastorno que afecta a cerca del 3,4 % de los niños y adolescentes de todo el mundo, cosa que lo convierte en uno de los trastornos psiquiátricos más comunes en la infancia y la adolescencia. Un estudio publicado en la revista Pediatrics en 2017, realizado con 120 niños y adolescentes, 60 de ellos diagnosticados de TDAH y otros 60 como grupo de control, observó que los que presentaban TDAH ingerían comida rápida, dulces y bebidas azucaradas con más frecuencia que los que no tenían este trastorno. También se observó que los niños con TDAH comían menos frutas y verduras. A pesar de que se necesita más investigación, como afirman los autores, para ver la relación causa-efecto, como padres merece la pena que tengamos en cuenta estos datos, que nos demuestran la importancia de una alimentación saludable para la salud de nuestros hijos e hijas. Otros estudios anteriores a este también relacionaban el consumo de alimentos procesados y ultraprocesados, y el bajo consumo de fruta y verduras, con el diagnóstico de este trastorno.

Por otro lado, al incremento en la ingesta de este tipo de alimentos llamados malsanos, se une un aspecto clave como es la disminución importante de la actividad física practicada por los niños, debido a los cambios en el ocio infantil y la forma de desplazarse y el aumento de la urbanización. Hablaremos de la actividad física y cómo aumentarla en el capítulo 6, pero es bueno conocer la situación actual del sedentarismo. Según el estudio ANIBES de 2017, un alto porcentaje (48,4 %) del grupo de los niños y del grupo de los adolescentes en España no cumple las recomendaciones sobre el tiempo destinado a realizar actividades sedentarias, especialmente (y paradójicamente también) durante los fines de semana (84,0 %).

Todo esto provoca que muchos niños crezcan en un entorno denominado obesogénico, y que la Organización Mundial de la Salud define como un entorno que fomenta la ingesta calórica elevada y el sedentarismo. Se tiene en cuenta también en la definición la gran disponibilidad de alimentos de hoy en día, muy asequibles, accesibles y promocionados con intensas campañas de marketing; las oportunidades que tiene la población para practicar una actividad física, y las normas sociales en relación con la alimentación y la actividad física.

Has de saber que las respuestas conductuales y biológicas del niño a este entorno obesogénico pueden estar determinadas incluso desde antes de su nacimiento, lo cual hace más importante, si cabe, la adopción de estrategias como la lactancia materna durante los primeros seis meses de vida si es posible y el seguimiento de una dieta saludable, junto a mayor actividad física en todas las etapas de la infancia y la adolescencia. Así lo recoge la Organización Mundial de la Salud en el Informe de la Comisión para acabar con la obesidad infantil.

En el año 2013, la revista Pediatric Endocrinology, Diabetes and Metabolism se hizo eco de una investigación que reconocía que el exceso de peso corporal puede ser consecuencia de diversos factores, entre los que destacan la carga genética, los trastornos endocrinos y el consumo de algunos medicamentos. Los autores de la investigación hablan de la «obesidad simple» como de la más frecuente. Hablan de un desajuste entre la ingesta de calorías a través de alimentos malsanos y el gasto energético asociándolo al entorno obesogénico en el que vivimos. Si consultamos datos acerca de la ingesta de energía por parte de la población infantil en España, según el estudio ANIBES, en los niños de entre 9 y 12 años la ingesta media diaria de energía se sitúa en 1.960 ± 431 kcal/día. Mientras que los varones de menor edad incrementan su ingesta hasta las 2.006 ± 456 kcal/día, las niñas tienen una ingesta media de 1.893 ± 385 kcal/día. Por otro lado, los adolescentes de entre 13 y 17 años consumen una media de 2.018 ± 508 kcal/día, siendo ligeramente superior la ingesta en varones (2.124 ± 515 kcal/día) que en mujeres (1.823 ± 436 kcal/día). Esto quiere decir que las ingestas de calorías superiores a estas, a través de alimentos malsanos principalmente, podrían ocasionar problemas de aumento de peso corporal.

Por poner otro ejemplo que demuestra la importancia sobre la salud que tiene un leve aumento en el consumo de calorías, y más si es mediante alimentos con poca calidad nutricional en la población adulta y en particular en la población infantil, cabe citar el artículo «Childhood and adolescent obesity: how many extra calories are responsible for excess of weight?», de la doctora Pereira y su equipo de investigadores, sobre el estudio que concluye que los niños y los adolescentes están aumentando gradualmente de peso debido a un pequeño pero persistente balance energético diario de entre 70 y 160 kcal por encima de la energía total adecuada para su crecimiento. Según los autores, reducir la ingesta diaria de calorías junto a la promoción de más actividad física ayudaría sin duda a reducir estos efectos negativos. Como padres necesitamos estrategias para poder influir de manera positiva en nuestros hijos y abordar estas situaciones, cada vez más cotidianas, que a menudo nos causan una gran frustración.

En la tabla siguiente verás una lista de alimentos habituales en la población infantil con información acerca de la cantidad de kilocalorías, grasas saturadas, colesterol, azúcar y sodio que aporta cada porción de dichos alimentos. Como podrás observar, es muy fácil ingerir las 70-160 kcal determinantes que comentamos en el párrafo anterior. Estos alimentos los niños los toman en diferentes momentos del día, tanto por la mañana como por la tarde, incluso por la noche. Si te fijas bien, todos ellos son alimentos procesados que tus hijos no necesitan en absoluto para tener un crecimiento y una salud adecuados.

ALIMENTO

CANTIDAD
(GR)

KCAL

GRASA SATURADA
(GR)

COLESTEROL
(MG)

AZÚCAR
(GR)

SODIO
(MG)

CEREALES Y DERIVADOS

Galleta tipo cracker

30 g

125,7

3,5

0

0,6

330

Galleta tipo maría

30 g

136,2

5,7

0,6

8,0

65.1

Galleta Príncipe de chocolate

30 g

145,5

7,2

4,5

10,3

108

Cereales de desayuno con chocolate

30 g

117,9

0,8

0

10,9

210

Galletas de mantequilla

30 g

144

6

32,1

7,5

123

Galleta tipo Digestive

30 g

139,5

6,2

12,3

4

180

Galletas de chocolate tipo cookies

30 g

146,4

6,9

26,4

8

66

POSTRES LÁCTEOS

Natillas comerciales

125 g
(1 envase)

163,8

3,1

12,5

19,6

83,8

Petit Suisse, con frutas

60 g
(1 unidad)

71,4

1,4

6,0

9,2

21,6

Mousse de chocolate

55 g
(1/2 unidad)

134,2

2,6

0

19,9

34,7

Flan de vainilla

100 g
(1 unidad)

105

1,3

12

16,4

48,0

Helado de vainilla

80 g (1 bola pequeña)

149,9

5,1

24,8

16,8

55,2

BOLLERÍA

Magdalena

30 g
(1 unidad)

115,5

3,7

60,9

5,8

63,3

Croissant

40 g
(1 unidad pequeña)

162,0

4,0

20,0

3,0

196,8

Bizcocho

30 g

105,3

0,3

39,6

15

30,6

Donut comercial

30 g (1/3 de unidad)

123,6

3,4

6,3

4,3

67,6

PATATAS FRITAS

Chips

30 g

161,4

2,3

0

0,2

210

El aumento en el consumo diario de calorías procedentes en su mayor parte de alimentos malsanos se refleja en las cifras de sobrepeso y obesidad en la población adulta e infantil, que a continuación detallamos.

Según Unicef, en el año 2014, 41 millones de menores de 5 años tenían exceso de peso.

imagen

Fuenle: UNICEF. OMS, Banco Mundial. Joint Child Malnutrition Estimates. (UNICEF, Nueva York; OMS, Gginebra; Banco Mundial, Washington, D.C.; 2015).

En la población escolar europea, uno de cada cinco niños presenta exceso de peso. En España, según datos oficiales obtenidos a través del estudio ALADINO, elaborado por la AECOSAN (Agencia Española de Consumo, Seguridad Alimentaria y Nutrición), donde participan más de diez mil escolares, niñas y niños entre los 6 y los 9 años, el exceso de peso en la población infantil disminuyó 3,2 puntos desde el año 2011 hasta el 2015. La prevalencia de sobrepeso se sitúa en el 23,2 % y la prevalencia de obesidad, en el 18,1 %, siendo mayor en niños que en niñas. Según informes de la Generalitat, en Cataluña el 25,7 % de la población infantil tiene sobrepeso y el 16,8 %, obesidad. Son datos sin duda positivos, aunque siguen advirtiendo que el exceso de peso en la población infantil está muy generalizado, lo que indica que hay que mejorar la alimentación de nuestros hijos e hijas.

 

¿Qué ocurre en el resto del mundo?

En Estados Unidos, los niños pesan una media de 5 kilos más que hace treinta años, y uno de cada tres tiene un IMC superior al recomendado.

Con respecto a América Latina, donde el problema del sobrepeso es también muy importante, en México, concretamente, la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición ENSANUT del año 2016 evaluó la prevalencia de sobrepeso y obesidad en niños, adolescentes y adultos. En cuanto a la población infantil, que incluye a los niños de 5 a 11 años, los resultados son los siguientes:

• Tres de cada diez menores padecen sobrepeso u obesidad.

• Se incrementa progresivamente la prevalencia combinada de sobrepeso y obesidad en zonas rurales y en ambos sexos.

En el resto de la región, la Organización Mundial de la Salud estima que la prevalencia de sobrepeso se sitúa en un 8 % en el caso de los niños menores de 5 años.

El sobrepeso se ha convertido en un verdadero problema de salud pública debido a la enorme comorbilidad o morbilidad asociada (cardiovascular, metabólica, oncológica, etcétera), como reconoció la misma Organización Mundial de la Salud en 2013. En la población infantil y adolescente, aun es más preocupante, pues los niños obesos tienen más probabilidades de desarrollar, en la edad adulta, una serie de afecciones, entre otras:

• cardiopatías

• resistencia a la insulina

• trastornos óseos y musculares

• algunos tipos de cáncer (endometrio, mama y colon)

• alteraciones del estado de ánimo

• discapacidad

Por todos estos motivos, se hace necesario que se trabaje conjuntamente para mejorar la alimentación de los más pequeños, y el papel de los padres y las madres aquí es muy importante. La Organización Mundial de la Salud, a través de su estrategia mundial sobre régimen alimentario, actividad física y salud, define las funciones que deben desempeñar los diferentes actores de la alimentación, entre los que destacamos los padres y las escuelas, además de los gobiernos, la industria y los profesionales de la salud.

Nos centraremos en nuestro papel como padres y madres, cuyo control está a nuestro alcance y sobre el que podemos intervenir de una forma directa. Tenemos la capacidad de influir positivamente en el comportamiento de nuestros hijos fomentando la presencia y disponibilidad de alimentos y bebidas saludables y animándolos a aumentar la actividad física. Pero ¿esto cómo se hace?, te preguntarás. Pues bien, se necesitan nuevas maneras de abordar la cuestión, nuevas perspectivas, y es aquí donde el coaching nutricional se muestra como una herramienta tremendamente eficaz para madres y padres. Como se recoge en el libro Coaching nutricional. Haz que tu dieta funcione, en uno de los capítulos hablamos del concepto «determinismo recíproco», acuñado por el psicólogo Albert Bandura, autor de una de las teorías en las que se sustenta el coaching nutricional. Este concepto se refiere al hecho de que las personas recibimos la influencia del entorno, al que tomamos como modelo para adaptar nuestra conducta, así el entorno nos determina, pero al mismo tiempo tenemos el poder de hacer cambiar al entorno con nuestro ejemplo. El entorno me influye y yo influyo en el entorno. Por eso el ejemplo materno y paterno son tan importantes. Insistiremos en esta área a lo largo del libro para generar cambios positivos en nuestros hijos, lo cual te avanzamos que es posible y lo podrás hacer tú mismo. Has de saber que el primer aprendizaje alimentario de los niños se hace en el entorno familiar y después en otros lugares como la escuela, por eso nuestra influencia es determinante.

Sobre el papel que desempeña la escuela, conviene tener en cuenta la evidencia de que muchos niños y niñas pasan cada vez más tiempo en las escuelas. El ritmo de la vida diaria hace que puedan permanecer desde la mañana hasta la tarde en el entorno escolar, por ello es importante no olvidar que este es un medio muy propicio para aumentar los conocimientos sobre alimentación saludable y actividad física. De ahí que las escuelas también tengan un papel fundamental, aunque nunca sustituirá al de la familia. Desde la perspectiva del coaching nutricional, es básico asumir la responsabilidad individual, en este caso como madres y padres que somos. Aunque a menudo pensamos que poco tenemos que hacer cuando media la escuela, lo cierto es que podemos incidir en aquellos aspectos que dependan de nosotros, en este caso, las comidas en el hogar y las comidas que los niños toman en la escuela pero que preparamos en casa (media mañana, merienda). Además, en el caso de un niño que come en el comedor del colegio todos los días durante un curso académico, se calcula que aproximadamente entre el 10 y el 15 % del total de su alimentación depende del colegio, y el 85 o el 90 % restante depende de nosotros, los padres y madres. No pases por alto este dato, ya que muchas veces culpamos a las escuelas de la mala alimentación de nuestros hijos, y en realidad no tenemos toda la razón.

 

¿Y qué puede hacer el coaching nutricional para ayudarnos como madres y padres?

Pues es una buena pregunta, y la respuesta es orientarnos para que las madres y los padres podamos liderar el cambio que suponga mejorar la alimentación de nuestros hijos. A menudo en las revistas, blogs, libros, vídeos de YouTube, conferencias de expertos, etcétera, se nos dice lo que tenemos que hacer como padres y madres: qué platos preparar, qué nutrientes esenciales dar a nuestros hijos, que si calcio y fibra, que si nada de aceite de palma y sí aumentar el aceite de oliva, o reducir el pan blanco… Todos los consejos y guías, siempre que procedan de profesionales cualificados como dietistas-nutricionistas, se han de tener muy en cuenta, puesto que son básicos y necesarios. Sin embargo, muy pocas veces se nos dan pistas sobre cómo llevarlos a la práctica. No basta con tener la información, hay que saber cómo seguir las recomendaciones en nuestro día a día, y es aquí donde este libro, que se centra en la aplicación del coaching nutricional para niños y padres, te va a ayudar en este proceso tan necesario y apasionante.

Como te comentábamos al inicio del capítulo, el coaching enfocado a los hábitos alimentarios se conoce como coaching nutricional. Esta propuesta ha emergido durante los últimos años para ayudar a las personas a implementar acciones relacionadas con su comportamiento y su estilo de vida que mejoren su salud, fomentando la responsabilidad respecto del cuidado de uno mismo y de su entorno, en este caso nuestros hijos. La investigación ha demostrado que es un planteamiento prometedor y que da buenos resultados en la población adulta y, lo más importante ya que es lo que nos atañe en este libro, en la población infantil.

Para ver la eficacia del coaching nutricional es bueno conocer datos científicos al respecto. En el año 2011 en Canadá, en el hospital infantil Stollery se llevó a cabo una investigación que tenía como objetivo determinar las diferencias en el control del peso entre dos intervenciones que utilizaban diferentes técnicas de coaching y un grupo de control. El estudio se realizó durante 4 o 5 meses y participaron 54 adolescentes de entre 13 y 17 años con un índice de masa corporal elevado (indicativo de exceso de peso). Las intervenciones fueron llevadas a cabo por dietistas-nutricionistas colegiados. Los participantes que completaron la intervención mostraron mejoras superiores en las dos intervenciones que utilizaron técnicas de coaching respecto a las del grupo de control, que no las aplicó.