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Edición en formato digital: julio de 2019© 2014, Mario Vargas Llosa, por el texto© 2014, Zuzanna Celej, por las ilustraciones: © 2014, 2019, Penguin Random House Grupo Editorial, S. A. U.Travessera de Gràcia, 47-49. 08021 BarcelonaISBN ebook: 978-84-204-5353-8Conversión ebook: Newcomlab, S.L.Penguin Random House Grupo Editorial apoya la protección del copyright. El copyright estimula la creatividad, defiende la diversidad en el ámbito de las ideas y el conocimiento, promueve la libre expresión y favorece una cultura viva. Gracias por comprar una edición autorizada de este libro y por respetar las leyes del copyright al no reproducir, escanear ni distribuir ninguna parte de esta obra por ningún medio sin permiso. Al hacerlo está respaldando a los autores y permitiendo que PRHGE continúe publicando libros para todos los lectores. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, http://www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.www.megustaleer.com
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EL
BA
R
C
O
DE LOS
NIÑOS
Mario Vargas LlosaIlustraciones de Zuzanna Celej
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«Llenaban la ruta como un enjambrede abejas blancas. No sé de dónde venían.Eran peregrinos pequeñísimos. Llevabanbordones de avellano y de abedul. Traíanla cruz al hombro; y todas esas cruceseran de varios colores. Hasta las he visto verdes, que debían estar hechas de hojas cosidas. Son niños salvajes e ignorantes. Vagan hacia no sé dónde. Tienen fe en Jerusalén. Piensan que Jerusalén está lejos, y Nuestro Señor debe estar más cerca de nosotros. No llegarán a Jerusalén. Pero Jerusalén llegará a ellos. Como a mí. El fin de todas las cosas santas está en la alegría».Marcel Schwob. La cruzada de los niños
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Érase un viejecillo que cada mañana muy temprano, sentado en una banca de un pequeño parque de Barranco, contemplaba el mar.
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13Fonchito lo divisaba desde su casa, mientras se alistaba para ir al colegio. Aquel viejecillo lo intrigaba: ¿qué hacía allí, solo, a estas horas, todos los días? Y sentía por él un poco de pena. Un día, sin poder aguantar más la curiosidad, apenas se levantó y, antes de que pasara el ómnibus del colegio a recogerlo, salió de su casa y fue al parquecito. Se sentó en la misma banca que el anciano y, luego de un momento de vacilación, tomando fuerza murmuró: «Buenos días».Aquél se volvió a mirarlo. Fonchito advirtió que en la cara llena de arrugas del anciano destellaban unos ojos vivos y todavía jóvenes. Unos ojos tan intensos que parecían haber visto todas las maravillas que hay en el mundo. Sus cabellos eran muy blancos, al igual que sus cejas, y su tez, rasurada con esmero, lucía muy pálida, casi translúcida. Se lo notaba muy  ágil; su extremada delgadez le daba un aspecto casi aéreo. Vestía con modestia pero gran corrección, un traje gris, un suéter azul, una corbatita oscura con un nudo pequeñito y unos zapatos negros algo ajados por el tiempo que parecían recién lustrados. Tenía El barco de los niños