El Dalai Lama sobresale en el terreno ético y moral de un mundo globalizado e interdependiente porque en todo lo que hace, representa y encarna reconcilia contradicciones aparentes con una facilidad asombrosa. En su lucha por los derechos humanos del pueblo tibetano y la preservación de su cultura, Su Santidad no busca la independencia política —ni siquiera como tema a negociar— sino una autonomía verdadera y un compromiso para trabajar conjuntamente con el «gran pueblo chino». Es un líder religioso, considerado por muchos como una encarnación del Buda, que, sin embargo, se deleita describiendo sus flaquezas y aconseja prudencia a quienes abandonan su fe, incluso cuando lo hacen para convertirse a la fe de Su Santidad. Activista apasionado del movimiento interreligioso, también es un doctor en metafísica que aboga enérgicamente por el diálogo con la ciencia y trabaja con denuedo para aprender de ella.
El Dalai Lama deberá finalmente tener éxito en sus muchos esfuerzos si queremos creer en el triunfo definitivo de todo lo que él encarna: todo lo que es bueno, verdadero y justo.
La palabra impresa jamás podrá reemplazar la experiencia de escuchar al Dalai Lama en los muchos niveles en que se comunica y el impacto que sus palabras pueden tener en nuestra comprensión, el cual va más allá del significado formal que aparece en los diccionarios. Así ocurre incluso cuando habla en lo que él describe como su «mal inglés», volviéndose a menudo hacia su intérprete oficial o su secretario personal para que le confirmen que está empleando la palabra justa. Cuando se comunica en tibetano y explica una idea compleja que requiere traducción, no acepta pasivamente la traducción que se ofrece y muchas veces interviene para proponer una expresión más precisa.
Posee la rara habilidad de conversar y responder a las preguntas de acuerdo con el nivel de comprensión de su interlocutor. Cuando no es capaz de contestar de esa manera o cuando cree sinceramente que no tiene la respuesta, no duda en contestar sencillamente: «No lo sé».
Únicamente estando en su presencia es posible hacerse una idea de su profunda humanidad, su risa grave y sonora, su alegría contagiosa y su delicado sentido del humor… del flujo constante de su energía serena, tranquilizadora y cálida que ninguna transcripción es capaz de reproducir.
El Dalai Lama escucha y habla con toda clase de personas. Muchas esperan pacientemente durante horas, semanas e incluso años, para tener unos momentos con él. Aborda cada conversación con paciencia, concentración y un gran respeto por la otra persona. Ya sean grupos recién llegados del Tíbet, que a menudo arriesgan la vida para llegar a Dharamsala simplemente para poder verlo, o personas corrientes con las que tropieza en vestíbulos de hoteles, ascensores, aceras y aviones cuando viaja por el mundo, ya sean políticos veteranos o periodistas con experiencia, monjes novicios o aprendices nerviosos, científicos o filósofos, ateos u hombres y mujeres profundamente religiosos, mendigos sin techo o magnates con grandes mansiones, para el Dalai Lama todos son seres humanos que, sin excepción, desean ser felices y evitar el sufrimiento.
Este libro de conversaciones con Su Santidad es un reflejo de sus ideas y reflexiones registradas y documentadas a lo largo de más de veinticinco años. He gozado de la bendición y el privilegio de ser su estudiante durante lo que se me antoja un breve instante dentro de la eternidad atemporal que siento que hace que le conozco. Aunque casi todas nuestras conversaciones fueron mano a mano, también las hubo con grupos más amplios y algunas fueron grabadas para mi programa televisivo In Conversation de Doordarshan, el organismo público de televisión de la India.
Nuestras primeras conversaciones fueron, en su mayoría, viajes íntimos con Su Santidad en sus dependencias privadas o en la sala de audiencias de MacLeod Ganj, la India, donde el gobierno tibetano en el exilio tiene su sede. Al principio yo anotaba nuestras charlas una vez que regresaba a mi habitación, después de que la emoción por ese rato pasado con él se apaciguaba y la intensidad de los momentos vividos amenazaba con desvanecerse.
Temeroso de que la memoria me fallara, sentía la necesidad de registrar cada palabra, cada momento. Mi única motivación era aprender y comprender. Con los años, cuando pude acceder más fácilmente a la tecnología, solía usar una grabadora siempre que las sesiones con Su Santidad eran formales o incluían a otras personas.
En ninguna de mis conversaciones con Su Santidad he representado o pretendido ofrecer una imagen periodística objetiva. El Dalai Lama ha sido mi «gurú» y yo su indigno «chela», por utilizar el término sánscrito tradicional. Si empleo estas palabras es para reconocer, especialmente en el marco de este libro, la intensidad de mi compromiso personal con nuestra relación y loar la generosidad de espíritu con que Su Santidad me ha tratado en tantas ocasiones al ofrecerme su tiempo, enseñanzas y sabiduría.
Sé que el Dalai Lama no aprobaría mi actitud poco crítica, pero sí mi decisión de reconocerla ante mí y ante los demás. Siguiendo la antigua tradición del Buda, el Dalai Lama siempre nos anima a no aceptar ninguna filosofía o maestro basándonos meramente en una fe y entrega ciegas e incondicionales. Aunque en el terreno espiritual puedan resultar cualidades útiles, debemos yuxtaponerlas a la razón y la lógica. Su Santidad nos pide que lo veamos a él, como a todas las demás cosas, con ese espíritu. Y pediría, como pido yo, que ese mismo espíritu se aplique a este libro.
Normalmente, en las «audiencias» personales estamos solos él y yo, lo que hace que nuestras conversaciones sean más intensas e íntimas. Empleo deliberadamente la palabra conversación porque Su Santidad muestra siempre un profundo interés por la persona a la que se dirige, en realidad por la vida y las dificultades cotidianas de todos los seres. El hecho de que encontrara tiempo y sintiera curiosidad para escuchar mis absurdas banalidades y responder a mis preguntas es una muestra de su extraordinaria empatía, paciencia y compasión. Me apresuro a tranquilizar al lector asegurándole que he hecho lo posible por eliminarme del texto. También me he tomado la libertad de reorganizar el material para tratar de dar al flujo de ideas una mayor coherencia y estructura que la que mi incoherente cerebro era capaz de aplicar durante el desarrollo real de las conversaciones.
La espontaneidad del Dalai Lama se refleja en su manera de hablar. Cuando habla, se inspira en los conocimientos, reflexiones y experiencias personales que ha ido acumulando a lo largo de su vida. En lugar de preocuparse por construir frases bellas, centra toda su atención en comunicarse de una forma clara e íntegra. Raras veces recurre a expresiones o frases aprendidas, ni siquiera cuando responde a preguntas que ya le han planteado miles de veces. Cada frase es un nuevo descubrimiento personal para él, un gesto de respeto hacia el oyente.
Su Santidad raras veces escribe en inglés. Los libros y artículos de los que es autor son, en la mayoría de los casos, traducciones de sus enseñanzas orales o material dictado en tibetano. Su inglés hablado necesita, inevitablemente, importantes correcciones a la hora de trasladarlo al papel. Debido a las muchas personas que lo hacen —y eso incluye a diferentes intérpretes simultáneos—, no se ha elaborado, o quizá no es posible elaborar, un estilo o un vocabulario unificado.
Eso, inevitablemente, conduce a incoherencias que pueden desconcertar al lector, sobre todo si aparecen dentro de un mismo libro. He procurado mitigar este problema, si bien no lo he conseguido del todo. Me he resistido a retocar en exceso aquellos pasajes, en especial los que hablan del dharma, que fueron traducidos por los intérpretes de Su Santidad. Yo soy, por descontado, el único responsable de los errores que quedan.
Mientras preparo el texto final para su publicación, el Dalai Lama ha cumplido setenta y tres años y se acerca a su medio siglo de exilio. Aunque para él fue un día más, pidió a la comunidad tibetana y a los muchos de nosotros que cada día lo ensalzan que nos concentráramos en ser mejores personas, en desarrollar la compasión y el altruismo sinceros y en trabajar para atenuar nuestro sentido del «yo» a fin de poder servir mejor a los demás. Ese, dijo, sería el mejor regalo de cumpleaños que podríamos hacerle.
El futuro del Tíbet se presenta desalentador. Los enviados especiales de Su Santidad acaban de regresar de su séptima ronda de improductivas conversaciones con los chinos. Tras el imparable triunfo del poder militar y económico de China, los idus de marzo de 2008 —después de largos años de desesperanza—generaron tanto alegría como desesperación. Las generalizadas protestas de los tibetanos en China pese al dominio orwelliano de su gobierno, y las manifestaciones contra la antorcha olímpica cuando viajaba por el mundo libre, nos recuerdan que la causa tibetana sigue viva. Está implorando a nuestra conciencia colectiva que haga frente a la obstinación y la intimidación chinas.
Por irónico que parezca, hizo falta que las televisiones de todo el planeta mostraran imágenes de violencia para recordarnos el singular poder de un monje budista pacifista. El Dalai Lama ha mantenido viva la causa de su pueblo viviendo en el exilio como huésped de un gobierno extranjero. Y lo ha hecho con un profundo compromiso con la no violencia que tiene su origen en una tradición tan engañosamente simple como el propio hombre.
Inspirándose en Mahatma Gandhi, para quien los medios eran más importantes que los fines, el Dalai Lama cree que la motivación que hay tras nuestras acciones (incluida la violencia) es lo más importante. Sostiene que: «La violencia es, en esencia, mala. Pero en circunstancias excepcionales, si la motivación es altruista y no hay otra opción, se puede, conscientemente y aceptando las consecuencias kármicas personales, cometer un acto violento».
El Dalai Lama reza para que «el velo de ignorancia» de los chinos se descorra y nos insta a todos —en especial a los tibetanos víctimas de la opresión china—a hacer lo mismo. Ha decepcionado a decenas de miles de tibetanos, sobre todo a las generaciones más jóvenes, con su negativa a apoyar las protestas violentas contra China dentro del Tíbet (pese a entender su «frustración») y a aprobar un boicot contra los Juegos Olímpicos de 2008, juegos que, en su opinión, el pueblo chino tenía derecho a celebrar.
Un «buda viviente», Su Santidad respondió con lágrimas y un profundo pesar cuando, sentado con el primer ministro de su gobierno electo en el exilio, le llegaron los primeros rumores de un reavivamiento de la violencia en el Tíbet. Nos asegura, sin embargo, que gracias a sus años de práctica y formación budistas, es capaz de distanciarse lo bastante de los acontecimientos actuales para poder dormir bien por las noches.
Ahora habla con más frecuencia de su inminente jubilación, del tema de la sucesión, de su compromiso con la búsqueda de su renacimiento en la forma, manera o lugar que le brinde la mejor oportunidad para servir a la humanidad. Como monje budista, como bodhisattva, esta búsqueda es su máxima aspiración. Habrá otro Dalai Lama si la situación lo requiere. La institución en sí misma no es importante. Lo verdaderamente importante es el futuro del pueblo tibetano y la conservación de su cultura ancestral, criada entre las técnicas más sofisticadas para el adiestramiento de la mente y la búsqueda de la verdadera felicidad. Tales técnicas pertenecen a toda la humanidad.
Cuado entrego el libro a los editores, me recuerdo que los verdaderos maestros son aquellos que tienen el coraje de ser inmensamente humanos, reconocer sus luchas y flaquezas y combatirlas constantemente para poder descorrer su propio velo de ignorancia mientras animan a otros a hacer lo mismo. El Dalai Lama posee la humildad y la confianza necesarias para encarnar y reconocer esto. Estas conversaciones nos convencen de que su viaje y sus logros todavía pueden ser los nuestros.
Las siguientes conversaciones tuvieron lugar durante un período de más de veinticinco años, entre 1982 y 2008.
Nota del editor: En los diálogos que vienen a continuación, las preguntas planteadas aparecen en cursiva, y SS: precede a las respuestas de Su Santidad el Dalai Lama.
Su Santidad, ¿qué importancia tiene la religión en el mundo moderno? ¿Realmente la necesitamos?
SS: La influencia religiosa se produce, principalmente, a nivel individual. Independientemente de la fe o la filosofía que profese una persona, en su interior tiene lugar una transformación. Eso, en cierto modo, debería darnos esperanza. Materialmente hablando, muchos seres humanos han perdido la esperanza. Sin embargo, a un nivel más profundo, la fe mantiene viva la esperanza. Hoy día, la esperanza es un factor determinante de la religión. Una vez se pierde la esperanza, el individuo enloquece, comete actos violentos, participa en conductas destructivas o, en última instancia, se suicida.
La sociedad está formada por individuos. Debido a los individuos que pierden la esperanza y adoptan comportamientos nocivos, cada vez hay más locura en la sociedad actual. Si tales individuos aumentan en número, toda la sociedad sufrirá. Si comprendemos y utilizamos adecuadamente las tradiciones religiosas, los individuos se beneficiarán y, por consiguiente, también el conjunto de la sociedad.
Por desgracia, hoy día las religiones ponen demasiado énfasis en las ceremonias y rituales. Eso resulta a veces desfasado y a menudo limitador. Lo que necesitamos ahora es descubrir la esencia de lo que es importante en nuestra vida y conectarla con mensajes, ideas o consejos religiosos.
Creo que un aspecto importante de la religión es ser «temeroso de Dios». Aunque el individuo cree que posee cierto poder y facultades personales, la fe en Dios garantiza que haya cierta disciplina. Actualmente, muchos países se enfrentan a una crisis moral y un aumento de su delincuencia. Los poderes disciplinarios de la sociedad aplican métodos convencionales para controlar la delincuencia, pero los individuos que realizan actos delictivos utilizan métodos cada vez más sofisticados. Así pues, sin autodisciplina, sin un cierto reconocimiento del espíritu que reside en cada uno de nosotros y un cierto sentido de la responsabilidad individual, será muy difícil ejercer el control. Por tanto, el papel de las diferentes tradiciones religiosas es importante y eficaz.
¿Cuál diría que es el mensaje fundamental de la religión?
SS: Creo que las principales religiones del mundo nos enseñan a ser más compasivos. Todas las religiones transmiten el mensaje de amor, compasión y perdón. Y el perdón implica tolerancia y comprender el valor de los derechos y las opiniones de los demás. Esa es la base de la armonía.
A un nivel más profundo, las tradiciones religiosas pueden transformar nuestra visión de las cosas. La religión nos enseña algunas cosas básicas, pero también nos transmite fuerzas, influencias y sentidos más profundos que amplían nuestra percepción de la vida. Por ejemplo, si un individuo tiene que enfrentarse a un sufrimiento o dolor, una interpretación religiosa dará un sentido más profundo al suceso y le ayudará a reducir la tensión mental, angustia y dolor que ha de soportar.
Por ejemplo, los budistas creen en la ley kármica, la ley de la causalidad, de manera que saben que todo lo que sucede en sus vidas es la consecuencia de alguna acción pasada o karma. Saben que, a la larga, deberán asumir la responsabilidad de tales acciones. Eso ayuda a reducir la angustia y la frustración mental.
Aunque todas las religiones tienen el mismo objetivo, tienden a diferir en cuanto a ideas y prioridades. Como alguien que defiende activamente el diálogo interreligioso, ¿cómo explicaría los puntos en común que permiten la armonía entre las distintas religiones?
SS: Aunque todas las religiones del mundo llevan el mensaje de amor y compasión, no sería correcto afirmar que todas tienen el mismo objetivo o las mismas creencias. Existen diferencias importantes. Por ejemplo, algunas religiones creen en un Creador y otras no; eso constituye una diferencia fundamental.
Existen diferencias fundamentales entre los distintos enfoques filosóficos de las religiones del mundo. ¿Por qué han evolucionado todas estas filosofías diversas? Creo que la diversidad de enfoques sirve a un buen propósito. Dentro de la humanidad existen muchas disposiciones mentales diferentes, y una sola filosofía, una sola fe, no puede satisfacerlas todas. Así pues, los grandes maestros antiguos tenían que ofrecer filosofías y tradiciones diferentes.
Por ejemplo, a unos les gusta la comida picante y a otros no. La espiritualidad es alimento para la mente, y es muy necesario que haya diferentes religiones para diferentes disposiciones mentales. Para algunos, la filosofía de que la persona no es nada y el Creador es lo más importante es la adecuada. Si todo está en manos del Creador, no deberíamos hacer nada que vaya en contra de los deseos del Creador. La gente que actúa de acuerdo con esa filosofía, obtiene satisfacción mental y estabilidad moral. Hay otros cuyo enfoque filosófico se basa en la lógica. Eso les da cierta independencia o poder. Si se les explica que no todo está en manos del Creador Todopoderoso, sino en sus propias manos, la cosa cambia mucho.
Independientemente de la filosofía, lo más importante es tener una mente domada y disciplinada y un corazón afectuoso. Resulta lamentable que hoy día se produzcan tantos conflictos, divisiones y derramamientos de sangre en nombre de la religión.
Cuando vivía en el Tíbet no teníamos contacto con otras tradiciones religiosas. En aquel entonces mis ideas eran diferentes. Hoy, como resultado de las muchas oportunidades que he tenido de conocer a gente de diferentes tradiciones religiosas, estoy convencido de que todas poseen el mismo potencial de crear seres humanos bondadosos. Abrí los ojos después de hablar con personas tan extraordinarias como los fallecidos Thomas Merton y la madre Teresa, además de otras muchas. Con ellas llegué a intercambiar profundas experiencias espirituales, y comprendí lo importante que es que nos unamos y colaboremos estrechamente unos con otros.
Como premio Nobel cuya contribución al laicismo es especialmente elogiada, ¿cuál es su mensaje sobre el pluralismo religioso?
SS: En la India hay muchas tradiciones filosóficas diferentes, incluidas tradiciones de otras culturas. La India es como un supermercado de tradiciones religiosas, y creo que esa es una de las cosas bellas de este país. Gracias a eso, la ahimsa religiosa [el principio de abstenerse de hacer daño a ningún ser vivo] se ha convertido en parte de la tradición india. A este respecto, India constituye un ejemplo para el mundo. La gente puede convivir como hermanos y hermanas pese a practicar religiones muy diferentes.
Así es como el mundo se está volviendo más pequeño y, por tanto, más interdependiente. En el pasado, las naciones y los continentes permanecían relativamente aislados. La idea de una verdad única, una religión única, tenía sentido. Pero hoy la situación es otra. El pluralismo religioso es necesario y pertinente en el mundo actual.
Como budista, para mí es importante creer que el budismo es la verdadera religión. De igual modo, para un cristiano es importante creer que el cristianismo es la verdadera religión. Así pues, ¿cómo reconciliamos esta contradicción de que conviene que haya diferentes verdades y tradiciones?
En realidad, tal contradicción no existe. Para el individuo, el concepto de una única verdad, una única religión, es muy importante. Sin embargo, desde el punto de vista de la sociedad y las masas, el concepto de varias verdades, varias tradiciones, es relevante. Yo soy budista y creo que el budismo es lo mejor. Eso no significa que mis hermanos —sean hindúes, cristianos, musulmanes o judíos— practiquen una religión menos válida. Todos participamos de una religión que es adecuada para nosotros.
Hoy día gozamos de la oportunidad de tener un contacto más estrecho con otras tradiciones, lo cual nos ayuda a desarrollar la idea de pluralismo y apreciar los valores y la santidad de otras costumbres. Yo aprendo muchas cosas buenas de otras tradiciones. Asimismo, tengo amigos interesados en aprender cosas de la tradición budista. Es una forma saludable de enriquecer nuestra propia tradición y fomentar la admiración y el respeto mutuos. Creo que es una base sólida para la armonía religiosa.
¿Cómo ve el budismo que un individuo se convierta a otra fe? Hoy día, sobre todo en Occidente, hay mucha gente de otros credos que muestra interés por el budismo. ¿Qué consejo le daría?
SS: La conversión impuesta, fruto de la coacción, está mal. La conversión voluntaria, cuando el individuo elige de acuerdo con su disposición mental, me parece más conveniente. No obstante, a veces un cambio de religión puede generar desconcierto y confusión, por lo que quizá sea más seguro y saludable que la gente se implique en sus propias tradiciones culturales.
Mi consejo a la gente que desea convertirse es que, si desea seguir una fe, es preferible que siga su propia religión o valores tradicionales. Algunos occidentales que cambian de religión de forma súbita, sin la debida reflexión, experimentan confusión. Si encuentras el pensamiento o enfoque budista más lógico y efectivo, medita sobre él detenidamente. El tiempo dedicado a pensar y analizar será un tiempo bien invertido. Finalmente, si crees de verdad que se ajusta más a tu forma de pensar, adelante. Todo el mundo tiene derecho a abrazar una nueva religión.
Cuando alguien cambia de religión, tiende a mostrarse crítico con su religión original a fin de justificar su decisión. Eso es un error y debe evitarse. Quizá el budismo sea más adecuado para muchos, pero eso no significa que millones de otras personas no tengan valores. Esos millones se benefician de su propia religión.
Algunos practicantes budistas tienen expectativas demasiado altas, probablemente porque hay maestros que dicen que se puede alcanzar la budeidad en tres años. Esa enseñanza es pura propaganda; salvo en casos excepcionales, es imposible alcanzar la máxima comprensión espiritual en tan poco tiempo. Es un error tener demasiadas expectativas al principio. Cuando pienso en los incontables eones que me han dado mi fuerza interior, cien años de vida no son nada.
Algunos practicantes se aferran a una práctica concreta sin comprender el sistema budista en su conjunto. No es posible conseguir la transformación de la mente a través de un único esfuerzo o una única práctica. Nuestra mente es muy débil y muy fuerte, además de muy sofisticada. Cuando pones el énfasis en aprender, puedes desarrollar orgullo. Si pones menos énfasis en el orgullo, puedes perder la confianza en ti mismo. Cuando desarrollas más confianza en ti mismo, también desarrollas orgullo.
La mente es muy sofisticada, de modo que el antídoto contra la misma también debería serlo. Medita sobre la impermanencia, medita sobre los eones, medita sobre la naturaleza del Buda, sobre la realidad última de la vacuidad, y medita sobre el potencial de la mente. Medita desde diferentes ángulos y adopta diferentes métodos para diferentes situaciones. Así moldeamos o transformamos nuestra mente. Lleva su tiempo, de ahí que sea tan importante conocer la estructura básica de la práctica budista. Ese es mi consejo o sugerencia.
¿Cómo podemos discernir qué práctica es la mejor? Por ejemplo, las prácticas budistas dependen mucho de la lógica, el razonamiento y la mente. Sin embargo, cuando se producen experiencias extraordinarias, puede que la persona se halle ante una contradicción y quiera tacharlas de ilógicas.
SS: Creo que, al principio, deberías simplemente reflexionar sobre los diferentes razonamientos o métodos que te parezcan más efectivos. Es la única manera de poder juzgar. Más tarde, en una fase superior, creo que podrías investigar diferentes vías a través de los sueños o de diferentes tipos de experiencias inusuales.
Según una explicación del tantra, podemos inducir unas experiencias a través de los niveles burdos de la mente y otras a través de la mente sutil. Cuando soñamos, nuestra conciencia se halla en un nivel más sutil que cuando estamos despiertos. Eso nos brinda la oportunidad de intuir experiencias que no son posibles durante el estado de vigilia, cuando la mente está funcionando en niveles más burdos. Gracias a eso, mientras soñamos podemos llevar a cabo ciertas investigaciones. Por tanto, también podemos decir que hay cosas que solo podemos comprender a través de experiencias inusuales o experiencias oníricas.
Como ya he dicho, todas las grandes religiones tienen un mismo objetivo: crear seres humanos bondadosos. A ese respecto son todas iguales. Más allá de eso, pueden darse diferencias incluso dentro de una misma tradición espiritual. Un grupo —por ejemplo, los cristianos— cree que los seres humanos, cuando mueren, van al cielo, mientras que el budismo, el jainismo y algunas tradiciones indias ancestrales aceptan el nirvana o moksha. Dentro del budismo, existen diferentes definiciones e interpretaciones del moksha.
El punto relevante es que entre los sistemas que aceptan la existencia del nirvana o moksha, existen diferencias. Incluso entre los budistas hay diferencias a la hora de exponer qué se entiende por nirvana. Los budistas describimos el nirvana como la cesación real de todas las ilusiones, como una mente libre de ilusiones. Pero si nos preguntaran si existen otros sistemas por los que es posible alcanzar ese estado, la respuesta tendría que ser no. De igual modo, si nos preguntaran si existe una práctica budista por la que es posible alcanzar el cielo —como hacen los cristianos— una vez más la respuesta tendría que ser no.
Para alcanzar el nirvana según lo explica el budismo es preciso practicar todo un sistema de métodos. Hay mucha gente que no está interesada en practicar ese camino. Hay mucha gente a quien la fe le atrae más que la razón.
¿Sería correcto decir que para quienes se sienten atraídos por la investigación y el razonamiento lógico, el budismo es el camino ideal, completo?
SS: Yo diría que sí. Sin embargo, tu pregunta da a entender que la enseñanza budista presenta el camino de una forma exclusivamente lógica, pero si nos paramos a analizarlo, no es del todo así.
Existen diferentes niveles de experiencia y percepción directas de la verdad fundamental y la verdad relativa que se pueden alcanzar mediante la práctica intensa de la meditación y el yoga. Durante las primeras fases podemos comprender tales experiencias empleando la lógica y el razonamiento, pero no podemos experimentarlas directamente. Son muy pocas las personas que han tenido una percepción directa, matizada y profunda de los diferentes niveles de verdad.
Existen tres tipos de fenómenos: unos son obvios, otros están ligeramente ocultos y otros están completamente ocultos. Por ejemplo, si preguntamos cómo ha llegado a existir este libro, la explicación habitual es que es el producto de unas causas y condiciones. Si preguntamos por qué ha llegado a existir a través de esas causas y condiciones y de qué modo todas esas causas y condiciones lo integran, y así sucesivamente, llegaremos a un punto en que tendremos que decir que fue posible por el karma de la persona que tiene contacto con ese libro. Si indagamos aún más para explicar la existencia del libro, es posible que tengamos que remontarnos nada menos que a la teoría del big bang, el comienzo del universo.
La continuidad de la materia, incluso de la materia simple, es así; se remonta a la etapa previa, luego a la etapa anterior a esta, hasta el principio de todo el cosmos. La siguiente pregunta sería: ¿cuál es la razón para crear tales cosas? La respuesta es o Dios u otra cosa. Si la respuesta es el Dios Creador, podría resolver un problema pero generar otros, generar más preguntas.
No hay principio; esto es infinito debido a los seres sensibles, a la continuidad de la conciencia. Esta es la explicación budista. Puede que no responda a todas las preguntas, pero responde algunas. Esta teoría ofrece algunas respuestas satisfactorias a las que podemos llegar a través del razonamiento.
Por ejemplo, hay ciertos factores que no pueden demostrarse y tenemos que confiar en las afirmaciones de una tercera persona. Sabemos que tenemos determinada edad, pero no lo sabemos por experiencia propia, ni podemos demostrarlo mediante el razonamiento. Tenemos que creer a nuestra madre. Confiamos en nuestra madre porque no hay razón para que quiera mentirnos. Cuando finalmente descubrimos que una persona es completamente fiable, aceptamos sus afirmaciones. Lo que se pretende con el razonamiento o la fe es comprender las consecuencias de determinadas acciones que se han acumulado a lo largo de cierto período de tiempo.
Para poder confiar en las percepciones directas de un buda tenemos que estar convencidos de que está exento de ignorancia y ofuscación. Hemos de comprender que no hay razón para que nos mienta y que sus afirmaciones no son incoherentes ni contradictorias. Cuando tales condiciones se cumplen, creemos y tenemos fe en él.