Siete de abril de 1928

 

 

 

 

A través de la cerca, entre los huecos de las flores ensortijadas, yo los veía dar golpes. Venían hacia donde estaba la bandera y yo los seguía desde la cerca. Luster estaba buscando entre la hierba junto al árbol de las flores. Sacaban la bandera y daban golpes. Luego volvieron a meter la bandera y se fueron al bancal y uno dio un golpe y otro dio un golpe. Después siguieron y yo fui por la cerca y se pararon y nosotros nos paramos y yo miré a través de la cerca mientras Luster buscaba entre la hierba.

«Eh, caddie.» Dio un golpe. Atravesaron el prado. Yo me agarré a la cerca y los vi marcharse.

«Fíjese.» dijo Luster. «Con treinta y tres años que tiene y mire cómo se pone. Después de haberme ido hasta el pueblo a comprarle la tarta. Deje de jimplar. Es que no me va a ayudar a buscar los veinticinco centavos para poder ir yo a la función de esta noche.»

Daban pocos golpes al otro lado del prado. Yo volví por la cerca hasta donde estaba la bandera. Ondeaba sobre la hierba resplandeciente y sobre los árboles.

«Vamos.» dijo Luster. «Ya hemos mirado por ahí. Ya no van a volver. Vamos al arroyo a buscar los veinticinco centavos antes de que los encuentren los negros.»

Era roja, ondeaba sobre el prado. Entonces se puso encima un pájaro y se balanceó. Luster tiró. La bandera ondeaba sobre la hierba resplandeciente y sobre los árboles. Me agarré a la cerca.

«Deje de jimplar.» dijo Luster. «No puedo obligarlos a venir si no quieren, no. Como no se calle, mi abuela no le va a hacer una fiesta de cumpleaños. Si no se calla, ya verá lo que voy a hacer. Me voy a comer la tarta. Y también me voy a comer las velas. Las treinta velas enteras. Vamos, bajaremos al arroyo. Tengo que buscar los veinticinco centavos. A lo mejor nos encontramos una pelota. Mire, ahí están. Allí abajo. Ve.» Se acercó a la cerca y extendió el brazo. «Los ve. No van a volver por aquí. Vámonos.»

Fuimos por la cerca y llegamos a la verja del jardín, donde estaban nuestras sombras. Sobre la verja mi sombra era más alta que la de Luster. Llegamos a la grieta y pasamos por allí.

«Espere un momento.» dijo Luster. «Ya ha vuelto a engancharse en el clavo. Es que no sabe pasar a gatas sin engancharse en el clavo ese.»

Caddy me desenganchó y pasamos a gatas. El Tío Maury dijo que no nos viera nadie, así que mejor nos agachamos, dijo Caddy. Agáchate, Benjy. Así, ves. Nos agachamos y atravesamos el jardín por donde las flores nos arañaban al rozarlas. El suelo estaba duro. Nos subimos a la cerca, donde gruñían y resoplaban los cerdos. Creo que están tristes porque hoy han matado a uno, dijo Caddy. El suelo estaba duro, revuelto y enredado.

No te saques las manos de los bolsillos o se te congelarán, dijo Caddy. No querrás tener las manos congeladas en Navidad, verdad.

«Hace demasiado frío.» dijo Versh. «No irá usted a salir.»

«Qué sucede ahora.» dijo Madre.

«Que quiere salir.» dijo Versh.

«Que salga.» dijo el Tío Maury.

«Hace demasiado frío.» dijo Madre. «Es mejor que se quede dentro. Benjamin. Vamos. Cállate.»

«No le sentará mal.» dijo el Tío Maury.

«Oye, Benjamin.» dijo Madre. «Como no te portes bien, te vas a tener que ir a la cocina.»

«Mi mamá dice que hoy no vaya a la cocina.» dijo Versh. «Dice que tiene mucho que hacer.»

«Déjale salir, Caroline.» dijo el Tío Maury. «Te vas a matar con tantas preocupaciones.»

«Ya lo sé.» dijo Madre. «Es un castigo. A veces me pregunto si no será que...»

«Ya lo sé, ya lo sé.» dijo el Tío Maury. «Pero estás muy débil. Te voy a preparar un ponche.»

«Me preocuparé todavía más.» dijo Madre. «Es que no lo sabes.»

«Te encontrarás mejor.» dijo el Tío Maury. «Abrígalo bien, chico, y sácalo un rato.»

El Tío Maury se fue. Versh se fue.

«Cállate, por favor.» dijo Madre. «Estamos intentando que te saquen lo antes posible. No quiero que te pongas enfermo.»

Versh me puso los chanclos y el abrigo y cogimos mi gorra y salimos. El Tío Maury estaba guardando la botella en el aparador del comedor.

«Tenlo ahí afuera una media hora, chico.» dijo el Tío Maury. «Sin pasar de la cerca.»

«Sí, señor.» dijo Versh. «Nunca le dejamos salir de allí.»

Salimos. El sol era frío y brillante.

«Dónde va.» dijo Versh. «No creerá que va a ir al pueblo, eh.» Pasamos sobre las hojas que crujían. La portilla estaba fría. «Será mejor que se meta las manos en los bolsillos», dijo Versh, «porque se le van a quedar heladas en la portilla y entonces qué. Por qué no los espera dentro de la casa». Me metió las manos en los bolsillos. Yo oía cómo hacía crujir las hojas. Olía el frío. La portilla estaba fría.

«Tenga unas nueces. Eso es. Súbase al árbol ese. Mire qué ardilla, Benjy.»

Yo no sentía la portilla, pero olía el frío resplandeciente.

«Será mejor que se meta las manos en los bolsillos.»

Caddy iba andando. Luego iba corriendo con la cartera de los libros que oscilaba y se balanceaba sobre su espalda.

«Hola, Benjy.» dijo Caddy. Abrió la portilla y entró y se agachó. Caddy olía como las hojas. «Has venido a esperarme.» dijo. «Has venido a esperar a Caddy. Por qué has dejado que se le queden las manos tan frías, Versh.»

«Le dije que se las metiera en los bolsillos.» dijo Versh. «Es por agarrarse a la portilla.»

«Has venido a esperar a Caddy.» dijo, frotándome las manos. «Qué te pasa. Qué quieres decir a Caddy.» Caddy olía como los árboles y como cuando ella dice que estamos dormidos.

Por qué jimpla, dijo Luster. Podrá volver a verlos en cuanto lleguemos al arroyo. Tenga. Una rama de estramonio. Me dio la flor. Cruzamos la cerca, entramos al solar.

«Qué te pasa.» dijo Caddy. «Qué es lo que quieres decir a Caddy. Es que le han obligado a salir, Versh.»

«No podía hacerle quedarse dentro.» dijo Versh. «No paró hasta que lo dejaron salir y vino aquí directamente, a mirar por la portilla.»

«Qué te pasa.» dijo Caddy. «Es que creías que iba a ser Navidad cuando yo volviese de la escuela. Eso es lo que creías. Navidad es pasado mañana. Santa Claus, Benjy. Santa Claus. Ven. Vamos a echar una carrera hasta casa para entrar en calor.» Me cogió de la mano y corrimos sobre las hojas brillantes que crujían. Subimos corriendo los escalones y salimos del frío brillante y entramos en el frío oscuro. El Tío Maury estaba metiendo la botella en el aparador. Llamó a Caddy. Caddy dijo,

«Acércalo al fuego, Versh. Vete con Versh.» dijo. «Enseguida voy yo.»

Fuimos al fuego. Madre dijo,

«Tiene frío, Versh».

«No.» dijo Versh.

«Quítale el abrigo y los chanclos.» dijo Madre. «Cuántas veces tengo que decirte que no lo metas en casa con los chanclos puestos.»

«Sí, señora.» dijo Versh. «Ahora estese quieto.» Me quitó los chanclos y me desabrochó el abrigo. Caddy dijo,

«Espera, Versh. Madre, puede volver a salir. Quiero que venga conmigo.»

«Mejor lo dejas aquí.» dijo el Tío Maury. «Ya ha salido bastante por hoy.»

«Creo que los dos deberíais quedaros.» dijo Madre. «Por lo que dice Dilsey, cada vez hace más frío.»

«Ande, Madre.» dijo Caddy.

«Tonterías.» dijo el Tío Maury. «Lleva todo el día en la escuela. Necesita tomar el aire. Vete, Candace.»

«Déjele salir, Madre.» dijo Caddy. «Por favor. Sabe que se pondrá a llorar.»

«Y por qué has tenido que decirlo delante de él.» dijo Madre. «Para qué has entrado. Para darme motivos que me hagan volver a preocuparme. Creo que deberías quedarte aquí dentro jugando con él.»

«Que se vayan, Caroline.» dijo el Tío Maury. «Un poco de frío no les va a sentar mal. Recuerda que tienes que reposar.»

«Ya lo sé.» dijo Madre. «Nadie puede imaginarse cómo temo las Navidades. No soy una mujer fuerte. Ojalá lo fuera por bien de Jason y de los niños.»

«Tan sólo tienes que limitarte a hacer lo que puedas y no te agobies.» dijo el Tío Maury. «Vamos, marchaos. Pero no os quedéis ahí fuera mucho tiempo. Se preocuparía vuestra madre.»

«Sí, señor.» dijo Caddy. «Ven, Benjy. Vamos a volver a salir.» Me abrochó el abrigo y fuimos hacia la puerta.

«Es que vas a sacar al niño sin los chanclos.» dijo Madre. «Quieres que se ponga malo con la casa llena de gente.»

«Se me han olvidado.» dijo Caddy. «Creía que los tenía puestos.»

Volvimos. «Para qué tienes la cabeza.» dijo Madre. Ahora estese quieto dijo Versh. Me puso los chanclos. «Un día faltaré yo y tú tendrás que pensar por él.» Empuje dijo Versh. «Ven a dar un beso a tu madre, Benjamin.»

Caddy me llevó al sillón de Madre y Madre cogió mi cara entre sus manos y luego me apretó contra ella.

«Mi pobrecito niño.» dijo. Me soltó. «Cuidad bien de él Versh y tú, cariño.»

«Sí, señora.» dijo Caddy. Salimos. Caddy dijo,

«No hace falta que vengas, Versh. Yo me ocuparé de él un rato.»

«Bueno.» dijo Versh. «Para qué voy a salir sin motivo con este frío.» Él siguió andando y nosotros nos detuvimos en el vestíbulo y Caddy se arrodilló y me rodeó con los brazos y su cara fría y brillante contra la mía. Olía como los árboles.

«No eres ningún pobrecito. A que no. Tienes a Caddy. A que tienes a tu Caddy.»

Es que no puede dejar de jimplar y de babear, dijo Luster. No le da vergüenza, armar este follón. Pasamos al lado de la cochera, donde estaba el birlocho. Tenía una rueda nueva.

«Ahora entre y estese quieto hasta que venga su mamá.» dijo Dilsey. Me empujó para subirme al birlocho. T.P. sujetaba las riendas. «No sé por qué Jason no compra otro coche.» dijo Dilsey. «Porque éste se va a hacer añicos el día menos pensado. Mire qué ruedas.»

Madre salió, bajándose el velo. Llevaba unas flores.

«Dónde está Roskus.» dijo.

«Hoy Roskus no se puede tener de pie.» dijo Dilsey. «T.P. conducirá.»

«No me fío.» dijo Madre. «Me parece que no es mucho pedir que uno de vosotros me sirva de cochero una vez por semana, por Dios.»

«Usted sabe tan bien como yo que Roskus tiene un reúma que no le deja hacer más de lo que hace, señorita Caroline.» dijo Dilsey. «Vamos, suba, que T.P. puede llevarla igual que Roskus.»

«No me fío.» dijo Madre. «Y con el niño.»

Dilsey subió los escalones. «Dice que esto es un niño.» dijo. Tomó a Madre del brazo. «Es un hombre tan grande como T.P. Vamos, si es que se decide a ir.»

«No me fío.» dijo Madre. Bajaron por la escalera y Dilsey ayudó a Madre a subir. «Quizás sería lo mejor para todos.» dijo Madre.

«No le da vergüenza decir esas cosas.» dijo Dilsey. «Es que no sabe que un negro de dieciocho años no puede hacer correr a Queenie. Es más vieja que él y Benjy juntos. Y no te pongas a hacer tonterías con Queenie, me oyes T.P. Como a la señorita Caroline no le guste como conduces te las verás con Roskus. Porque de eso sí que podrá ocuparse.»

«Sí, señora.» dijo T.P.

«Sé que algo va a pasar.» dijo Madre. «Ya está bien, Benjamin.»

«Dele una flor», dijo Dilsey, «que eso es lo que quiere». Metió la mano.

«No, no.» dijo Madre. «Que desharás el ramo.»

«Sujételas.» dijo Dilsey. «Que le voy a sacar una.» Me dio una flor y su mano se fue.

«Vamos ya, antes de que Quentin los vea y también quiera ir.» dijo Dilsey.

«Dónde está.» dijo Madre.

«Está en la casa jugando con Luster». dijo Dilsey. «Vamos, T.P. Y lleva el coche como te ha dicho Roskus.»

«Sí, señora.» dijo T.P. «Arre, Queenie.»

«Quentin.» dijo Madre. «No la dejes.»

«Claro que no.» dijo Dilsey.

El birlocho saltaba y crujía por el sendero. «Me da miedo marcharme y dejar a Quentin.» dijo Madre. «Creo que es mejor que no vaya. T.P.» Salimos por la portilla, donde dejó de saltar. T.P. pegó a Queenie con el látigo.

«Eh, T.P.» dijo Madre.

«Ya la tengo en marcha.» dijo T.P. «No la dejaré dormirse hasta que volvamos al establo.»

«Da la vuelta», dijo Madre. «Me da miedo irme dejando a Quentin.»

«Aquí no puedo dar la vuelta.» dijo T.P. Luego era más ancho.

«Puedes dar aquí la vuelta.» dijo Madre.

«Está bien.» dijo T.P. Empezamos a dar la vuelta.

«Cuidado, T.P.» dijo Madre sujetándome.

«De alguna forma tengo que dar la vuelta.» dijo T.P. «So, Queenie.» Nos detuvimos.

«Nos vas a hacer volcar», dijo Madre.

«Qué quiere que haga si no.» dijo T.P.

«Me da miedo que intentes dar la vuelta.» dijo Madre.

«Andando, Queenie.» dijo T.P. Seguimos.

«Yo sé que acabará pasándole algo a Quentin por culpa de Dilsey mientras estemos fuera.» dijo Madre. «Tenemos que darnos prisa en volver.»

«Arre, Queenie.» dijo T.P. Pegó a Queenie con el látigo.

«Cuidado, T.P.» dijo Madre, sujetándome. Yo oía los cascos de Queenie y las figuras brillantes pasaban suaves y constantes por los dos lados, y sus sombras resbalaban sobre el lomo de Queenie. Pasaban como la parte de arriba de las ruedas, brillando. Entonces las de un lado se detuvieron junto al poste blanco y alto donde estaba el soldado. Pero por el otro lado continuaron suaves y constantes, pero un poco más lentas.

«Qué quieres.» dijo Jason. Tenía las manos en los bolsillos y un lápiz detrás de la oreja.

«Vamos al cementerio.» dijo Madre.

«Bueno.» dijo Jason. «Yo no tengo intención de retrasaros, eh. Es eso todo lo que quieres de mí, sólo decírmelo.»

«Ya sé que no vas a venir.» dijo Madre. «Me encontraría más segura si lo hicieras.»

«Por qué.» dijo Jason. «Ni Padre ni Quentin van a hacerte nada.»

Madre se metió el pañuelo por debajo del velo. «Cállate, Madre.» dijo Jason. «O es que quieres que ese maldito idiota se ponga a berrear en mitad de la plaza. Adelante, T.P.»

«Arre, Queenie.» dijo T.P.

«Es un castigo de Dios.» dijo Madre. «Pero yo también me iré pronto.»

«Vamos.» dijo Jason.

«So.» dijo T.P. Jason dijo,

«El Tío Maury ha cargado cincuenta en tu cuenta. Qué quieres hacer al respecto.»

«Para qué me preguntas a mí.» dijo Madre. «Yo no importo. Intento no preocuparos ni a ti ni a Dilsey. Pronto me habré ido, y entonces tú.»

«Adelante, T.P.» dijo Jason.

«Arre, Queenie.» dijo T.P. Las figuras volaban. Las del otro lado empezaron otra vez, brillantes, rápidas y suaves, como cuando Caddy dice que vamos a dormirnos.

Llorón, dijo Luster. No le da vergüenza. Atravesamos el establo. Los pesebres estaban abiertos. Ya no tiene un caballo pinto para montar, dijo Luster. El suelo estaba seco y polvoriento. El tejado se estaba cayendo. Los orificios inclinados estaban todos llenos de remolinos amarillos. Por qué quiere ir por ahí. Quiere que le partan la cabeza con una pelota de ésas.

«No saques las manos de los bolsillos», dijo Caddy, «o se te congelarán. No querrás tener las manos congeladas en Navidad, verdad».

Dimos la vuelta al establo. La vaca grande y la pequeña estaban en la puerta y oíamos a Prince, Queenie y Fancy pateando dentro del establo. «Si no hiciera tanto frío montaríamos a Fancy.» dijo Caddy. «Pero hoy hace demasiado frío para cabalgar.» Luego vimos el arroyo, donde volaba el humo. «Allí están matando el cerdo.» dijo Caddy. «Podemos ir a verlo.» Bajamos por la colina.

«Quieres llevar la carta.» dijo Caddy. «Pues hazlo.» Se sacó la carta del bolsillo y la metió en el mío. «Es un regalo de Navidad.» dijo Caddy. «El Tío Maury va a dar una sorpresa a la señora Patterson. Tenemos que dársela sin que nadie lo vea. Mete bien las manos en los bolsillos.» Llegamos al arroyo.

«Está helado.» dijo Caddy. «Mira.» Rompió la parte de arriba del agua y me puso un trozo sobre la cara. «Hielo. Fíjate lo frío que está.» Me ayudó a cruzar y subimos por la colina. «Ni siquiera podemos decírselo a Padre y a Madre. Sabes qué creo que es. Creo que es una sorpresa para Padre, para Madre y para el señor Patterson, porque el señor Patterson te mandó caramelos. Te acuerdas de que el señor Patterson te mandó caramelos el verano pasado.»

Había una cerca. La hierba estaba seca y el viento la hacía crujir.

«Lo que no entiendo es por qué el Tío Maury no mandó a Versh.» dijo Caddy. «Versh no diría nada.» La señora Patterson estaba mirando por la ventana. «Espera aquí.» dijo Caddy. «Ahora espérame aquí. Enseguida vuelvo. Dame la carta.» Sacó la carta de mi bolsillo. «No te saques las manos de los bolsillos.» Saltó la cerca con la carta en la mano y atravesó las flores secas y crujientes. La señora Patterson vino a la puerta y la abrió y se quedó allí.

El señor Patterson estaba cortando las flores verdes. Dejó de cortar y me miró. La señora Patterson cruzó el jardín corriendo. Cuando vi sus ojos empecé a llorar. Imbécil, dijo la señora Patterson, le he dicho que no vuelva a enviarte a ti solo. Dámela enseguida. El señor Patterson vino deprisa, con la azada. La señora Patterson se inclinó sobre la cerca, con la mano extendida. Ella intentaba saltar la cerca. Dámela, dijo, dámela. El señor Patterson saltó la cerca. Cogió la carta. La señora Patterson se enganchó el vestido en la cerca. Volví a ver sus ojos y corrí colina abajo.

«Por allí sólo hay casas.» dijo Luster. «Vamos a bajar al arroyo.»

Estaban lavando en el arroyo. Una de ellas estaba cantando. Yo olía la ropa ondulante y el humo que volaba atravesando el arroyo.

«Quédese aquí.» dijo Luster. «Ahí no tiene nada que hacer. Además, esa gente le querrá pegar.»

«Qué quiere ése.»

«No sabe lo que quiere.» dijo Luster. «Cree que quiere ir allí arriba donde están jugando con la pelota. Siéntese aquí a jugar con su ramita de estramonio. Mire cómo juegan los niños en el arroyo, si quiere entretenerse con algo. Por qué no podrá portarse como las personas.» Me senté en la orilla, donde estaban lavando y volaba el humo azul.

«Habéis visto veinticinco centavos por aquí.» dijo Luster.

«Qué veinticinco centavos.»

«Los que tenía aquí dentro esta mañana.» dijo Luster. «Los he perdido en alguna parte. Se me cayeron por este agujero del bolsillo. Si no los encuentro, esta noche me quedo sin ir a la función.»

«De dónde has sacado veinticinco centavos, chico. De los bolsillos de los blancos cuando estaban distraídos.»

«Los saqué de donde los tenía que sacar.» dijo Luster. «Y todavía hay más en donde estaban. Pero tengo que encontrarlos. Os los habéis encontrado.»

«No me interesan tus veinticinco. Yo me ocupo de mis cosas.»

«Ande, venga.» dijo Luster. «Ayúdeme a buscarlos.»

«Ése no distinguiría una moneda de veinticinco ni aunque la viera, verdad.»

«Pero sí que puede ayudarme a buscarla.» dijo Luster. «Vais a ir todos a la función esta noche.»

«No me hables de la función. Cuando acabe con este balde estaré tan cansada que ni voy a poder moverme.»

«Ya verás como acabas yendo.» dijo Luster. «Seguro que estuviste anoche. Me juego algo a que todos estaréis allí para cuando abran la carpa.»

«Ya habrá suficientes negros sin que esté yo. Como anoche.»

«Pues el dinero de los negros vale tanto como el de los blancos.»

«Los blancos dan dinero a los negros porque como los que vienen a tocar son blancos, vuelven a dejarlos el dinero y así los negros tienen que seguir trabajando para ganar más.»

«Pero es que no vas a ir a la función.»

«Por ahora no. Tengo que pensármelo.»

«Qué tienes contra los blancos.»

«No tengo nada en contra. Yo voy a lo mío y que los blancos vayan a lo suyo. No me interesa esa función.»

«Pues hay uno que toca una canción con un serrucho. Lo toca como si fuera un banjo.»

«Tú fuiste anoche.» dijo Luster. «Y yo voy esta noche. Si encuentro la moneda.»

«Supongo que tendrás que llevarte a ése.»

«Quién, yo.» dijo Luster. «Es que te crees que lo voy a llevar para que se ponga a berrear.»

«Qué haces cuando empieza a berrear.»

«Le sacudo.» dijo Luster. Se sentó y se arremangó los pantalones del mono. Ellos jugaban en el arroyo.

«Habéis encontrado alguna pelota.» dijo Luster.

«No te hagas el chulo. A que no te gustaría que tu abuela te oyese decir esas cosas.»

Luster se metió en el arroyo por donde estaban jugando. Se puso a buscar dentro del agua, junto a la orilla.

«Los tenía esta mañana cuando andábamos por aquí.» dijo Luster.

«Por dónde se te han caído.»

«Por este agujero del bolsillo.» dijo Luster. Buscaban dentro del arroyo. Entonces todos se pusieron de pie y se pararon, luego se salpicaban y se peleaban dentro del arroyo. Luster la cogió y se agazaparon en el agua, mirando hacia la colina por entre los arbustos.

«Dónde están.» dijo Luster.

«Todavía no se los ve.»

Luster se la metió en el bolsillo. Ellos bajaron por la colina.

«Habéis visto una pelota por aquí.»

«Se habrá caído al agua. No la habéis visto ni oído pasar, chicos.»

«No he oído nada por aquí.» dijo Luster. «Pero algo ha pegado contra aquel árbol de allí. No sé por dónde ha caído.»

Miraron dentro del arroyo.

«Demonios. Mira por el arroyo. Venía hacia aquí. Yo la vi.»

Miraron por el arroyo. Luego se volvieron por la colina.

«Tú has cogido la pelota.» dijo el chico.

«Para qué la iba a querer yo.» dijo Luster. «No he visto ninguna pelota.»

El chico se metió en el agua. Siguió. Se volvió a mirar a Luster. Siguió río abajo.

El hombre dijo «Caddie» sobre la colina. El chico salió del agua y se fue por la colina.

«Pero, bueno.» dijo Luster. «Cállese.»

«Por qué se pone a jimplar ahora.»

«Y yo qué sé.» dijo Luster. «Porque le da por ahí. Lleva así toda la mañana. Supongo que porque es su cumpleaños.»

«Cuántos cumple.»

«Treinta y tres.» dijo Luster. «Treinta y tres hace esta mañana.»

«O sea que hace treinta años que cumplió tres.»

«Eso dice mi abuela.» dijo Luster. «Yo no lo sé. Pero vamos a poner treinta y tres velas en la tarta. Es pequeña. No van a caber. Cállese. Venga aquí.» Vino y me cogió del brazo. «Imbécil.» dijo. «Quiere que le sacuda.»

«Cómo que le vas a pegar.»

«Pues no será la primera vez. Cállese.» dijo Luster. «Es que no le he dicho que no puede subir allí arriba. Le abrirán la cabeza de un pelotazo. Venga aquí.» Tiró de mí. «Siéntese.» Me senté y él me quitó los zapatos y me arremangó los pantalones. «Ahora se mete en el agua y se pone a jugar y deja de jimplar y de echar babas.»

Yo me callé y me metí en el agua y vino Roskus y dijo que fuéramos a cenar y Caddy dijo,

Todavía no es hora de cenar. Yo no voy.

Se había mojado. Estábamos jugando en el arroyo y Caddy se agachó y se mojó el vestido y Versh dijo,

«Su madre la va a zurrar por mojarse el vestido.»

«No lo hará.» dijo Caddy.

«Y tú qué sabes.» dijo Quentin.

«Porque lo sé.» dijo Caddy. «A ti qué te importa.»

«Pues dijo que lo haría.» dijo Quentin. «Además, soy mayor que tú.»

«Tengo siete años.» dijo Caddy. «Sé lo que hago.»

«Yo soy más mayor.» dijo Quentin. «Ya voy a la escuela. Verdad, Versh.»

«Usted sabe que la pegan cuando se moja el vestido.» dijo Versh.

«No está mojado.» dijo Caddy. Se puso de pie dentro del agua y se miró el vestido. «Me lo voy a quitar.» dijo. «Para que se seque.»

«A que no.» dijo Quentin.

«A que sí.» dijo Caddy.

«Mejor no lo hagas.» dijo Quentin.

Caddy se acercó a mí y a Versh y se volvió.

«Desabróchamelo, Versh.» dijo.

«No lo hagas, Versh.» dijo Quentin.

«No tengo nada que ver con su vestido.» dijo Versh.

«Desabróchamelo, Versh.» dijo Caddy. «O le digo a Dilsey lo que hiciste ayer.» Así que Versh se lo desabrochó.

«Como te quites el vestido.» dijo Quentin. Caddy se quitó el vestido y lo tiró sobre la orilla. Entonces se quedó solamente con el corpiño y los pantalones y Quentin le dio una bofetada y ella se resbaló y se cayó al agua. Cuando se levantó, empezó a echar agua a Quentin y Quentin echaba agua a Caddy. A Versh y a mí nos salpicaron un poco y Versh me cogió y me puso sobre la orilla. Dijo que se iba a chivar de Quentin y de Caddy y entonces Quentin y Caddy empezaron a salpicar a Versh. Se metió detrás de un arbusto.

«Voy a chivarme a mi mamá de todos ustedes.» dijo Versh.

Quentin subió a la orilla y quiso atrapar a Versh, pero Versh se escapó y Quentin no pudo. Cuando Quentin se dio la vuelta, Versh se paró y dijo gritando que se iba a chivar. Caddy le dijo que si no se chivaba, le dejarían volver. Así que Versh dijo que no lo haría y ellos le dejaron.

«Supongo que ahora estarás contenta.» dijo Quentin. «Nos pegarán a los dos.»

«No me importa.» dijo Caddy. «Me voy a escapar.»

«Ya.» dijo Quentin.

«Me escaparé y no volveré nunca.» dijo Caddy. Yo empecé a llorar. Caddy se volvió y dijo, «Cállate». Así que me callé. Luego jugaron en el arroyo. Jason también estaba jugando. Estaba él solo un poco más abajo. Versh vino por el otro lado del arbusto y me volvió a dejar en el agua. Caddy estaba toda mojada y llena de barro por detrás y yo me puse a llorar y ella vino y se agachó en el agua.

«Cállate.» dijo. «No me voy a escapar.» Así que me callé. Caddy olía como los árboles cuando llueve.

Qué le pasa, dijo Luster. Es que no puede dejar de llorar y jugar con el agua como los demás.

Por qué no te lo llevas a la casa. Es que no te han dicho que no lo saques de allí.

Todavía se cree que el prado es de ellos, dijo Luster. De todas formas esto no se ve desde la casa.

Pero nosotros sí que lo vemos. Y a la gente no le gusta tener delante a un tonto. Trae mala suerte.

Vino Roskus y dijo que fuéramos a cenar y Caddy dijo que todavía era pronto.

«Sí.» dijo Roskus. «Pero Dilsey dice que vayan todos a la casa. Tráelos, Versh.» Subió por la colina por donde estaba mugiendo la vaca.

«A lo mejor ya estamos secos cuando lleguemos a casa.» dijo Quentin.

«Tú has tenido la culpa.» dijo Caddy. «Ojalá nos peguen.» Se puso el vestido y Versh se lo abrochó.

«No se darán cuenta de que se han mojado.» dijo Versh. «No se les nota. Como no nos chivemos yo y Jason.»

«Te vas a chivar, Jason.» dijo Caddy.

«De qué.» dijo Jason.

«No se chivará.» dijo Quentin. «Verdad, Jason.»

«Seguro que sí.» dijo Caddy. «Se lo contará a la Abuelita.»

«No puede.» dijo Quentin. «Está mala. Si vamos despacio, no se darán cuenta porque estará muy oscuro.»

«No me importa si se dan cuenta o no.» dijo Caddy. «Se lo voy a decir yo misma. Cógelo en brazos para subir la colina, Versh.»

«Jason no se chivará.» dijo Quentin. «Acuérdate del arco y las flechas que te he hecho, Jason.»

«Se me han roto.» dijo Jason.

«Que se chive.» dijo Caddy. «Me importa un rábano. Coge a Maury, Versh.» Versh se agachó y yo me subí a su espalda.

Nos veremos en el teatro esta noche, dijo Luster. Vamos. Tenemos que encontrar la moneda.

«Si vamos despacio, ya será de noche cuando lleguemos.» dijo Quentin.

«Yo no pienso ir despacio.» dijo Caddy. Subimos por la colina, pero Quentin no vino. Estaba junto al arroyo cuando llegamos a donde se olían los cerdos. Gruñían y olisqueaban junto al abrevadero del rincón. Jason venía detrás de nosotros con las manos en los bolsillos. Roskus estaba ordeñando a la vaca en la puerta del establo.

Las vacas salieron corriendo del establo.

«Siga.» dijo T.P. «Vuelva a gritar. Yo voy a gritar también. Yuhu.» Quentin volvió a dar una patada a T.P. Lo tiró dentro del abrevadero donde comían los cerdos y T.P. se quedó allí metido. «Vaya suerte.» dijo T.P. «Es que no me había pegado ya. Usted ha visto cómo me pegó ese blanco. Yuhu.»

Yo no lloraba, pero no me podía parar. Yo no lloraba, pero el suelo no se estaba quieto y luego lloré. El suelo no dejaba de subir y las vacas corrían colina arriba. T.P. intentó levantarse. Volvió a caerse y las vacas bajaron corriendo por la colina. Quentin me cogió del brazo y fuimos hacia el establo. Entonces el establo no estaba allí y tuvimos que esperar a que volviera. No lo vi llegar. Vino por detrás de nosotros y Quentin me sentó en la artesa donde comían las vacas. Me agarré. Aquello también se marchaba y me agarré. Las vacas volvieron a bajar corriendo por la colina después de atravesar la puerta. Yo no me podía parar. Quentin y T.P. subían peleándose por la colina. T.P. rodaba colina abajo y Quentin lo arrastraba hacia arriba. Quentin golpeó a T.P. Yo no me podía parar.

«Ponte de pie.» dijo Quentin. «Quédate aquí. No te vayas hasta que yo vuelva.»

«Yo y Benjy nos volvemos a la boda.» dijo T.P. «Yuhu.»

Quentin volvió a golpear a T.P. Luego empezó a empujarle contra la pared. T.P. se reía. Cada vez que Quentin lo empujaba contra la pared él intentaba decir Yuhu, pero no podía decirlo con la risa. Yo dejé de llorar pero no me podía parar. T.P. se me cayó encima y la puerta del establo desapareció. Bajó por la colina y T.P. seguía forcejeando solo y volvió a caerse. Seguía riéndose pero yo no me podía parar y yo intenté levantarme y me caí y no me podía parar. Versh dijo,

«La ha hecho buena. Vaya que sí. Deje de gritar.»

T.P. todavía estaba riéndose. Se dejó caer contra la puerta y se reía. «Yuhu.» dijo. «Yo y Benjy nos volvemos a la boda. Zarzaparrilla.» dijo T.P.

«Cállate.» dijo Versh. «De dónde la has sacado.»

«Del sótano.» dijo T.P. «Yuhu.»

«Cállate.» dijo Versh. «De qué sitio del sótano.»

«Está todo lleno.» dijo T.P. Se rió un poco más. «Quedan más de cien botellas. Más de un millón. Cuidado, negro, que voy a gritar.»

Quentin dijo, «Levántalo».

Versh me levantó.

«Bébete esto, Benjy.» dijo Quentin. El vaso quemaba. «Cállate ahora.» dijo Quentin. «Bébetelo.»

«Zarzaparrilla.» dijo T.P. «Déjeme echar un trago, señor Quentin.»

«Cierra el pico.» dijo Versh. «Ya te dará a ti el señor Quentin.»

«Sujétalo, Versh.» dijo Quentin.

Ellos me sujetaron. Yo tenía la barbilla y la camisa calientes. «Bebe.» dijo Quentin. Me sujetaron la cabeza. Sentí calor por dentro y volví a empezar. Ahora yo estaba llorando y me estaba pasando algo por dentro y lloré más y me sujetaron hasta que dejó de pasarme. Entonces me callé. Todavía daba vueltas y empezaron las figuras. «Abre el pesebre, Versh.» Iban despacio. «Extiende esos sacos vacíos en el suelo.» Ellas iban más deprisa, casi demasiado. «Eso es. Cógelo por los pies.» Ellas siguieron, suaves y brillantes. Yo oía reírse a T.P. Las seguí colina arriba.

En lo alto de la colina, Versh me bajó. «Venga aquí, Quentin.» gritó él, mirando hacia atrás. Quentin todavía estaba de pie junto al arroyo. Se perdía entre las sombras por donde estaba el arroyo.

«Pues que se quede ahí, el muy burro.» dijo Caddy. Me cogió de la mano y pasamos frente al establo y atravesamos la portilla. Había una rana agazapada en medio del sendero de ladrillos. Caddy pasó sobre ella de un salto y tiró de mí.

«Vamos, Maury.» dijo. Se quedó agazapada hasta que Jason le dio con el dedo del pie.

«Le saldrá una verruga.» dijo Versh. La rana se alejó saltando.

«Vamos, Maury.» dijo Caddy.

«Tienen visita esta noche.» dijo Versh.

«Tú qué sabes.» dijo Caddy.

«Con todas esas luces encendidas.» dijo Versh. «Hay luz en todas las ventanas.»

«Puedes encender todas las luces sin que haya visita, si quieres.» dijo Caddy.

«Seguro que son visitas.» dijo Versh. «Mejor entran por la parte de atrás y suben sin que los vean.»

«No me importa.» dijo Caddy. «Pienso entrar en el salón, donde están todos.»

«Pues su papá la pegará como haga eso.» dijo Versh.

«No me importa.» dijo Caddy. «Voy a entrar al salón. Voy a entrar a cenar en el comedor.»

«Y dónde va a sentarse.» dijo Versh.

«En la silla de la Abuela.» dijo Caddy. «Ella cena en la cama.»

«Tengo hambre.» dijo Jason. Nos adelantó y corrió por el sendero. Llevaba las manos en los bolsillos y se cayó. Versh fue a levantarlo.

«Si lleva las manos en los bolsillos, no pierda el equilibrio.» dijo Versh. «No le dará tiempo a sacárselas para agarrarse, con lo gordo que está.»

Padre estaba de pie junto a la escalera de la cocina.

«Dónde está Quentin.» dijo.

«Viene por el camino.» dijo Versh. Quentin venía despacio. Su camisa era una mancha blanca.

«Ah.» dijo Padre. La luz descendía sobre las escaleras y sobre él.

«Caddy y Quentin se han estado echando agua.» dijo Jason.

Esperamos.

«Ah, sí.» dijo Padre. Quentin llegó y Padre dijo, «Esta noche vais a cenar en la cocina.» Se paró y me cogió en brazos y la luz descendió por las escaleras también hasta mí y yo veía a Caddy y a Jason y a Quentin y a Versh más abajo. Padre se volvió hacia la escalera. «Pero tenéis que estar sin hacer ruido.» dijo.

«Por qué no podemos hacer ruido, Padre.» dijo Caddy. «Es que hay visita.»

«Sí.» dijo Padre.

«Ya la he dicho que había visita.» dijo Versh.

«Tú no has dicho nada.» dijo Caddy. «Soy yo quien lo ha dicho. Lo he dicho yo.»

«Silencio.» dijo Padre. Se callaron y Padre abrió la puerta y cruzamos el porche trasero y entramos en la cocina. Allí estaba Dilsey y Padre me dejó en la silla y bajó el batiente y la acercó a la mesa, donde estaba la cena. Echaba humo.

«Obedeced a Dilsey.» dijo Padre. «No les dejes hacer ruido, Dilsey.»

«Sí, señor.» dijo Dilsey. Padre se marchó.

«No olvidéis que debéis obedecer a Dilsey.» dijo detrás de nosotros. Acerqué la cara hacia la cena. El humo me dio en la cara.

«Que me obedezcan a mí esta noche, Padre.» dijo Caddy.

«Yo no.» dijo Jason. «Yo obedeceré a Dilsey.»

«Tendrás que hacerlo si lo dice Padre.» dijo Caddy. «Que me obedezcan a mí, Padre.»

«Yo no.» dijo Jason. «Yo no te obedeceré.»

«Callaos.» dijo Padre. «Obedeced a Caddy. Cuando acaben, súbelos por la escalera de atrás, Dilsey.»

«Sí, señor.» dijo Dilsey.

«Ves.» dijo Caddy. «Supongo que ahora me obedecerás.»

«Cállense todos.» dijo Dilsey. «Esta noche tienen que portarse bien.»

«Por qué tenemos que portarnos bien esta noche.» susurró Caddy.

«Eso no le importa.» dijo Dilsey. «Lo sabrá cuando Dios disponga.» Me trajo el plato. El humo vino y me hizo cosquillas en la cara. «Ven, Versh.» dijo Dilsey.

«Y cuándo dispone Dios, Dilsey.» dijo Caddy.

«Los domingos.» dijo Quentin. «Es que no lo sabes.»

«Shhhhhh.» dijo Dilsey. «No han oído decir al señor Jason que se estén callados. Tómense la cena. Ven, Versh. Coge su cuchara.» La mano de Versh llegó con la cuchara y la metió en el plato. La cuchara subió hasta mi boca. El vapor me hizo cosquillas en la boca. Luego dejamos de comer y nos miramos unos a otros y estuvimos callados y luego lo volvimos a oír y yo empecé a llorar.

«Qué es eso.» dijo Caddy. Puso su mano sobre mi mano.

«Era Madre.» dijo Quentin. La cuchara vino y yo comí, luego volví a llorar.

«Cállate.» dijo Caddy. Pero yo no me callé y ella vino y me rodeó con los brazos. Dilsey fue a cerrar las dos puertas y entonces no lo podíamos oír.

«Cállate.» dijo Caddy. Me callé y comí. Quentin no comía pero Jason sí.

«Era Madre.» dijo Quentin. Se levantó.

«Siéntese inmediatamente.» dijo Dilsey. «Hay visita y usted tiene la ropa llena de barro. Siéntese también usted, Caddy, y acabe de comer.»

«Estaba llorando.» dijo Quentin.

«Era alguien que estaba cantando.» dijo Caddy. «Verdad, Dilsey.»

«Tómense todos la cena, como dijo el señor Jason.» dijo Dilsey. «Lo sabrán cuando Dios disponga.» Caddy volvió a su silla.

«Ya os he dicho que es una fiesta.» dijo.

Versh dijo, «Ya se ha comido todo».

«Tráeme su plato.» dijo Dilsey. El plato se fue.

«Dilsey.» dijo Caddy. «Quentin no se está tomando la cena. Es que no me va a obedecer.»

«Tómese la cena, Quentin.» dijo Dilsey. «Acaben y salgan de mi cocina.»

«No quiero más.» dijo Quentin.

«Te lo tienes que comer si te lo mando yo.» dijo Caddy. «Verdad, Dilsey.»

El plato me echaba humo a la cara y la mano de Versh metió la cuchara y el humo me hizo cosquillas en la boca.

«No quiero más.» dijo Quentin. «Cómo van a dar una fiesta si la Abuela está mala.»

«En el piso de abajo.» dijo Caddy. «Ella puede asomarse al rellano a mirar. Es lo que pienso hacer yo en cuanto me ponga el camisón.»

«Madre estaba llorando.» dijo Quentin. «A que estaba llorando, Dilsey.»

«No me dé la lata, niño.» dijo Dilsey. «Tengo que preparar la cena para toda esa gente en cuanto ustedes acaben la suya.»

Un rato después hasta Jason había acabado de cenar y empezó a llorar.

«Ahora le toca a usted.» dijo Dilsey.

«Llora todas las noches desde que la Abuela se puso mala y no puede dormir con ella.» dijo Caddy. «Llorica.»

«Me voy a chivar de ti.» dijo Jason.

Estaba llorando. «Ya te has chivado.» dijo Caddy. «Ya no puedes chivarte de nada.»

«Lo que necesitan es irse a la cama», dijo Dilsey. Vino y me bajó y me limpió la cara y las manos con un paño húmedo. «A ver si puedes subirlos por la escalera de atrás sin hacer ruido, Versh. Usted, Jason, deje de llorar.»

«Es demasiado temprano para meternos en la cama.» dijo Caddy. «Nunca nos acostamos tan pronto.»

«Esta noche, sí.» dijo Dilsey. «Su papá dijo que subieran inmediatamente después de que acabasen de cenar. Ya lo han oído.»

«Ha dicho que hay que hacer lo que yo diga.» dijo Caddy.

«Yo no voy a hacer lo que tú digas.» dijo Jason.

«Pues tienes que hacerlo.» dijo Caddy. «Vamos. Tenéis que hacer lo que yo diga.»

«Que se callen, Versh.» dijo Dilsey. «Van a portarse bien, verdad.»

«Por qué tenemos que estar tan callados esta noche.» dijo Caddy.

«Su mamá no se encuentra bien.» dijo Dilsey. «Ahora vayan todos con Versh.»

«Ya os dije que Madre estaba llorando.» dijo Quentin. Versh me cogió en brazos y abrió la puerta trasera del porche. Salimos y Versh cerró y la puerta se puso negra. Yo olía a Versh y lo sentía. «Ahora quedaos callados. Todavía no vamos a subir. El señor Jason dijo que subierais enseguida. Dijo que me obedecierais. Yo no te voy a obedecer a ti. Dijo que a mí. Verdad, Quentin.» Yo sentía la cabeza de Versh. Yo nos oía. «Verdad, Versh. Sí, claro. Y yo digo que vamos a salir un rato. Vamos.» Versh abrió la puerta y salimos.

Bajamos los escalones.

«Creo que será mejor que bajemos a casa de Versh para no hacer ruido.» dijo Caddy. Versh me puso en el suelo y Caddy me cogió de la mano y descendimos por el sendero de ladrillos.

«Vamos.» dijo Caddy. «Ya no está la rana. Se habrá ido dando saltos y ya estará en el jardín. A lo mejor encontramos otra.» Roskus vino con los cubos de la leche. Siguió. Quentin no venía con nosotros. Estaba sentado en la escalera de la cocina. Bajamos a casa de Versh. Me gustaba el olor de la casa de Versh. El fuego estaba encendido y T.P. estaba agachado en camisa, atizándolo.

Entonces me levanté y T.P. me vistió y fuimos a la cocina y comimos. Dilsey estaba cantando y yo empecé a llorar y ella se paró.

«No dejes que se acerque a la casa.» dijo Dilsey.

«No podemos ir por ahí.» dijo T.P.

Jugamos en el arroyo.

«No podemos ir por allí.» dijo T.P. «Es que no sabe que mi mamá ha dicho que no.»

Dilsey estaba cantando en la cocina y yo empecé a llorar.

«Cállese.» dijo T.P. «Vamos. Bajaremos hasta el establo.»

Roskus estaba ordeñando en el establo. Estaba ordeñando con una mano y se quejaba. Algunos pájaros estaban sentados en la puerta del establo y le miraban. Uno de ellos vino y se puso a comer con las vacas. Me puse a mirar cómo ordeñaba Roskus mientras T.P. echaba de comer a Queenie y a Prince. La ternera estaba en la pocilga. Se frotaba el morro contra la alambrada y mugía.

«T.P.» dijo Roskus. T.P. dijo Señor, desde el establo. Fancy tenía la cabeza asomada por encima de la portilla, porque T.P. todavía no le había echado de comer. «Acaba con eso.» dijo Roskus. «Tienes que ordeñar. Ya ni puedo mover la mano derecha.»

T.P. vino y se puso a ordeñar.

«Por qué no llama al médico», dijo T.P.

«El médico no sirve para nada», dijo Roskus. «Aquí, no.»

«Por qué aquí no.» dijo T.P.

«Aquí hay mucha mala suerte.» dijo Roskus. «Si has acabado, mete a la ternera.»

Aquí hay mucha mala suerte, dijo Roskus. El fuego se elevó y bajó por detrás de él y de Versh, deslizándose sobre su cara y sobre la cara de Versh. Dilsey acabó de meterme en la cama. La cama olía como T.P. Me gustaba.

«Y qué sabrás tú.» dijo Dilsey. «Qué te ha dado.»

«No me ha dado nada.» dijo Roskus. «Acaso no hay una prueba tumbada en esa cama. Es que aquí no ha habido pruebas de ello durante quince años.»

«Supongo que sí.» dijo Dilsey. «Pero ni a ti ni a los tuyos os ha hecho ningún daño, no. Con Versh trabajando y con Frony casada y sin depender de ti y con T.P. creciendo tanto como para sustituirte cuando el reúma acabe contigo.»

«Es que por ahora, ya van dos.» dijo Roskus. «Y va a haber uno más. Yo ya he visto una señal y tú también.»

«Anoche oí ulular a una lechuza.» dijo T.P. «Y Dan no quería venir a comer. No pasaba del establo. Empezó a aullar nada más oscurecer. Versh le oyó.»

«Conque va a haber más de uno.» dijo Dilsey. «Alabado sea Dios, acaso no tenemos todos que morirnos.»

«Morirse no es lo único.» dijo Roskus.

«Sé lo que estás pensando.» dijo Dilsey. «Y pronunciar ese nombre sí que no te va a dar buena suerte, a no ser que quieras estarte con él cuando se ponga a llorar.»

«Aquí no hay buena suerte.» dijo Roskus. «Me di cuenta enseguida pero cuando lo cambiaron de nombre lo di por seguro.»

«Cierra esa boca.» dijo Dilsey. Tiró de las sábanas. Olían como T.P. «Ahora callaos todos hasta que se quede dormido.»

«Yo he visto una señal.» dijo Roskus.

«Como no sea señal de que T.P. te va a hacer todo el trabajo.» dijo Dilsey. Llévate a él y a Quentin a la casa y ponlos a jugar con Luster cerca de Frony, T.P., y vete a ayudar a tu papá.

Acabamos de comer. T.P. levantó a Quentin y bajamos a casa de T.P. Luster estaba jugando en el suelo. T.P. bajó a Quentin y ella también se puso a jugar en el suelo. Luster tenía unos carretes y él y Quentin se pelearon y Quentin se quedó con los carretes. Luster lloró y vino Frony y dio a Luster una lata para que jugase y luego yo tenía los carretes y Quentin se peleó conmigo y yo lloré.

«Cállese.» dijo Frony. «No le da vergüenza. Quitar los juguetes a una niña.» Cogió los carretes y se los devolvió a Quentin.

«Cállese.» dijo Frony. «Le digo que se calle.»

«Cállese.» dijo Frony. «Lo que necesita son unos azotes, eso es.» Cogió en brazos a Luster y a Quentin. «Vamos.» dijo. Fuimos al establo. T.P. estaba ordeñando la vaca. Roskus estaba sentado sobre la caja.

«Qué le pasa ahora.» dijo Roskus.

«Tenéis que quedároslo aquí.» dijo Frony. «Otra vez se ha peleado con los niños. Les quita los juguetes. Quédese aquí con T.P. y a ver si se calla un poco.»

«Y limpia bien esa ubre.» dijo Roskus. «A esa ternera la dejaste seca con tanto ordeñarla el invierno pasado. Como seques a ésta nos quedaremos sin leche.»

Dilsey estaba cantando.

«Por allí no.» dijo T.P. «Es que no sabe que mi abuelita dice que no puede ir allí.»

Estaban cantando.

«Vamos.» dijo T.P. «Vamos a jugar con Quentin y Luster. Vamos.»

Quentin y Luster estaban jugando en el suelo delante de la casa de T.P. En la casa había un fuego que subía y bajaba y Roskus estaba sentado delante.

«Ya son tres, Dios nos proteja.» dijo Roskus. «Te lo dije hace dos años. Esta casa trae mala suerte.»

«Y entonces por qué no te vas.» dijo Dilsey. Me estaba desnudando. «Con tanto hablar de mala suerte le metiste a Versh la idea de Memphis. Deberías estar satisfecho.»

«Si ésa es toda la mala suerte de Versh.» dijo Roskus.

Frony entró.

«Ya habéis acabado.» dijo Dilsey.

«T.P. está acabando.» dijo Frony. «La señorita Caroline quiere que acueste usted a Quentin.»

«Voy todo lo deprisa que puedo.» dijo Dilsey. «Ya debería saber que no tengo alas.»

«A eso iba yo.» dijo Roskus. «No puede haber buena suerte en una casa donde nunca se pronuncia el nombre de uno de los hijos.»

«Cállate.» dijo Dilsey. «Es que quieres que empiece.»

«Criar a una niña sin que sepa el nombre de su propia madre.» dijo Roskus.

«No te rompas la cabeza preocupándote por ella.» dijo Dilsey. «Yo he criado a todos ellos y creo que puedo criar uno más. Y ahora cállate. A ver si quiere dormirse.»

«Por decir un nombre.» dijo Frony. «Si él ni sabe cómo se llama nadie.»

«Pues dilo y ya verás si lo sabe.» dijo Dilsey. «Díselo cuando esté dormido y seguro que te oye.»

«Sabe muchas más cosas de lo que se cree la gente.» dijo Roskus. «Sabía que les estaba llegando su hora, igual que ese pointer. Si él pudiese hablar te diría cuándo le va a tocar. O a ti. O a mí.»

«Saque a Luster de la cama, mamá.» dijo Frony. «Ese chico le va a embrujar.»

«Calla esa boca.» dijo Dilsey. «Es que no se te ocurre nada mejor. Qué falta te hará oír a Roskus. Adentro, Benjy.»

Dilsey me empujó y me metí en la cama, donde ya estaba Luster. Estaba dormido. Dilsey cogió un trozo largo de madera y lo puso entre Luster y yo. «No se mueva de su sitio.» dijo Dilsey. «Luster es pequeño y no querrá hacerle daño.»

Todavía no puede ir, dijo T.P. Espere.

Nos asomamos a la esquina de la casa y vimos cómo se iban los coches.

«Ahora.» dijo T.P. Cogió en brazos a Quentin y salimos corriendo hasta la esquina de la cerca y los vimos pasar. «Ahí va.» dijo T.P. «Ven el del cristal. Mírenlo. Está tumbado ahí dentro. Lo ven.»

Vamos, dijo Luster, voy a llevarme esta pelota a mi casa para que no se me pierda. No señor, no es para usted. Si esos hombres se la ven, dirán que la ha robado. Cállese. No es para usted. Para qué demonios la quiere. No sabe jugar a la pelota.

Frony y T.P. estaban jugando en el suelo junto a la puerta. T.P. tenía un frasco con luciérnagas.

«Por qué habéis vuelto a salir.» dijo Frony.

«Tenemos visita.» dijo Caddy. «Padre dijo que esta noche me obedecierais a mí. Supongo que T.P y tú también tendréis que obedecerme.»

«Yo no voy a obedecerte.» dijo Jason. «Frony y T.P tampoco tienen que hacerlo.»

«Lo harán si lo digo yo.» dijo Caddy. «A lo mejor no lo digo.»

«T.P. no hace caso a nadie.» dijo Frony. «Ha empezado ya el velatorio.»

«Qué es un velatorio.» dijo Jason.

«Es que mamá no te ha dicho que no se lo dijeras.» dijo Versh.

«Donde uno va a llorar.» dijo Frony. «En el de la Hermana Beulah Clay estuvieron llorando dos días.»

En casa de Dilsey estaban llorando. Dilsey lloraba. Cuando Dilsey lloraba, Luster dijo, Cállense, y nos callamos y entonces yo empecé a llorar y Blue aulló debajo de las escaleras de la cocina. Entonces Dilsey se calló y nosotros nos callamos.

«Ah.» dijo Caddy. «Eso es de negros. Los blancos no tienen velatorios.»

«Mamá dijo que no se lo dijéramos, Frony.» dijo Versh.

«Que no nos dijerais qué.» dijo Caddy.

Dilsey lloraba y cuando aquello llegó hasta la casa yo empecé a llorar y Blue aulló debajo de las escaleras. Luster, dijo Frony desde la ventana, Bájalos al establo. No puedo guisar con tanto barullo. Y también al perro. Sácalos de aquí.

No pienso bajar, dijo Luster. A lo mejor me encuentro allí a mi papá. Anoche lo vi agitando los brazos en el establo.

«Me gustaría saber por qué.» dijo Frony. «Los blancos también se mueren. Su abuelita está tan muerta como lo estaría un negro, digo yo.»

«Se mueren los perros.» dijo Caddy. «Y Nancy cuando se cayó a la zanja y le dio un tiro Roskus y vinieron los buitres y la desnudaron.»

Los huesos salían redondos de la zanja; donde estaban las zarzas oscuras dentro de la zanja negra, hacia la luz de la luna, como si algunas figuras se hubiesen parado. Entonces se pararon todas y estaba oscuro y cuando yo me paré para volver a empezar oí a Madre y unos pies que caminaban muy deprisa y lo olí. Entonces vino la habitación pero se me cerraron los ojos. No me paré. Yo lo olía. T.P. me aflojó las ropas de la cama.

«Cállese.» dijo. «Shhhhhh.»

Pero yo lo olía. T.P. me levantó y me puso la ropa muy deprisa.

«Cállese, Benjy.» dijo. «Nos vamos a nuestra casa. Verdad que quiere ir a nuestra casa, con Frony. Cállese. Shhh.»

Me ató los zapatos y me puso la gorra y salimos. Había una luz en el vestíbulo. Al otro lado del vestíbulo oíamos a Madre.

«Shhhhh, Benjy.» dijo T.P. «Enseguida salimos.»

Se abrió una puerta y yo lo olía más que nunca y salió una cabeza. No era Padre. Padre estaba enfermo allí dentro.

«Es que no puedes sacarlo de la casa.»

«Eso vamos a hacer.» dijo T.P. Dilsey subió por las escaleras.

«Cállese.» dijo. «Cállese. Bájale a la casa, T.P. Frony le está preparando una cama. Cuidad todos de él. Cállese, Benjy. Vaya con T.P.»

Ella se fue hacia donde oíamos a Madre.

«Que se quede allí.» No era Padre. Cerró la puerta, pero yo todavía lo olía.

Bajamos por las escaleras. Las escaleras bajaban hasta la oscuridad y T.P. me cogió de la mano y salimos por la puerta, fuera de la oscuridad. Dan estaba sentado en el patio trasero aullando.

«Lo ha olido.» dijo T.P. «También usted se enteró así.»

Bajamos por las escaleras, hacia donde estaban nuestras sombras.

«Se me ha olvidado su abrigo.» dijo T.P. «Tendría que ponérselo. Pero no voy a volver.»

Dan aulló.

«Cállese ahora.» dijo T.P. Nuestras sombras se movieron, pero la sombra de Dan no se movía excepto cuando se ponía a aullar.

«No puedo llevarlo a la casa si berrea de esta manera.» dijo T.P. «Antes de ponérsele esa voz de sapo ya berreaba lo suyo. Vamos.»

Fuimos andando por el sendero de ladrillos, con nuestras sombras. La pocilga olía como los cerdos. La vaca estaba en el cercado mirándonos mientras rumiaba. Dan aulló.

«Va a despertar a todo el pueblo.» dijo T.P. «Es que no se va a callar usted nunca.»

Vimos a Fancy comiendo junto al arroyo. La luna brillaba sobre el agua cuando llegamos allí.

«No, señor.» dijo T.P. «Estamos demasiado cerca. No podemos pararnos aquí. Vamos. Pero, fíjese. Se ha mojado toda la pierna. Vamos, venga.» Dan aulló.

La zanja salió de la hierba susurrante. Los huesos salían redondos de las zarzas negras.