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ÍNDICE

Introducción

Los comienzos del fútbol y las primeras camisetas en Gran Bretaña

Fútbol y camisetas en la Argentina: los años fundacionales

El nuevo siglo y los clubes criollos

La era Adidas / Gatic

Los años 90 y la apertura globalizadora

Camisetas para el siglo XXI

Selección argentina

Argentinos Juniors

Atlanta

Banfield

Belgrano

Boca Juniors

Chacarita

Colón

Estudiantes

Ferro

Gimnasia

Huracán

Independiente

Lanús

Newell’s

Platense

Quilmes

Racing

River Plate

Rosario Central

San Lorenzo

Talleres

Tigre

Unión

Vélez

Dorsales icónicos

Agradecimientos

Fuentes

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A mi hijo Dante.

E.P.

A Iván, Marina, Elena, Alberto y Mauricio.

D.S.

A mi mujer Ayelén, mi hijo Santi y a mis viejos.

S.R.

A mi mujer Romina, mi hija Julia, mis viejos, hermanos y amigos.

S.C.

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INTRODUCCIÓN

“Están los rojos y están los verdes”, canta Phil Collins en los versos iniciales de “Match of the Day”, una no muy conocida canción de Genesis lanzada en un EP del año 1977. Cuando la sobreabundancia de información y análisis sobre fútbol parece abrumarnos sin alcanzar nunca un punto de saturación, una desapasionada revisión a las cuestiones más básicas podría resultar conveniente. “Cada equipo tiene once jugadores con números en sus espaldas, pero a la distancia todos tienden a verse igual”, prosigue la letra. Pues claro, se trata de eso, no más que un juego. Unos patean para acá, los otros patean para allá, y fuimos nosotros los que de algún extraño modo terminamos obsesionados por el desempeño de los jugadores, los precios de sus pases y sus sueldos, las cláusulas que negocian con dirigentes e intermediarios. Es el partido del día, no hay otra manera de pasar el sábado (o el día que fuere) y la culpa siempre es del árbitro.

Pero la distancia burlona que propone la canción lleva en ese primer verso el germen de su propia destrucción. Más allá de las gastadas metáforas del deporte como recreación de la guerra por medios menos destructivos, lo cierto es que en el fútbol el observador imparcial y objetivo es un ideal imposible. Siempre habrá dos equipos, dos bandos, el rojo y el verde, el de ellos y el nuestro, así: siempre en plural. Porque ningún partido será nunca del todo intrascendente, incluso el picadito de los chicos en la plaza nos va a encontrar de un lado o del otro. Todos podemos tener nuestra propia manera de acercarnos al fútbol —como jugadores, como hinchas, como observadores—, pero las identificaciones con los bandos en pugna son siempre colectivas.

Entonces decimos que en el fútbol siempre hay bandos y surge por consiguiente la necesidad de diferenciarlos. No es este un mal indicador para medir la importancia de un partido cualquiera: ¿qué tan rigurosamente se diferencian los equipos? Si al fútbol 5 semanal con los amigos, ese en el que cada uno juega con lo que se le ocurre, en algún momento se le agregan pecheras de colores, puede que entonces ya estemos frente a algo más que un simple divertimento. Al menos uno de los diez entendió que había allí otra cosa en juego, y los otros estuvieron de acuerdo. Pero claro que las pecheras podrían considerarse como el grado más bajo de la diferenciación en un campo de juego, la expresión más rudimentaria y despojada de compromiso, pese a su efectividad. Debajo de ella sigue estando esa otra prenda individual, la disolución de la propia identidad en la del equipo en la cancha es incompleta. Hay un nivel superior, y ese es el de la camiseta de fútbol.

Por este mismo trance pasaron seguramente los jugadores del fútbol reglamentado y organizado en los colegios, universidades y clubes británicos del siglo XIX. Mediante un largo proceso que comenzó con el paso del juego medieval y primitivo al burgués y sistematizado, de los players con gorros, bufandas u otros distintivos a los jerseys de colores contrastantes como método más eficiente para diferenciar a dos teams, las camisetas de fútbol han llegado a convertirse en preciados objetos con toda una maquinaria industrial, comercial y cultural a su servicio. Esta maquinaria es, sin dudas, subsidiaria de otra principal, que es desde luego el desarrollo del deporte como fenómeno de masas a partir del siglo XX, fenómeno basado a su vez en ciertos

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supuestos, en general heredados del antiguo olimpismo helénico. Tanto los deportes individuales como los practicados por equipos le reservan un lugar de privilegio a aquellos elegidos capaces de llegar más lejos, más rápido y más fuerte, o a quienes más se destaquen por su desempeño individual en equipos que no necesariamente logran las mayores hazañas. También es evidente que en ocasión de los grandes triunfos la gloria deportiva alcanzada por un atleta o un equipo se extiende al conjunto de sus seguidores, todos aquellos que se sientan representados o tengan algún lazo con él.

Pero hay un elemento que distingue claramente al fútbol en su calidad de deporte por equipos más popular del mundo, y es que la simple acumulación de competencias en cualquiera de sus instancias o niveles es condición suficiente para la aparición de una épica a ser narrada. Y esto ha sucedido justamente porque los clubes de fútbol fueron perdiendo progresivamente su carácter de expresiones de grupos reducidos (barriales, profesionales, gremiales, de miembros de una colectividad nacional o religiosa) para pasar a ser, en general, sistemas de identificación más masivos e indeterminados (incluso globalizados), en ocasiones transmitidos por tradición familiar, y en otras por simple elección personal. En este sentido, un resultado deportivo, así sea el más importante de los triunfos, puede vivirse como anecdótico. Una larga sucesión de resultados, sean favorables, mixtos o incluso catastróficos, ya conforman una tradición. De este modo, si el fútbol posibilitó el desarrollo de un mercado global en el que cada temporada se lanzan y venden innumerables camisetas de fútbol a precios ciertamente elevados, fue porque en estos productos serializados vemos una expresión de esa épica, esa tradición y ese sentido de pertenencia que se fueron forjando con el correr de los años y los partidos, incluso si hasta las propias camisetas son símbolos mucho más inestables de lo que se cree: todas ellas sufrieron cambios constantes, reflejaron los vaivenes en la vida institucional

de los clubes, se plegaron a modas y estilos y hasta debieron adaptarse a restricciones de todo tipo y a las innovaciones de la mercadotecnia.

Pero mientras en la superficie de los mercados globales se observa este fenómeno, desde hace varios años en algunas de sus capas menos visibles se hace cada vez más notorio el auge del coleccionismo y del estudio de las camisetas de fútbol como prácticas culturales, con sus propios códigos y su propio mercado. Así, coleccionistas, historiadores, periodistas o simples aficionados se lanzan —cada uno con los medios a su alcance— a la caza de las casacas con mayor valor, de acuerdo a una serie de criterios, tanto generales como propios. Al mismo tiempo, la información sobre camisetas de fútbol y todo lo que pueda relacionarse con ellas se hace cada vez más profusa en libros, museos reales y virtuales (tanto públicos como privados), sitios web y redes sociales, con creciente calidad y rigor en el manejo de la información.

¿Cómo se explica este auge “camisetero”? No creemos que haya muchos secretos, seguramente se trata de que en la actualidad contamos con mejores medios para dar cuenta de este interés tan específico. Después de todo, es un fetiche en el que se expresa una conducta tan humana como es la de atesorar una suerte de testimonio material de tiempos pasados (aunque a veces muy recientes). Es inevitable entonces sentirse atraído por esas prendas que fueron usadas por los protagonistas más directos de aquellas tradiciones a las que nos referíamos antes, que fueron los emblemas enarbolados en la incansable búsqueda de la gloria deportiva, que llevan muchas veces las marcas más perceptibles de aquellas viejas batallas (el verde del pasto, el rojo de la sangre y hasta el olor rancio de la transpiración) y también otras, más sutiles, las que el ojo entrenado y conocedor puede detectar en los detalles más nimios, en las etiquetas, en la composición de las fibras, hasta en el propio estilo o diseño.

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Llevar adelante la producción de este libro no fue sencillo. Para poder registrar adecuadamente un conjunto de camisetas históricas de los equipos más importantes de la Argentina, los autores tuvimos que leer, investigar, recopilar material, pero también salir a la calle e incluso viajar. Desde luego que también debimos consultar y abusar de la generosidad de mucha gente que colaboró desinteresadamente con este proyecto y con la que estaremos siempre en deuda (y a quienes, por supuesto, mencionamos en el apartado correspondiente).

Y si bien estamos muy conformes con el resultado de nuestro trabajo y con el privilegio que supone la experiencia sensorial de apreciar y manipular esas prendas con tanta carga emotiva, no podemos evitar cierta frustración al saber que no hay publicación que pueda recrear del todo esa experiencia. De modo que esperamos que nuestro esfuerzo funcione como una suerte de feliz intermediación entre nuestros lectores y algunas de las piezas más valiosas que contiene la larga y fructífera historia del fútbol argentino.

LOS COMIENZOS DEL FÚTBOL Y LAS

PRIMERAS CAMISETAS EN GRAN BRETAÑA

Si bien los historiadores han recopilado testimonios de juegos con pelotas al menos desde la Antigüedad y en las más diversas geografías y culturas, el deporte oficialmente denominado fútbol asociación tiene sus antecedentes más directos en juegos medievales como el shrovetide fut-balle (o balompié de carnaval) o el soulé, juegos que tenían lugar en ciertas zonas de las Islas Británicas y en Francia. Estos eran en su esencia brutales competencias consistentes en la disputa de un balón de cuero relleno que debía ser llevado a como diera lugar hacia una meta en territorio contrario. El número de participantes era tan indeterminado como elevado: en general se enfrentaban todos los adultos jóvenes de una aldea contra los de otra de una misma región. Los constantes episodios de violencia que se desataban a causa de estos juegos obligaron a distintos reyes ingleses y franceses a prohibirlos en más de una ocasión a lo largo de la Edad Media y la Moderna bajo pena de severas multas o, incluso, prisión.

Más allá de estas prohibiciones y ya entrado el siglo XIX diversos juegos de rudimentario balompié siguieron improvisándose entre grupos de jóvenes deseosos de medir sus habilidades y fuerza física. Al mismo tiempo, el desarrollo industrial y económico de Gran Bretaña posibilitó la aparición y consolidación de las clases burguesas y aristocráticas que en la época victoriana impusieron el ideal del sportsman como cultor de un cuerpo sano a la par de una mente sana. El deporte entendido como una actividad desinteresada, con caballeresco apego al reglamento y generosidad frente al rival, permitió que en las public schools1 y en las universidades inglesas comenzaran a jugarse de manera interna distintas versiones de fútbol con reglamentos propios. De entre todas ellas la tendencia se fue inclinando hacia el juego predominantemente de manos de la escuela de Rugby y el juego de pies de Eton, si bien en todos los casos los partidos seguían siendo sumamente violentos: no solo los tackles estaban contemplados dentro de


1 Originalmente creadas como escuelas de caridad sujetas a control público, las public schools inglesas fueron transformándose en instituciones educativas privadas destinadas a la educación secundaria de los niños de clases altas y media altas. Entre las más destacadas podemos nombrar a aquellas reglamentadas por la Public School Act de 1868: Charterhouse, Eton College, Harrow School, Rugby School, Shrewsbury School, Westminster School y Winchester College.

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los reglamentos sino también acciones como las patadas a las pantorrillas.

El primer intento de unificación de los distintos reglamentos del fútbol se dio en la Universidad de Cambridge en 1848, cuando alumnos provenientes de distintas escuelas fundaron un club de fútbol y procuraron acordar una versión del juego que satisficiera a todos. Del cruce entre el fútbol de Rugby (con juego de manos y pases hacia atrás por la estricta ley del off side), Eton (con juego de pies y off side estricto) y Charterhouse (que favorecía el dribbling y permitía los pases hacia adelante) surgió una variante que ya se parecía más al fútbol moderno. Todavía se permitía tomar el balón con las manos, pero ya no los tackles, empujones o sujeciones, por ejemplo. Aquel reglamento original se perdió, pero sí se conserva en cambio una copia de otro de 1856. Apenas unos meses más tarde, en 1857, se fundó el que en la actualidad es oficialmente considerado como el club de fútbol más antiguo del mundo, el Sheffield FC, que adoptó un reglamento similar al de Cambridge. En él apareció la primera referencia explícita a un método para diferenciar a los contrincantes: “Cada jugador deberá proveerse de una gorra roja o azul oscura, y cada equipo usará uno de estos colores”.

En pocos años, Inglaterra asistiría a una verdadera epidemia de fundaciones de clubes de fútbol. Así, los partidos dejaron de disputarse únicamente dentro de cada escuela o club para pasar a los primeros desafíos interclubes, todo lo cual llevó naturalmente a la conformación de The Football Association como el primer órgano rector de la disciplina en 1863. El reglamento de allí surgido se basó en aquellos de Cambridge y Sheffield y unificó todas las variantes de ese juego que, justamente debido al nombre de la entidad, pasó a conocerse como football association. El fútbol de Rugby quedaba claramente separado como un deporte distinto.

En aquellos años fundacionales, sin embargo, la indumentaria de los jugadores continuaba improvisándose. Se jugaba con lo que se tenía a mano y los equipos se diferenciaban con gorras de colores, con bufandas o con bandas de tela colocadas sobre las camisas blancas de cricket (también en la Argentina, como veremos enseguida, los futbolistas solían ser jugadores de cricket que buscaban otro deporte para la temporada invernal). A partir de 1871, con la disputa de la FA Cup, el primer torneo de la historia del fútbol, la competencia se hizo más regular y favoreció la aparición de las primeras camisetas de juego, no solo por la necesidad de diferenciar a los jugadores, sino también para que los primeros (y escasos) espectadores de los partidos pudieran disfrutar mejor de las alternativas del juego. En general, aquellos clubes de fútbol pioneros fueron fundados por ex alumnos de las public schools, por estudiantes de las universidades de Oxford o Cambridge y también por oficiales del Ejército o la Marina, es decir, miembros de la alta burguesía y la aristocracia menor. Socios y jugadores solían escoger entonces los colores identificativos de las instituciones de donde ellos mismos provenían. El Blackburn Rovers, por ejemplo, comenzó jugando con casacas blancas con una Cruz de Malta azul de la Shrewsbury School, así como el Reading FC jugó inicialmente con el rosa, el celeste y el granate del club de remo que lo había originado. El Wanderers, por su parte, disputó la primera final de la FA Cup con camisetas de franjas horizontales negras, rosas y naranjas. Aunque las casacas blancas siempre eran una opción económica y fácil de conseguir, aquellas curiosas combinaciones de colores solo estaban al alcance de jugadores que pudiesen permitirse el lujo de contar con un sastre. Este método artesanal de confección explica las evidentes diferencias en los uniformes de un mismo equipo que se observan en las fotos de época, especialmente en el ancho de las franjas. Para la uniformidad de la producción en serie aún habría que esperar algunos años más.

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Los primeros cambios significativos tuvieron lugar en Escocia, donde el fútbol fue rápidamente adoptado por inmigrantes irlandeses, mayormente pobres y católicos. Ellos escogieron el verde y el blanco para sus clubes (como se puede observar hoy en las casacas del Celtic y del Hibernian) en franca oposición a los aristocráticos y protestantes unionistas del Rangers o del Heart of Midlothian, más inclinados a usar el azul marino, el rojo y el blanco (colores que la selección de Escocia tomó a su vez del Queen’s Park FC, el primer club escocés de fútbol). El fútbol proletario se hizo más visible en Inglaterra algunos años después, cuando en 1879 el Darwen FC, un equipo de obreros textiles de la región de Lancashire, llegó a las semifinales de la FA Cup frente a los Old Etonians, club de ex alumnos de la elitista escuela de Eton. Tres partidos debieron jugarse antes de que el Darwen sucumbiera exhausto por los viajes y los turnos en la fábrica ante sus descansados rivales. Pero detrás del Darwen vendrían muchos más nuevos clubes formados por jugadores de origen humilde que encontrarían en el fútbol una nueva y mejor forma de ganarse la vida. Sucedió simplemente que el deporte de caballeros comenzó además a atraer cada vez más espectadores dispuestos a pagar una entrada para disfrutar los partidos, lo cual favoreció una temprana profesionalización del fútbol inglés en 1885. La división de hecho entre los clubes populares del norte y los más tradicionales del sur se hizo muy evidente en 1888,  cuando  ningún  club

londinense se inscribió en la disputa de la primera Liga oficial y profesional del fútbol.

Desde luego, este nuevo panorama originó cambios en la indumentaria de juego. Los nuevos clubes populares, sin ninguna conexión anterior con otras instituciones, prefirieron las camisetas de colores básicos, más baratas y fáciles de conseguir. Al mismo tiempo, las empresas textiles encontraron un incipiente mercado para ubicar sus productos. En 1884, la recientemente fundada Edward Buck & Sons le fabricó camisetas al Nottingham Forest. En poco tiempo esta firma lanzaría sus prendas con la etiqueta de Bukta, una marca conocida y activa hasta hace muy pocos años. Por esa misma época, las innovaciones en la maquinaria textil posibilitaron la producción de casacas con bastones verticales, un estilo muy bien recibido por los futbolistas deseosos de verse más altos y atléticos. Salvo notables excepciones, desde entonces las omnipresentes franjas horizontales quedaron reservadas a los rugbiers. Ya en la década de 1890, las camisetas con diseños bicolores a mitades o cuartos también supieron tener su auge. Las prendas de aquellos años solían ser gruesos jerseys de lana, a veces de cuello alto, lo suficientemente abrigadas para los crudos meses del invierno. Las camisas abotonadas eran una opción aceptable para los días más benignos. En todos los casos las mangas largas, los pantalones knickerbockers a la rodilla (mayormente en negro, azul marino, gris o blanco) y las medias oscuras completaban el uniforme de rigor.

FÚTBOL Y CAMISETAS EN LA ARGENTINA:

LOS AÑOS FUNDACIONALES

facilitó que dicha colectividad aumentase notablemente su número, bienestar económico y prestigio social. Los británicos llegaron para desarrollar todo tipo de negocios lucrativos en un territorio con infinitas e inexploradas posibilidades.

Si bien la presencia e influencia de la colectividad inglesa en la Argentina puede rastrearse al menos desde los primeros años del siglo XIX, es indudable que el período de institucionalización que siguió a la batalla de Caseros en 1852 batalla de Caseros en 1852

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Los ferrocarriles, el comercio y las actividades agropecuarias fueron los principales destinos de sus capitales inversores, no solo en Buenos Aires y las regiones más fértiles sino en prácticamente todo el país. Como además las familias inglesas mostraron un notable afán por conservar, actualizar e incluso difundir el estilo de vida y las novedades sociales de su tierra, no es de extrañar el carácter temprano de la introducción del fútbol en nuestro país. Pese a ello, el inicial desinterés por las actividades deportivas de los ingleses que mostraron los criollos y los miembros de otras colectividades de inmigrantes sustancialmente más numerosas (o quizás más bien su incomprensión) hace que aún hoy los historiadores más obsesivos continúen la búsqueda de fuentes confiables de información sobre aquellos primeros años. Sucede que, si exceptuamos a los escasos reportes publicados en diarios y periódicos ingleses de Buenos Aires y otras ciudades, los testimonios locales sobre los comienzos del fútbol son prácticamente nulos. Esta situación comenzó a revertirse lentamente con el establecimiento de los primeros campeonatos oficiales en la década de 1890, y ya con la llegada del nuevo siglo (y a causa de la difusión del juego de los “ingleses locos” entre los sectores medios y populares) las publicaciones en español aumentarían notablemente el espacio dedicado al fútbol y otros deportes.

Lo cierto es que gracias a una breve crónica publicada en el periódico The Standard de Buenos Aires, todos sabemos actualmente que el primer partido de fútbol medianamente formal disputado en la Argentina se jugó el 20 de junio de 1867. Los impulsores de la iniciativa fueron, desde luego, ingleses, fundadores del primer Buenos Aires Football Club y socios del Buenos Aires Cricket Club (establecido con anterioridad a 1864), la entidad que les cedió el campo de juego ubicado en el parque donde hoy se encuentra el Planetario. No se puede descartar entonces que no haya habido    otros     ensayos    de     juegos

preparatorios de los cuales no se conservan testimonios, pero así y todo la desconfianza ante la novedad y el miedo al ridículo de parte de sus propios camaradas obligaron a que aquel primer partido se jugara con tan solo ocho jugadores por equipo. Si bien en cartas privadas consta que estos futbolistas pioneros contaban con una copia del reglamento dictado por The Football Association en Inglaterra apenas cuatro años antes, todo indica que lo que se jugó aquel día por espacio de dos horas y antes de que todos cayeran rendidos de cansancio fue una suerte de mezcla de fútbol y rugby, tal y como sucediera en Gran Bretaña en las décadas anteriores. Apenas unos postes conformaron los arcos y unas banderillas sirvieron para delimitar el campo de juego. No se recurrió a ningún método para distinguir a los jugadores de cada equipo.

Un breve anuncio en The Standard, con la convocatoria a un segundo partido para el 29 de junio en el mismo lugar, mostraba un detalle interesante: se solicitaba expresamente que los jugadores del Buenos Aires FC llevaran una gorra roja y otra blanca, las cuales podían adquirirse en la tienda Galbraith and Hunter’s de la calle Defensa 49/51. Quiere decir que la necesidad de distinguir mejor a los jugadores de cada bando se hizo patente ya desde la disputa del primer match, aun cuando ni siquiera estaban del todo claras las reglas bajo las cuales se jugaba. Es de suponer entonces que las gorras fueron los elementos novedosos en aquel segundo encuentro y en los dos o tres más que se disputaron aquel mismo año. Vale destacar que el entusiasmo por el fútbol (por alguna clase de fútbol) y la visión de futuro de este grupo de pioneros quedaron registrados en una carta personal de Thomas Hogg, el más ferviente impulsor del Buenos Aires FC. Hogg y su grupo de amigos no eran hombres de gran fortuna, sino que en general eran empleados de rango medio y alto de casas de comercio y bancos. Sobre aquellos primeros partidos Hogg escribió, el 28 de diciembre de 1867, lo siguiente: “(...)   mis   impresiones   sobre  el