A
l sobrevolar las visiones de Serafín —ese espíritu bienaventurado— se me ocurrió que este libro era un acto de justicia poética. Porque, por más acostumbrados que estemos a pensar en el Indio como un hombre de palabra(s), lo cierto es que siempre ha sido un artista visual. Ya sabemos que dibujó desde que pudo mantenerse erguido. De joven escribía historias que concebía para llevarlas al cine —para convertirlas en imágenes—. Más tarde fue artesano, descubría formas en los materiales más diversos. Y todavía hoy dibuja constantemente, aunque haya evolucionado hacia el lápiz digital. Apuesto a que si pudiese medirse de forma retrospectiva y dar con un resultado en días, meses y años, resultaría que dedicó más tiempo a garabatear figuras que a escribir. Todavía sueña con vaciar la piscina que dejó de usar hace mucho —gris y agrietada, un paisaje salido de un film de Tarkovski— y convertirla en atelier de pintor, un bunker dos metros por debajo del nivel de la tierra. Como si desease pasar el acto de una vez por todas y demostrar en los hechos que eso es lo que ha sido siempre: un artista visual subterráneo. (¿O debería decir, atento a la misión que alude este libro desde su título, un artista visual secreto?)
Después de conversar tanto con él, me convencí de que produce su poesía como pintor antes que como escritor. Cuando pinta, traza o tira algo sobre la superficie blanca y a continuación retrocede, tratando de entender qué insinúa esa forma. Cuando escribe hace lo mismo, sólo que en vez de una pincelada o una mancha usa una frase, que por lo general suele ser el título de la canción. Imagen o letra, el proceso creativo es el mismo: primero el exabrupto, lo incontrolado, aquello sobre lo cual opera el puro (in)genio, y acto seguido la necesidad de construir alrededor algo que esté a la altura de esa visión primigenia.
Por eso no me sorprendió el impulso de Serafín, su decisión de iluminar palabras que creíamos tan familiares. Creo que procedió a partir de una sospecha parecida, convencido como yo de que detrás de lo que el Indio escribe siempre hay imágenes; de que todo lo que canta es para conjurar visiones, para forzarnos a ver algo en lo que antes no habíamos reparado, para socializar el juego —¿cuál sería la gracia de jugar solos?— y que sea nuestro turno de descubrir formas. Puede que muchos no lo hayan advertido aún, pero La vida es una misión secreta no deja alternativa. Pasás páginas y es como si esas canciones tan junadas (melodías que rondan siempre el top de la lista, en nuestro Spotify mental) adquiriesen vida propia, se pusiesen de pie, desplegasen más plumas que un pavo real y nos encandilasen.
LA BELLEZA
ENTRE
LAS RUINAS
Las páginas de este libro prueban que detrás de cada canción del Indio hay (al menos) una historia. A veces su tránsito es más lineal, como se expresa en Pabellón Séptimo, Una rata muerta entre los geranios, La ciudad de los encandilados y Ostende Hotel: lo que Serafín ve allí se aproxima bastante —estoy seguro— a lo que imaginamos cada vez que escuchamos esas canciones. Otras veces el Indio deja más espacio para jugar, porque esa es la forma en la que también entiende la poesía: como sugestión, un juego de sombras sobre el que proyectamos fantasmas; y en esos casos las imágenes de Serafín difieren de lo que seguramente imaginamos al oír la canción, como ocurre en Te estás quedando sin balas de plata, No es Dios todo lo que reluce y Amok! Amok! En algunos casos extrae de la canción una única imagen que lo cifra todo, como el indio norteamericano que inhala El perfume de la tempestad, la batería Gretsch en el fondo de la pileta que menciona Tatuaje y el pibe que, en El tesoro de los inocentes, huye despavorido de las balas policiales con el celular que acaba de robar, ante la blindada indiferencia de sus congéneres, ya vencidos.
Lo que se avecina, creo, es una etapa de la cultura argentina en que se multiplicarán las visiones —las interpretaciones— de los mundos esbozados por el Indio en su poesía. Porque lleva décadas llenándonos la oreja de miel y veneno, y las nuevas generaciones, que se inclinan por lo visual, tenderán aunque no se den cuenta a usar los espejismos poéticos del Indio como alimento de los ideogramas, escenarios y pesadillas que alumbrarán. En el fondo, todos los que intentamos crear un hecho artístico alentamos, entre nuestras motivaciones, la de entender mejor el mundo que nos tocó. Y no hay muchas obras más generosas a la hora de proporcionar herramientas para la comprensión de esta
existencia —de este lugar, de esta hora— que la que el Indio produjo y produce: esa cópula entre el lumpenaje urbano a lo Roberto Arlt y las profecías lisérgicas, paranoicas, de un Philip K. Dick, entre las bambalinas del rock. El soundtrack de un mundo que se desintegra en cámara lenta, donde no sobrevivirán más que criaturas alucinadas y seres que, aun entre las ruinas, seguirán buscando algo parecido a la virtud y la belleza. (Que son la misma canción, sólo que una viene a ser la letra y otra la música.)
Este libro es una suerte de bestiario del siglo XXI, un catálogo de criaturas que la realidad desmiente pero que nuestra alma, que sabe mejor, halla indiscutibles. (La misma obra pictórica del Indio, que algún día saldrá completa a la luz, tolera esa definición.) Así que abran bien los ojos y préstense al trip. El juego es expandir la conciencia con las herramientas de que disponemos, en este caso el arte y la imaginación. Como supo decir el Tío Bill (Burroughs): Aquel que deja de crecer comienza a morir. Y si hay algo que caracteriza a los autores de este libro —la evidencia está en sus manos— es lo ocupados que están en seguir creciendo.
Entre las palabras y las imágenes que vienen a continuación hay elementos para que cada lector/a descifre y atesore, en clave de la misión a completar para consumar la vida que arde en nosotros.
Marcelo Figueras
DIÁLOGO
CON UN ÁNGEL
AMATEUR
−Por todo esto que es
“el implacable Hoy”
debo digitalizarme?
−Por supuesto!
Vuestros cuerpos están obsoletos ya!
Y el futuro respetará
Solo especímenes aptos
para sobrevivir
Justipreciados por contratiempos
muy exigentes
Las pestes no nos darán tregua
y no podemos
andar rompiendo santos de cerámica
todo el tiempo.
−El bello cinismo
Ya no te acompañará
Y mis colegas
los Ángeles Guardianes
...se tornarán miedosos
Yo mismo
que ando hecho un fantasma
estoy trabajando
en el diseño de un rayo mortífero
que nadie más tenga...
−Qué decirte... duchas antisépticas
diarias y obligatorias!
Luces ultramagentas
para poder conducirnos
en la niebla
proveniente de los
Barrios Renegados
Y todas las pantallas
comentando imágenes
que nos muestran
las depredadoras andanzas
y las extrañas lechigadas mutantes
que desarrollaron
durante muchos años
los lobos de Chernóbil
En fin... la muerte de todas las cosas
será un espectáculo emocionante.
Indio
El tesoro de los inocentes
[BINGO FUEL]
LA PIBA DE
. . .
Hospitalaria y cordial
lo hizo más de una vez en el sofá más duro.
La arropa un suéter que hace tiempo ya
le queda muy chico (le queda tan bien!).
Juega acostada sobre el piso frío del solitario local.
Su mami es una Miss del año setenta y seis...
la piba de Blockbuster.
Con tiza un círculo cerré
con él la atrapé y ya no pudo salir.
Silenciosos o muy sonoros
sus besos son suaves bendiciones.
Su dedo me señaló
su lengua el dedo lamió
y me llevó hasta el cielo...
Sé que a veces
me pongo ciego igual...